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Full text of "Enrique Amorim La Segunda Sangre. Pausa En La Selva. Yo Voy Mas Lejos"

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LO QUE NO 
VEMOS MORIR 

Jf Eríq<,i,l Maithn-i iislnula 

L A V I D A 
ESTA LEJOS 

til- llvraiio Ktí/a Muliiia 

UN TAL 

SERVANDO G0ME7. 

</<• i-..»iitf/ Lululluiiim 

UN NIÑO JUEGA 
CON LA MUERTE 

Jf Ki.bi-ilo Muriam 

LA SEGUNDA 
SANGRE 

de Enrique Auiorim 



TEATRO DEL PUEBLO 



TEATRO 



Reservados todos los derechos. 



Copyright by TEATRO DEL PÜEIILO • Buonoi Alrel 
Printod In Druguay Impruo on ot Oraguay 



ENRIQUE AMORIM 



LA SEGUNDA SANGRE 

PAUSA EN LA SELVA 
YO VOY MAS LEJOS 

Portada de Sigfredo Pastor 



Colección MAESE PEDRO 



Editorial CONDUCTA 

DUEÑOS AIRES 



LA SEGUNDA SANGRE 

Dram» cu Ircs actos 



Teresa, mujer del pueblo, vive en contacto 
con la burguesía, ocupada de los quehaceres me- 
nudos en casa de unos presuntos nobles. Al ser 
ocupada Francia por las tropas nazis, intenta, en 
vano, eludir las formas de vida de sns patrones. 
Se deja llevar por el curso de las actividades du- 
dosas de la señora Dcdé, hermosa mujer, expo- 
nen te de la clase que más dócil se mostró a los 
dictados del invasor. La criada se resiste débil- 
mente a las exigencias de los militares alemanes, 
los cuales se aprovechan de las inclinaciones de 
la dueña de casa. Teresa, desarrollada en el mis- 
mo ambiente, .subyugada por los éxitos de la se- 
ñora, no ha podido reaccionar frente al invasor. 
Hasta que un día, el azar la pone en contacto 
con las fuerzas de la resistencia, con el pueblo, 
del que se halla separada desde su infancia. El 
gran maestro de todos los tiempos, le proporcio- 
na la primera lección. 

De la ¡listoria breve y vertiginosa de una 
criada, dan cuenta los tres actos de LA SEGUN- 
DA SANGRE, obra que dedico a mis amigos de 
Francia, cantaradas de la resistencia, como con- 
fribiición al csclarecimieufo del gran destino que 
(jiiardan iodos los pueblos del universo en la 
cruenta lucha por la libertad. 

E. A. 



7 



PERSONAJES 



TERESA, Isi criada 25 años 

DEDE, Ja señora 30 años 

CAPITAN GASTON LEFKVKI-. 35 años 

CORONEL ALEMAN 45 años 

BERTA, criada alvinana 50 años 

Dos soldados «ilvniancs. 



La acción en Francia, durante la ocupación alemana 



Estrenada ¡lor el Teatro del Pueblo de 
Buenos Aires el JÓ de marzo de J950 



ACTO PRIMERO 

La acción transcurre en un cliatcaux francés, du- 
rante la ocupación alemana. líl castillo se halla a 
cinco millas de una pequeña población, aislado cu 
una colina. La hahitaciúti, dc-corada con al!Q:unos 
detalles un tanto ajenos al jíuslo francés. Un cor- 
tinado de felpa cubre el almenado balcón del foro 
que da hacia el camino. A la i/r|uierda, una otoma- 
na muy amplia, con alnioliadont;s orientales. En el 
ángulo derecho, un barfiucño de ciertas diíncnsio- 
nes, decorativo. Puerta practicable, a la derecha. En 
uno de los muros^ un !rr:iI)ado romántico, alemán, 
muy notable. Sobre una mesa ratona, retratos entre 
cristales, y floreros vacíos. En una rinconera, bo- 
tellas de cbampapnc y cajas de eijíarrillos. Un par 
de sillones, sillas de estilo, etc. 
Al levantarse el telón, Teresa se baila cntrcjíada 
al arreglo de la habitación. 



ESCENA I 

(Teresa habla cu voz alta para que Dcdc le responda des- 
de la piesa coniigna). 
Teresa : Yo le aconsejo, señora, qiic retire este cuadro alemán. 
Cualquiera que entre aquí, se dará cuenta que no perte- 
nece al castillo. 

Dedií: ¡Déjalo quieto! Me ha traído suerte. Quita los retra- 
tos, los frascos de perfume, lo que quieras . . . Pero no 
toques el grabado. Al seííor Gastón le gustan esas cosas. 

Teresa: (Por lo bajo) ¡Y queremos disimular! Por una de 
estas porquerías. . . si nos descuidamos. . . (Se detiene a 
mirar el grabado) Por lo menos cámbielo de lugar, se- 



9 



ñora ... En Alemania deben haber muchos cuadros pa- 
recidos. 

Dedé: (Entra haciéndose las manos. Es una hermosa mujer, 
de espléndidas formas, vestida con suma elegancia) ¡Qué 
entiendes tú de cuadros! (Se detiene a mirar el grabado). 
Es un grabado romántico que puede estar en cualquier 
lado. (Se da vuelta, repentinamente). Tú no sabes quién 
lo ha traído, ¿verdad? 

Teresa : Lo descubrí el otro día y me llamó la atención . . . 
Por eso le digo que al entrar se ve demasiado . . . 

Dedé: (Segura de sí misma, en forma displicente) No tengo 
por qué esconderlo. 

Teresa: Pero no me negará que es comprometedor. 

Dedé: (Mirándola fijamente) Si no te conociera desde chica 
te aseguro que desconfiaría de ti. 

Teresa: No, señora. Usted no quiere entenderme. Si nos he- 
mos visto obligadas a estas cosas, por lo 'menos sepamos 
hacerlas bien. 

Dedé : ¡ Ya lo creo que sabemos hacerlas ! . . . ¡ Verás, ya ve- 
rás !.. . ¿ Crees que si Gastón sospechase las que estamos 
pasando me habría escrito? Aguantemos un poco más. . . 
Se acerca el desquite. . . 

Teresa: Ya van seis meses, señora. ¿No cree que elegimos 
la peor parte? 

Dedé: ¿La peor? ¿Acaso antes vivíamos más a gusto? 

Teresa : Sí, claro . . . pero si se llega a saber, señora. 

Dedé: Cuando se vayan éstos, no les va a quedar ganas de 
delatarnos! Y son ellos los únicos que pueden hablar.. . 
No hay un solo vecino en toda la provincia que sepa lo 
que aquí pasa . . . Hemos quedado aisladas . . . 

Teresa : Ah ! . . . de eso no estoy muy segura, señora ! He co- 
nocido a un soldado alemán que decía muy bien algtmas 
palabras en francés... demasiado bien... puede ser un 
francés haciéndose pasar por alemán. 

Dedé: (Quita retratos de uniforme) Estos sí, sácalos a todos. 



10 



Están demás. . . Y estas cosas. . . (Retira objetos de por- 
celana, botellas de perfumes). Huelen a saqueo. Nos he- 
mos acostumbrado a estos regalos y ni reparamos en ellos. 
Esconde en el sótano las botellas de champagne ... y los 
cigarrillos... (Se los alcanza). No debe quedar nada de 
lo que trajo el Coronel, ¿entendido? ¡ningún rastro! 
Teresa: ¡Enterraría todo esto! 

Dedé: No tanto, no tanto... Si vuelven van a reclamar sus 

cigarrillos. . . Las latas de conserva, mételas en el desván. 

En tu cuarto ¿no hay nada comprometedor? 
Teresa: ¿Qué quiere usted que haya? Unas camisas de seda 

de aquel teniente que se las mudaba a cada rato. 
Dedé: Hay que quemarlas... ¿Oyes? Debes ponerlas en el 

horno. . . 

Teresa: ¡Nunca vi más lindas camisas de seda! ¡A mí me 

gusta tanto tocarlas! 
Dedé: Pero debes quemarlas, ¿entendido? 
Teresa: Me dejarán en las manos ese perfume que tienen. Y 

con los frascos, ¿qué hago señora? 
Dedé: Enterrarlos. Todas esas cosas son producto de robos 

hechos en París . . . 
Teresa : ( Retirando las cosas) j Ah, París, París ! . . . Pensar 

que nunca fui a París y que ahora, ellos están allí ! . . . 
Dedé: Si yo no hubiese ido a París, Teresa. . . (Suspirando). 

i No habría hecho estas cosas ! . . . ¡ Créemelo ! . . . 
Teresa : j Yo sé jwr qué las ha hecho, señora ... y ya están 

hechas. . . yo sé por qué! 
Dedé : Teresa . . . ¿ empiezas otra vez ? ¡ Mira que mi paciencia 

tiene un límite! Yo sé que dentro de poco, abandonan el 

pueblo. Es cuestión de esperar. ¡ Por algo los soporto ! . . . 
Terissa : i Qué pesadilla ! Al principio creí que no podría 

aguantar. Pero ahora... ahora ya no se puede volver 

atrás. . . 

Dedé: ¡Por favor, por favor! ¡Cállate! 



II 



Teresa: Yo sé por qué le han pasado a usted estas cosas, se- 
ñora. . . Estas cosas. . . no pueden pasarme a mí. 
Dedé : A tí también te sucedieron . . . 

Teresa: ¡Pero. . . de distinta manera. . . muy distinta! ¡Todo 
lo que le pasa a usted está disculpado, porque es hermo- 
sa. . . porque es de esas mujeres que agradan a todos los 
hombres!. . . (Se detiene a mirarla). ¡Qué hermosos ojos, 
qué figura! 

Dedé : Gracias, pero no me gusta que digas eso . . . 

TliRESA : Todo en la vida, es cuestión de belleza ... ¡ Todo, 
todo, todo! A mí, que soy tan fea, seguramente no me 
puede pasar lo que le pasa a usted. Y es ahora, en la 
guerra, cuando mejor entiendo esto. No es lo mismo atra- 
vesar el campo con un esqueleto como el mío . . . ¡ Usted 
con sus lindas carnes, señora, puede atravesar toda Eu- 
ropa sin un solo inconveniente! 

Dkdé: Sí, pero... ¿y la conciencia? 

Teresa : Eso, se deja para después ... Si usted traicionase, 
solo podría hacerlo obligada por su hermosura. ¿Puede 
imaginarme a mí, de agente de enlace? ¿Con mi cara? 
¡Fracasaba señora! 

Dedé: A lo mejor puedes ser más patriota. 

Teresa: Más resistente, sí... por ofrecer menos tentaciones. 
Pero ¡vaya el mcr-ito! Claro que hay mujeres lindas — 
siempre menos lindas que usted, señora — que no han 
caído en la trampa. . . Pero, a ninguna fea, la han ten- 
tado. Ni aunque dese.isen hacerla colaborar. . . quiero 
decir, que me obligasen a acostarme con ellos. Nadie me 
necesita. (Dedé la mira intrigada). El mundo de la gente 
hermosa es muy distinto del nuestro, señora. Todas las 
compañeras que tuve y que gustaban a los hombres, han 
ido más lejos que yo. Han triunfado. . . o por lo menos 
han vivido mejor que yo. Los lugares lindos son los más 
concurridos; las más hcrmo.sas frutas en el mercado, 
vuelan de las manos del vendedor. Cuando pequeña su 

12 



padre me enseñaba a ver las cosas lindas y a desechar 
las feas. Por eso estuve siempre al lado de su familia, 
porcjuc todos ustedes . . . ¡ fascinan con la belleza ! 

DiíDí:: Preferiría que se nos considerase por otras cualidades. 

Ti: uiíSA : He conocido a muchachas que valían mucho, pero 
eran feas y fracasaron, cayeron de la rama sin que nadie 
las arrancase. 

Dedí:: También es difícil defender la belleza. . . 

'ri'UiiSA: Pero la gente hermosa gana batallas todos los días, 
seííora, se las busca, se las mima, se les perdona cualquier 
manera. Su hermana Jacqueline un día me castigó hasta 
sacarme sangre. Y yo se lo perdoné. (Embelesada, mirán- 
dola). ¡Es que da tanto placer mirar algo hermoso, un 
cuerpo, el calor de unos ojos, la boca, el cabello ! . . . 
¿Quién puede levantarle la mano a usted, vamos a ver?. . . 
Claro que hay quienes odian a la hermosura . . . ¡ Pero, esa 
es otra cuestión! Yo nunca tuve envidia de la blancura 
de su piel . . . j nunca ! Cuando le vá bien, yo siempre digo : 
"se lo ha ganado, se lo merece". No ha oído decir usted: 
¿qué pena da ver un perro tan hermoso, muerto de ham- 
bre? Si es feo, uno se lamenta, pero no tanto. . . Se 
pien.sa: ¡mejor que se muera si no nos da nada lindo!. . . 
Es la pura verdad . . . Contra la hermosura nadie puede, 
nadie, nadie! ¡En París, hasta Hitler bajó la cabeza! 
(Esto lo sabe todo el mundo ¡Y ante usted, señora, hija 
de nobles!... Porque usted es noble, ¿verdad, señora? 
Me dijeron que el señor Gastón no la deja usar el título... 
¡pero usted es noble, y linda a la vez! 

Dedé: (Sorprendida) Nunca te oí hablar así. Algo debe pa- 
sarte. 

Teresa : j Sí, sí . . . se acerca el fin ! . . . Si viene el señor 
Gastón, es mi último día... Tendré que separarme de 

usted. 

Dedé : Gastón me comprenderá . . . 

Teresa : Sí, los hombres la van a comprender y perdonar . . . 



Pero como en el mundo, hay más mujeres feas que 
lindas ... no será fácil que ellas comprendan. 

Dedk: a veces, pienso (intrigada) que estás representando un 
papel, que no eres como yo te conocí de niña . . . Puedes 
iiaber cambiado ... 

Teresa : Ya sabe que me importa poco morir . . . Sólo me 
faltó en la vida, un hombre, como a muchas mujeres, 
que me obligase a seguirlo. . . a quererlo. . . No, a mí. . . 
no me gustaron nunca los hombres feos... (pausa) ni 
creo que tampoco los buenos mozos. . . Me gusta ser como 
soy . . . 

Dedé : Hás querido servirnos . . . ¡ que le vamos a hacer ! . . . 
Primero, con mi hermana, ahora conmigo. ¡Yo no soy la 
culpable de tu servidumbre! Cuando el coronel me dió 
este castillo para vivir, podías haberte resistido. . . huir. . . 
o por lo menos no ser la criada, 

Teresa : A él . . . y a los otros ... yo no les sirvo . . . j Aten- 
ción señora ! . . . ¡A ellos no ! 

Dedé: Bueno, si eso te ofende. . . no lo repito. . . (Dedé se 
pone humilde y la toca en un hombro). 

Teresa: La verdad que no sé cuando está usted más linda, 
si enojada ... o cariñosa ... Le conf ieso que muchas 
veces, la hago enojar para ver como la sangre le baña el 
rostro . . , ¡ qué encendida se pone ! En su frente, una vena 
parece que de pronto va a estallar y que. . . (Pausa). 

Dedé: Y qué, sigue ya que te gusta. 

Teresa : ¡ Que me va a bañar con su sangre ! 

Dedé: ¡Cállate Teresa, eso es macabro 1 (Gesto de extrañesa). 
¡Te encuentro un poco alterada! ¡Qué cosas dices! 

Teresa : Yo cuento lo que siento. Un día, con el señor Gastón 
nos reímos mucho, porque la hicimos enojar para verle 
la venita. (Ríe). 

Dedé: Pronto podrás repetir la prueba. Porque, seguramente, 
cuando vuelva, nos vamos a pelear. 

H 



Teresa: Pero como le va a explicar usted, todo lo que pasó 

en esta casa. . . ¿dígame? ¿cómo? 
Dedé: Necesito saber que es lo que hizo él. . . Estaba en París 

cuando entraron las tropas. 
Teresa: Si el ejército alemán, se compusiera de muchachas 

como usted, yo sabría contestarle qué es lo que ha hecho 

el señor Gastón. . . (Ríe). 
Dedé: Pero ¡qué manía tienes de relacionar todo con unas 

buenas pantorrillas o con unos senos bien formados! 
Teresa : ¿ Usted cree que si París no fuese como es, la ciudad 

más hermosa de la tierra, no la hubiesen arrasado? 
Dedé: Han arrasado otras ciudades, creo yo... 
Teresa: ¡Ah, no, no! ¡Le perdonaron la vida! ¿Y, por qué 

los parisienses no la quemaron antes de evacuarla ? . . . 

¡ Porque es la capital que guarda las cosas más lindas del 

mundo! jCon las personas pasa lo mismo, señora! 
Dedé: Pero, nosotras, vamos a quedar viejas creo yo, y, se- 
guramente, feas. 
Teresa: También por viejas, se las respeta a las personas. . . 

y a las ciudades . . . 

(Han estado empacando y Dedé suspende el trabajo para 
mirar a Teresa). 

Dedé : ¡ Pero hoy te desconozco, Teresa ! \ Nunca pensé que 
podías hablar así ! . . . 

Teresa: Es porque esto termina y ya se ve venir al señor 
Gastón. Son mis últimos días a su lado. . . ¡Al lado suyo, 
señora! Después, todo perdido para mí. (La mira embe- 
lesada). 

Dedé: (Como inspirada) ¡Gastón volverá! Francia habrá ga- 
nado la guerra. Volveremos a la vida de antes. No ten- 
dremos necesidad de habitar castillos ajenos, Teresa. Y, 
esta lección, nos servirá a todos. ¿Qué sabía yo de lo que 
no era capaz, en una guerra? ¿Eh? ¿Verdad que todo 
ha sido muy distinto de lo que nos habían dicho? 

Teresa: Bien distinto, sí. . . Muy diferente. 



15 



Dkdií: ¿Sabía yo que G.istón era valiente? (Pattsa). ¿Cree*! 
lú (juc cl señor Gastón es un valiente? (Teresa no con- 
Icxla). ¿ Por qué callas? ¿No es cierto que siempre dio la 
impresión de ser valiente? 

Tickiísa: De mal genio, sí. . . de nuiy mal genio. Pero éso no 
quiere decir que sea valiente. 

Dicní:: ¿Entonces piensas que es un cobarde? 

Tkkiísa: Yo no he hecho ninguna guerra. A mí nunca me di- 
jeron como debía conducirme después de la invasión . . . 

l)i:m':: Pero, por eso, ¿no puedes dar una opinión? 

TiíKiíSA : El señor Gastón, sabe enojarse y creo que eso le 
ayudará. Nunca lo vi pelear. . . más que con usted, se- 
ñora. 

Dkdí:: Yo puedo asegurarte que es un valiente. Tiene carácter. 
No es como yo. Por eso lo quiero. Estoy segura que se 
lia portado bien, aceptando las condiciones al lado del 
Mariscal. £1 azar lo trae en una misión. (Pausa). Cuando 
llegue, de vuelta, ¿me ayudarás a defenderme si me 
ataca ? 

TiíuiiSA : ¿ Pero es que cree la señora que me he quedado aquí 
porque se come y se bebe mejor que en la aldea que está 
a cinco millas? ¿Cree que es por habitar este castillo que 
ahora no es más que una gargonier? Me he quedado para 
defenderla, porque usted es la belleza misma y necesita 
protección. 

Dedií : Siempre me has dicho que soy hermosa, pero nunca con 

esa pasión. ¡Estás muy rara, Teresa! 
Teresa: Es que viene el señor Gastón, señora. 
Dedé: ¿Crees que sería mejor esperarlo en otro sitio. . . menos 

comprometedor ? 
Teresa : No es fácil escapar de esta trampa. . . Ahora empieza 

nuestra batalla. . . Ya lo verá usted, señora. 
Dedé: ¿Y los jefes nuestros? ¿Qué dirán? 
Teresa: Cuando usted les diga que estuvo cautiva. . . ¿Quién 

de ellos no creerá? Mire si a mí me da por decir que 

t6 



me secuestraron para hacer el amor ... ¡ Me pegan un 
tiro por la espalda! 

Dkdí:: ¡Dices cada cesa! (Confundida). ¡Me das miedo!... 

TiCKKSA : ¿Miedo, ahora, a estas alturas, señora? Si los ale- 
manes se retiran y vuelven los nuestros y después tienen 
que entregar una vez más este lugai' y regresan los nazis... 
¿No haría usted lo mismo que ha hecho? 

Dedjí: ¡Ni me hables de eso! 

TiiKiíSA : i Un primo mío, sin ir más lejos, ocupó y evacuó su 
pueblo seis veces! ¡Y así sin llegar a destruirlo!... Es 
bueno que pensemos qué pasará si vuelve el señor Gastón 
como reconquistador y otra vez debe volver atrás con su 
brigada . . . 

Dkdi's: Por ahora, sólo sé que los alemanes van a replegarse. 
Debemos estar prevenidos. Sigue sacando todo lo que veas 
que es comprometedor. . . Recuerda que por ahí deben 
haber cosas personales . . . 

Teresa: ¡Este grabado... este grabado! (Lo mira). 

Deué : ¡ No seas majadera ! Déjalo en su sitio. ¡ Es bien bonito ! 

Teresa : ¿ Y si por este cuadrito ? . . . 

Dedé: ¡No seas malagüera! (Muy persuasiva). Déjalo, ¿quie- 
res? Me recuerda un instante feliz, me hace huir de esta 
pesadilla... Es como un velero que me lleva lejos... 
¡Mira que árboles románticos! El río corre, con una dul- 
zura musical... (Extásica ante el grabado). Se oye... 
se oye ... ( Dedé se detiene como poseída por una enso- 
ñación). 

Teresa: ¡Siga, señora, siga... hablando! (acercándosele) 

dijo como velero en un río. . . 
Dedé: (Recuperando su aplomo) ¿Estás loca? ¿qué pretendes 

de mí? 

Teresa : Usted cree que yo no la escucho cuando vienen ellos. 
¿Eh? ¿Usted cree que yo me quedo en la cocina, sola, 
con ese perro hambriento que detesto? Como ahora, si 
vuelve el señor Gastón, las cosas van a cambiar ... le diré, 



señora, que jamás ha sido tan feliz como. . . (se detiene) 
como ... no me animo, no me animo . . . 

DiíDií: ¡Habla, sigiie! (Enérgica). ¿Cuándo has sido tan feliz 
en estos desdichados meses? 

Teresa: Y, muchas veces, aunque usted no lo crea. 

Dedé: ¡Ya sé, cuando el general trajo champagne y te em- 
borrachaste ! 

Teresa: ¡Ah, no, no! ¡El emborracharme no me hace feliz, 
señora ! i He sido dichosa . . . muchas otras veces ... su- 
cedió cuando la señora menos lo supone! 

Dedé: ¿Pero cuándo? Me das envidia. ¡Por lo visto yo he 
sido menos feliz que tu ! . . . ¿ cuándo, cuándo ? ¡ Habla ! 
i Cuéntame ! 

Teresa : No . . . son tonterías mías . . . No crea nada ... He 
sido feliz, cuando usted lo ha sido. . . nada más. . . (En 
forma intrigante). Eran momentos deliciosos, de-li-cio-sos ! 

Dedé: Teresa. . . que me enojo. . . (Enérgica). ¡Mira que me 
haces salir de mis casillas! 

Teresa : ¿ Qué ? ¿ Quiere saber mi secreto ? ¿ Quiere saber como 
he sido muy, pero muy dichosa, a pesar de mi fealdad y 
de la guerra y de la ocupación? 

Dedé: ¡Termina, Teresa, o te dejo sola aquí y me voy a la 
terraza ! 

Teresa : Por dejarme sola, es bueno que lo sepa, señora . . . 
por haberme dejado sola una vez, descubrí que podía ser 
feliz... ¡Ahora tiene mi secreto!... ¿Vé? Por ahí, em- 
pecé. Déjeme sola, señora . . . ¡ Vaya ! Yo voy a arreglar 
este cuarto, como estaba antes de sus lindos sueños . . . 

Dedé: (Colérica) ¿Qué estás diciendo? ¿Qué dices? ¡Explí- 
cate! 

Teresa : ¡ Nada, nada ! . . . Puede llegar el señor Gastón . . . 

Mire que hace más de 48 horas que no se siente pasar un 

avión . . . Los nazis están lejos . . . 
Dedé: ¡Ahora vas a hablar! (Se le acerca). ¡No podrás quedar 



18 



a mi lado un solo momento, si no me dices . . . todo ! ¿ En- 
tiendes? ¡Todo! (Se le acerca amenasante). 

Tkkiísa: Señora, déjeme trabajar tranquila... 

Dedé: ; Terminemos ahora que las cosas van a cambiar! 
(Decidida). No puedo tenerte más a mi servicio si no 
hablas . . . 

Türiísa: jAh, señora, señora! ¡Cómo se le sube la sangre a 
la cara! ¡Qué bonita está! ¡Qué espléndida! ¡Si la viése- 
mos con el señor Gastón ! ¡ Parece que va a estallar ! 
(La mira, en éxtasis) 

Dedil: (Cambia, al verse caída en una trampa) ¡Estúpida de 
mí! ¡He caído como una tonta! ¡Las bromas que te gas- 
tas, imbécil! ¡Terminemos! 

Teresa : Me ha dado lo que yo quería . . . verla con la cara 
encendida! ¡Yo veía cómo iba subiéndole la sangre! Las 
mejillas (Dcdé se mira al espejo) como dos amapolas! 
Me recuerda cuando las dos éramos niñas, allá en Beau- 
lieu! 

Dedé: No tienes cura!. . . (Pausa). Pero veo que no has in- 
ventado una pantomina! ¡Siento que me ocurtas algo! 
¿Qué es eso de los sueños, que has dicho? ¡Contesta! 
(Teresa, intenta salir con un lio de ropas y objetos. Se 
detiene al descubrir unos gallardetes) 

Tekesa : Estas banderitas . . . supongo que las sacaremos . . . 
(Recoge una con la,crus sivástica) 

Dedé : ¡ Deja eso ! . . . Te he hecho una pregunta. ¡ Contéstame ! 
(Teresa, confundida, mira uno a uno los muros del 
cuarto). 

Teresa : Ahora que puede terminar todo esto . . . Aliora que 
volveremos atrás. (Con las manos juntas). ¡Que Dios nos 
ampare! ¡Y sea por última vez! 

Dedé: Habla. . . no te escapes. ¿Qué ibas a decir cuando me 
hiciste enojar? 

Teresa : Ahora que puede venir el señor Gastón, le voy a con- 
tar algo de usted, que usted misma ignora . . . No sólo 



19 



creo que sea la más linda mujer de Francia. . . creo que 
nadie es capaz de hacer soñar como usted ! . . . Usted, se- 
ñora. . . es París... Eso: ¡París!, señora, ¡París! 

DiíFDÍ:: ¿Que estás diciendo? ¿Se lo has oído a alguien? (Irri- 
tada). ¡Sé que lo has oído! ¡Cómo! ¿Dónde? 

Tkuesa: Aunque no lo hubiese oído... ¿cree usted que no 
puedo imaginarlo? ¿No sabe usted, señora, que las mu- 
jeres feas, soñamos mucho más que las bonitas? Lo malo 
es que no hacemos soñar . . . Pero a imaginar maravillas, 
nadie aventaja a tma fea! 

Dk»é: Me ocultas algo más. (Persuasiva, severa, amenasor 
dora). 

'ficKESA : No, mucho más, no, señora ! . . . Ahora, que ya no 

vendrán los alemanes . . . 
Diídk: No estés tan segura... a lo mejor... (Sombría) 

vuelven . . . 

'l'iíUESA : Ahora que va a regresar el señor Gastón ... le voy 
a hacer una confesión. . . (Dedé se le acerca y la loma 
por los hombros). Yo nunca he sido más dichosa, ni creo 
que lo seré, señora, que oyéndola a usted enamorar . . . 
(Corta). Hacer. , . 

DiíDii: ¿Enamorar? ¿Qué? ¿Qué dices? Claro, te gusta verme 
en la terraza., , alguno de ellos te resultó simpático... 
¿eh? Te gusta alguno de ellos... Dime, ¿cuál, cuál?... 

Tiíkesa: (Reacciona) ¡ Ah, no, no me hable de esos hombres. . . 
¡De ningún hombre! Nada de eso. Yo les he servido en 
la terraza, es cierto. Pero no es en la terraza donde me 
hacía usted feliz... No... señora (animada) es aquí, 
seiíora. (La mira en la cara). Aquí en este cuarto, donde 
he sido la mujer más dichosa, a pesar de mi fealdad . . . 

Dedé: ¿Aquí? ¿Qué estás diciendo? (Se separa, desconfiada). 

Teresa: Atrás de e.se cortinado, señora, en ese balcón. . . (Lo 
señala). Se est'iba muy bien allí, señora! 
(Dedé la mira asombrada, llevándose las manos a la cara). 
En las noches de tormenta, me quedaba detrás de esos 

20 



cortinados y dejab.i de ser la desamparada Teresa. Fue- 
ron los momentos más hermosos de su vida, y los com- 
partía con usted! (Actitud violenta de Dedé). No se enoje 
señora! Yo no sé guardar sus secretos. ¡Resultaban tan 
cortas las noches detrás de esos cortinados! (Como deli- 
rante). ¡Detrás de esos cortinados he oído su voz, que 
hace soñar! ¡Todo lo bello que se puede imaginar, todo 
lo que siente usted mirando ese grabado! ¡Todo! Los via- 
jes que proyecta, esa manera de contar como es París, 
esa voz suya. ¡Qué encanto, señora! ¡Nunca pensé que 
fuese tan hermoso hacerse querer! 

Dedé: ¡Mientes, Teresa, has estado espiando! (Sonrojada). 
¡Es increíble que me hayas traicionado! ¡Te has hecho 
espía! ¡No puedes disimularlo más! 

Teresa: ¡Ah, no, no! ¡Nada de eso! Sólo oía su voz, lo que 
usted sabe contar! ¡Usted hablaba como si fuese la mujer 
más fea del mundo! ¡Y yo era feliz oyéndola! Los viajes, 
sus viajes, lo que quiere para usted . . . ¡ todo ! 

Dedé: ¡Miserable! (Se le acerca). Así quieres justificar tus 
inmundos actos de espionaje. ¡Te haré fusilar! ¡Lo juro! 

Teresa : ¡ No me ¡ni[)orla nada ! Haga lo que quiera. ¡ Ni el 
nombre de ellos recuerdo! No los reconocería... No sé 
de qué hablaban. Hasta un día, para que lo sepa, me dor- 
mí mientras el coronel le contaba no sé qué acción de 
guerra, lisa crápula no me entretenía, señora. (Con frui- 
ción). En cambio, usted, usted sí! 

Dedé: ¡Cállate, espía! Toda mi vida he confiado en ti! Ahora 
estoy en tus manos. 

Teresa: (Confundida) ¿En mis manos? Yo sí que estoy en 
sus mimos, yo quiero estar en sus manos! Cuando uste- 
des iíjan a París, a aprender esas cosas tan hermosas, yo 
me quedaba en ]>eaulieu, pensando en lo que ustedes ve- 
rían ... Y recién ahora, después de muchos años, reoién 
ahora, gracias a la guerra he venido a saberlas! ¡Cuántas 
cosas maravillosas aprendió usted, señora! ¡Oh, las mu- 
jeres hermosas, cómo pueden aprender! 



21 



Dedé: ¡Crápula! ¡Estoy segura de que te prepararon para 
esto! ¡Ahora me doy cuenta! ¿A quién respondes? ¿Quién 
te mandó espiar? 
(Se oye fuera una vos varonil). 
Dedé, Dedé. 

ESCENA II 

Teresa: ¡Dedé! ¡Es el señor! ¡El cielo lo manda, es él, se- 
ñora! ¡Bendito sea! (Cae en una silla). 
(Gastón entra como un torhelUno. Teresa toma los ob- 
jetos reunidos y se le caen de las manos. Ruido de cris- 
tales que se chocan. 

Gastón: ¡Querida! ¡Querida! 

(Dedé y Gastón se abrasan. El la besa, la besa larga- 
mente). 

Dedé: ¡Oh, Gastón! ¡Gastón, mi amor! 

(Teresa huye llevándose todos los objetos en desorden). 

Gastón : ¡ Estás espléndida, amor mío, espléndida ! ¡ Tengo po- 
cos minutos libres! ¡Dame todos los besos! ¡Dame! 
(Ambos caen en un sillón abrasados). 

Dedés ¡Te esperaba, mi querido! ¡Te estáljamos esperando! 
Entonces, ¿es verdad que se han retirado las tropas? ¿Es 
verdad? ¡Mi poljrc Gastón! 

Gastón: Escucha... No sabemos aún si se nos tiende una 
emboscada. Se han retirado por el valle. Hemos visto eva- 
cuar las tropas... ¡Pero nada es seguro! Déjame que 
te bese. Ya te contaré lo que pasa. No hay peligro, 
por el momento. Van a dejar pasar una noche, en cal- 
ma ! . . . Y, ésta será nuestra noche. ¡ Tuya y mía ! 
i Dedé ! . . . ¡ Por fin ! Y si vuelven y debemos retirarnos, 
te vendrás con nosotros! ¡No quedará nadie en la aldea! 
¡Bésame, bésame! ¡Estás como a mí me gusta, encendida! 
¡Mi linda! ¡Maravillosa! ¡Dame! (Caen en un largo beso). 

22 



Al finalizarse estas palabras la escena se torna oscura 

y en la pncrta, inmóvil, se deja ver la silueta de un sol- 
dado alemán. 

Dedé: Amor mío (Acariciándolo). ¡Amor, amor mío!, esta- 
rás cansado, estarás rendido! ¡Déjame que te cubra de 
besos! ¡Qué linda está tu piel, curtida por el sol! ¡Hueles 
a campo! Amor mío, vamos a recorrer el campo, como 
jamás lo hemos hecho. 

Gastón: ¡Sí, sí, mi amor! Yo he descubierto lugares donde 
nunca fuimos antes... ¡Te llevaré al campo! 

Dedk: ¡AIi, qué calor da tu cuerpo! j Iremos a amarnos en 
la playa de un río! Me gustan los ríos. Apagan el ruido 
del mundo ... Te besaré al borde del agua . . . Gastón, 
mi amor, los dos viendo pasar los veleros! Y el campo 
entero para nosotros! ¡Tú y yo solos, al fin! Tirados en 
la hierba, oliendo el pedazo de tierra mojada por las pe- 
queñas olas del río. . . y la brisa scc.indo tu saliva en mi 
piel... Caminaremos tomados por la cintura. ¿Te gusta 
mi cintura? Está más fina. . . como los juncos que crecen 
al borde del agua! ¡Gastón, mi amor! 
(Se besan y callan). 



ESCENA III 

Coronel: (Desde la puerta) Buenas noches, madame! 

(Dedé se yergue rápidamente, y se pone de pie) 
Dedé: ¡Tú! 

(Largo silencio. Los tres de pie. Se miran). 
Coronel: ¿Podía dar luz, madame? 

(Dedé da lus. Gastón mira a uno y otro lado, confundido). 
Gastón: ¿Le conoces? (Molesto). ¿Lo conoces, no es cierto? 
Dedé : Es el jefe de la División 73. Sí, nos conocemos . . . 
Coronel: Por eso me permití llegar sin anunciarme... 

(Gastón hace ademán de llevarse la mano al revólver). 



23 



CoRONEí.: No haffa el menor movimiento, porque no estoy 
solo y lo matarán en el acto! 

Gastón: ¡Hermosa celada! ¡Todo muy bien combinado! 

Coronel: Necesitamos saber dónde guarda usted, capitán, 
ciertos planos robados . . . nada más . . . Por lo pronto, en- 
tregúeme su arma, Capitán! 

( Gastón duda, cuando la quita, levanta el arma como para 
suicidarse. Un rápido movimiento del coronel ataja el 
brazo. Breve lucha. El coronel le arranca el arma). 

Coronel: Con que posible suicida, ¿eh? Esto mejora las con- 
diciones. ¡Tiene usted pundonor, lo felicito, capitán! 

Gastón: No se lo agradezco. (A Dedé). ¿Habían estudiado 
esta escena? 

Dedé: (Anf)n.<:tiada) ¡Gastón!... Yo no tengo con qué dar- 
me muerte... no seas innoble... 

Coronel: Le doy mi palabra de honor que esta dama, no 
sabía en absoluto lo que iba a pasar aquí ... ni yo mismo I 
Vine a despedirme, porque debo alejarme del lugar y en- 
cuentro a usted, al que andábamos iDuscando, Venía, sen- 
cillamente, a ofrecer seguridades a esta señora. T.imbién 
los alemanes sabemos rendir homenaje a la belleza. No 
es patrimonio de ustedes, capitán. 

Gastón: ¿Qué quiere de mí? Me entrego prisionero. Dis- 
ponga. 

Coronel: (Terminante, fríamente) Capitán, salga por esa 
puerta. Dos soldados lo conducirán. (En alemán y en vos 
alta): Sargento X. (Aparecen dos soldados en la puerta). 
Conduzcan al prisionero hasta el comando 73. 
(Gastón, con la cabeza gacha, sale lentamente). 



ESCENA IV 

Una larga pansa. El coronel enciende un cigarrillo. Da 
dos bocanadas de humo y se lo ofrece a Dedé. Ella duda 



24 



y por fin lo fuma. Enciende otro cigarrillo el coronel. Da 
una bocanada y se sienta, suspirando. Dedc se cubre la 
cara con las manos y llora). 
Coronel: Lo comprendo muy bien, señora. Pero, esté tran- 
quila. Nada le pasará. ¿Me oye? ¡Nada! Es usted de- 
masiado hermosa para que al hombre que usted quiere, le 
pase algo malo. 
(Dedé solloza). 

Lo lamento de veras . . . ¡ Créame ! Usted y yo nos pare- 
cemos... ¿Verdad que nos parecemos? (En voz más 
baja). Ya se lo dije. . . más de una vez. . . Dedé. . . Tú 
y yo. . . hemos sido muy felices. . . (Se pone de pie). Te 
dejo. . . Tienes que llorar. . . Mañana a primera hora, 
tendrás que acudir a la comandancia . . . Adiós, Dedé ! 
Sale, después de pasar la mano sobre la cabeza inclinada 
de Dedé. Mientras va saliendo el coronel, 



TELON LENTO 



25 



ACTO SEGUNDO 



En una pcqucñ.i Iiabitnción que se supone impro- 
visada p.ira una entrevista entre Gastón, conde- 
nado a muerte, y su amante, Dcdc. Por la única 
puerta, abierta, se verá pasar continuamente a un 
soldtido alemán con fusil al hombro. Un banco de 
madera. Un pequeño mueble de metal. Una silla. 

ESCENA I 

Gastón, sentado en el banco, sin muestra alguna de aba- 
timiento. Bracos cruzados. Al levantarse el telón, se verá 
al coronel, paseando de un lado a otro del cuarto, siem- 
pre crusándose el paso con el centinela que camina con 
idéntico ritmo. 

Coronel : Créame, no tengo por qué cngaííarle. Lo repito : No 
acostumbro entablar diálogos con los condenados a muer- 
te. Le aseguro que hago una excepción con usted, en 
homenaje a madamc. Es bueno que ustedes se vayan acos- 
tumbrando a ver en nosotros, a seres semejan les, respe- 
tuosos de las condiciones humanas... (Se para y mira 
a Gastón). Sé lo que pien.sa, capitán! Ustedes han hecho 
muy bien la propaganda en contra nuestra. Exageraron 
y mintieron tanto que... ya ve... el miuido entero no 
hace sino celebrar la conducta observada por nuestras tro- 
pas, en la ocupación de París. . . (Vuelve a caminar ), Ni 
un solo acto de la prensa calumniosa, copia vil de los dia- 
rios yanquis (Se detiene otra vec). De nosotros no quie- 
ren aprender nada, ¿no es así? Todo lo asimilan de los 
yanquis. (Escupe). ¡Así les ha salido! (Furioso). (Otra 
ves detenido). Usted, que viene de París: ¿Señáleme un 
acto de vandalismo de nuestras tropas? (Silencio de Gas- 



26 



tón). A ver... A ver... ¡Hable! Presénteme un caso 
concreto. ¡No les han quedado más ganas de inventar! 
¡Allí ya no queda un solo corresponsal yanqui, por eso 
se acabaron las mentiras! ¡Las mentiras y las calumnias! 
Usted sabrá por lo menos de un caso vandálico. . . ¡Ven- 
ga, cuéntelo! El Führer les dió una lección. Esperaban 
verlo en el Elisco! (Se detiene). Guárdense el Elíseo para 
ustedes! Y el Arco de Triunfo (Colérico) y el Campo 
de Marte!. . . (Ríe) La única cosa que nos llamó la aten- 
ción, fué la Torre Eiffell. Esc mamarracho anticuado! 
(Pausa). ¿Por qué no habla, por qué no responde a mis 
preguntas, en atención a esta visita que le hago? ¿Por 
qué se resiste a conversar conmigo? ¿Acaso no soy un 
ser como usted? ¿No me presento tal cual soy? Sepa per- 
der, capitán! No sé si usted se acercaría a hablarme, si 
fuese yo el condenado a muerte! Los de una raza pura, 
sin otras sangres podridas, que todo lo enturbian, somos 
auténticos caballeros! (Silencio. Sigue andando de un lado 
a otro). Contésteme, dígame si es verdad o no que somos 
mejores que la puerca propaganda que gastaron los pe- 
rros ingleses. Ya ve que no pretendo saber donde guarda 
usted esos planos. . . robados, producto de un saqueo. 
(Actitud violenta de Gastón). Sí, saquearon a una casa de 
campesinos alemanes. Mataron a lodos, para robarles . . . 
Y allí, entre los víveres, encontraron esos planos . . . Ya 
lo sabemos todo. No iban buscando documentos. (Violen- 
to). Saqueaban y dieron con esos planos!... Pero de 
nada les ha servido. Ahora, vuelven atrás. Jugamos con 
ustedes. Oigame, capitán. (Ofuscado, detenido). Seguimos 
ganando, ha caído París, toda lucha es inútil. Deberán 
adaptarse a nuestra manera, a nuestro sistema de vida, 
único capaz de salvar al mundo! Somos los más fuertes, 
pero también los más generosos. Se nos pinta como bár- 
baros. . . Esa propaganda, en lugar de perjudicarnos, nos 
ha favorecido. Somos mucho mejores de lo que ustedes 
suponen. Y vamos a terminar con quienes fomentan la 
calumnia ! 



27 



(Una larga pausa. El coronel anda de un lado a otro, a 
grandes pasos). 

Dicen que sembramos la muerte allí donde vamos! La 
guerra, tiene la faz de la muerte, capitán! ¿Qué otra cara 
entonces? ¿No pensó antes que iba a morir, cuando tomó 
las armas? (Gastón no se ininnía). Yo sí, capitán! Sé que 
ella puede encontrarme en cualquier lado. Siempre la es- 
pero. ¿Usted no? (Pansa). Por supuesto que ahora la 
siente muy próxima. Lo sé. Pero creo que no debe sor- 
I)rcndersc. Ha salido en su busca y la tiene cerca. Han 
firmado su sentencia. No la he firmado yo, por cierto! 
¡No es culpa mía! Pero estamos tan familiarizados con la 
muerte que es como un accidente en la carrera de un 
jinete. (Pausa). ¿Qué se siente, capitán, cuando la muerte 
abre un zanjón ante nuestros ojos? (Pausa larga). Lo 
comprendo . . . No hay palabras (jue expliquen esa sen- 
sación . . . Pero ... (Se detiene y lo mira. Luego, en vos 
baja, apenas audible). Puede usted salvar cl pellejo, ca- 
pitán. Si dice una... dos palabras... No son necesida- 
des militares. (Confidencial). Queremos saber dónde ha 
escondido usted las joyas de la baronesa de Constance. . . 
¿Oye usted? Sólo eso, bien poco! No se trata de asuntos 
de orden militar. . . Estamos interesados en dar con ellas, 
cueste lo que cueste. Y usted sabe donde están escondi- 
das. Es un asunto personal, ¿me entiende? (Gastón le- 
vanta la cabeza y lo mira sorprendido). ¿Qué, no quiere 
usted decirnos dónde está ese botín? No traicionará a na- 
die. La baronesa era una cocotte de París . . . Usted sabe 
bien lo que quiere decir esto. (Pausa). ¡Hable! Díganos 
donde las escondieron y usted no muere mañana al ama- 
necer. . . Yo sé hacer las cosas bien... ¿me oye? Aquí, 
entre los dos, ¿dónde están? ¿Dónde las escondieron? 
(Gastón lo mira enérgico). ¿No piensa hablar? Ya sé que 
mi violencia no es nada militar . . . No es un asunto bé- 
lico . . . usted sabe bien lo que digo . . . Esperamos que 
su mujer tenga más fuerza de convicción. Le hemos 



28 



concedido la gr.ioia de poder verla. Ella le contará 
a usted cual es mi propósito ... ¡ Nobleza obliga I 
Sabrá usted como debe conducirse maiíana. Tenpfo un 
plan, nada dcsagnidable para usted. (Gastón lo vuelve 
a mirar. Desconcertado). ¡No me mire así!... Sé 
lo que piensa . . . Piensa en su mujer . . . Pero no es eso, 
no es eso!... ¡Hermosa nuijer, la suya!... Los alema- 
nes, créame, no somos insensibles a la belleza! ¡Ab, pero, 
nada de violencia para el amor! El amor, debe ser sagra- 
do para un ario puro! (Ríe). No liemos tocado una sola 
mujer... Sin previo consentimiento, .se entiende! (Gas- 
tón cierra los puños). Entiendo su rcicción. Yo liarja lo 
mismo. (Ríe). Y, conste que si me conduzco así, es por- 
que estoy seguro de que usted no será tan tonto, de no 
salvar el pellejo, por un simple dato ... lo menos bélico 
posible... Casi le diré... galante... romántico (Ríe). 
La lucha tiene muchos aspectos. . . I-a ocupación, cambia 
de formas tácticas casi a diario, de acuerdo a las circuns- 
tancias. Quiere ser lo más leve posible, pero depende de 
ustedes. Dicen que podemos corromperles. Jamás un ale- 
mán ha corrompido conciencia alguna. (Gastón vuelve a 
levantar la vista y lo mira fijamente). El mundo, enve- 
nenado por los americanos, ha conseguido dar una fiso- 
nomía del pueblo alemán. Ahí tiene a París, intacto. ¿Qué 
más quieren? No odiamos a la civilización! Los yanquis 
la odian, porque no la tienen. El mariscal Petain y las 
mejores familias francesas, han comprendido qué es lo 
que les conviene. Los desorbitados, no! Pero ya van a 
comprender más tarde, quién es el enemigo en potencial 
¿Qué piensa usted de los americanos, sus aliados y pre- 
suntos salvadores? (Gastón- no se inninla). ¡Conteste! Si 
le molesta que hable de la familia, conversaremos de sus 
otros aliados. Los ingleses hipócritas ¿qué pueden propor- 
cionarle? ¡Nuevas guerras! ¡Serán aplastados! ¡Tiempo 
al tiempo! (Silencio de Gastón). Su mujer no es una 
colaboracionista, capitán, como la chusma llama a los fran- 



29 



ceses que tienen sentido de la realidad. Le hará una pro- 
posición que yo no puedo formularle. Queremos la paz, 
no deseamos derramar más sangre. Y menos la suya, Ca- 
pitán! Estamos frente a frente, dos hombres de una mis- 
ma clase. Conozco su origen y el de la señora. En la paz, 
pudimos ser amigos y confraternizar! (Gastón vuelve a 
mirarlo, desafiante). Sí, confraternizar. Defendemos idén- 
ticas formas de vida. ¡Ya odiarán ustedes al oso bolche- 
vique y al dólar de Wall Street! 

(Silencio). 
¿No quiere usted responderme? 

(Silencio). 

Su señora le dirá quién soy. (Al centinela en tono de 
mando). Haga p<isar a fraulein Gilbert Lefevrel 
(El coronel hace mutis. Se crusa con Dedé. Dedé se pre- 
cipita sobre Gastón. El la rechaza, pero no muy decidido). 

ESCENA II 

Dedé: Por favor, querido, tenemos poco tiempo. No seamos 
tontos! Te ruego que no pienses mal de mí. ¡Escucha! 
¡Pronto, escucha! 

Gastón: ¿Qué vienes a hacer? ¿Hasta cuándo jugarás esta 
siniestra comedia? 

Dedé: Oyeme... ¡Estás salvado, no te ejecutarán! Oyeme 
bien ... No es una promesa. Creían que sabías dónde se 
encuentran las joyas de la baronesa . . . Acabo de conven- 
cer al general de que tú, nada sabes . . . Para salvarte, yo 
les he dicho dónde están. . . y quién las esconde. 

Gastón : Lo que has hecho es una vileza. ¡ Basta, Dedé ! 

Dedé: No se trata de bienes de Francia. Son collares de per- 
las y diamantes de una mujer de mala vida . . . Son alha- 
jas de una perdularia. 

Gastón: Tú también lo eres, Dedé. ¿No te das cuenta? Te 
has puesto a su altura! 



30 



Dedk: ¡No, Gastón, no! Aprovechemos de este capricho del 
coronel . . . un capricho suyo, personal. La prueba es que 
no vas a ser fusilado... 

Gastón: Ahora quiero que me maten ¿comprendes? Quiero 
terminar con tanta inmundicia! ¡Déjame solo! No amar- 
gues mis últimos momentos. 

Dedé: ¡No "te van a fusilar, Gastón! ¡No vas a morir, mi 
amor! ¿Salics lo que es no morir? ¿No terminar? ¿Tener 
la posibilidad de ver a Francia como antes? ¿Volver a 
ser como eramos, como vivíamos? ¡Vivir, gozar de todo 
lo que es nuestro, lo que es hermoso! 
(Gastón se agarra ¡a cahcaa con ambas manos). 
No vas a morir!. . . No v.is a dejar de acariciarme, Gas- 
tón, de sentirme a tu l.ido. ¡Volveremos a estar juntos! 

Gastón : ¡ Retírate ! ¡ Ya no te quiero ! Ya no podría quererte. 
¡Prefiero terminar! ¡Déjame! 

Dedií: No es por mí, si prefieres... Es para que viva un 
hombre más en nuestra tierra. No sólo no morirás... 
(En vos cada ves más baja). Te van a dejar escapar. 
Me lo han prometido. ¡Te juro! 

Gastón: ¿Pero estás loca? ¿A qué precio? ¿No te da ver- 
güenza ? 

Dedé: Ya está lodo resuelto. . . todo. . . Déjame que te ex- 
plique... No tenemos más que el tiempo necesario... 
Por favor, no digas nada. Te juro por nuestro amor, que 
no miento, ni te he engañado... Mira, escucha... Lo 
que te propongo es como un sueño . . . Algo que me ha- 
ce... (Firme). Mira, tócame, acaricíame, siente como la 
piel se me eriza con sólo pensar en lo que vamos a ha- 
cer . . . Escuclia, escucha . . . Siénteme. ( Se lleva la mano 
al braao demudo). Siente mi piel, amor!... El coronel 
ya lo ha hecho una vez . . . Como no es posible revocar 
las sentencias de los condenados a muerte ... es cosa co- 
rriente entre ellos... ¡Escúchame! El coronel ha hecho 
cargar las armas con balas de fogueo... (Sorpresa de 
Gastón). Se oirán las detonaciones; tú simularás caer de 



31 



bruces. ¿Comprendes? Como si rodases acribillado... 
Pero quedarás con vida... (Desden de Casión). En se- 
guida, vendrán las camillas a recoí^erlc. Y te conducirán 
a la morgue. Allí estará esperándote otro ... un . . . 
(No se atreve a decirlo). 

Gastón : ¡ Sigue, sigue!. . . ¡No entiendo que quieres decir!. . . 
¡No entiendo nada! ¡Es terrible! 

Dkdí: : Un cadáver ... el cuerpo de un fusilado . . . ese cuerpo 
saldrá en tu lugar ... Tú escaparás después . . . Nos reu- 
niremos en el castillo. . . Todo está preparado. . . (El 
quiere hablar). No me interrumpas! (Le tapa la boca con 
la mano). Creo que el coronel desea demostrarnos que 
son magnánimos. Y ya es tarde para decir que no ! . . . 

Gastón: Has caído en otra trampa, estúpida! ¿No ves que 
juegan contigo? 

Dudé : Estás equivocado, Gastón ... El dice la verdad . . . No 
vas a morir, ¿comprendes? ¡No vas a morir! 
(Gastón hace gestos negativos). Escucha... Conocemos 
poco a estos militares. No sabemos de lo que son capaces. 
Recuerda, Gastón, recuerda bien lo que debes hacer cuando 
oigas la descarga ... No perdamos tiempo. Prométeme 
que lo harás, amor ! Ésto ha pasado otras veces ... ¡ Te lo 
aseguro ! 

Gastón: ¡Es imposible, Dedé, imposible! (Angustiado). Es- 
toy resuelto a morir! ¿Cómo quieres que me preste a esa 
farsa? ¡Dime! ¿Cómo? ¡Un militar! ¡No, no! ¡Déjame! 

Dedé: Por favor, salva tu vida, sin que por ello 'tengas que 
avergonzarte ! . . . ¿ Sabes lo que me pregimtó el coronel 
antes de proponérmelo? 

Gastón : ¡ Termina ! ¿ Qué ? 

Dedé : Si eras valiente ... Se necesita, me dijo, mucho valor, 
mucha entereza, para sobreponerse en semejante momento ! 

Gastón: ¿Para un acto así? ¡Qué idiotas! 

Dedé: En fin, lo cierto es que no vas a morir, Gastón. Com- 
préndelo de una vez! 



32 



(Pausa. Gastón mira como a la lejanía). 

Gastón: ¿Crees que puedo solicitar un confesor? 

Dedé: No hablé de ello... ¿Lo necesitas ? 

(Gastón se golpea la palma de la mano con el puño ce- 
rrado). 

No sabía que eras creyente. Nunca me lo dijiste... Es 
extraíío ... ¡ No Vcis a necesitarlo ! ^ 

Gastón: Es que la muerte... la muerte!... (Deja caer la 
calesa). ¡Viene la muerte! 

Dedé: No vas a morir fusilado, Gastón. ¡No van a fusilarte! 
Sólo te pedimos que guardes las formas, que resistas el 
terrible momento... ¿comprendes? Es una salida que 
ellos tienen y que no es la primera vez que la practican . . . 
(Silencio de Gastón). ¿Me prometes, querido, me prome- 
tes salvarte? ¿No me dejarás sin tu piel adorada, sin tu 
calor, sin pascar a las orillas de un río, antes de que los 
dos muramos. . : La guerra no puede ser interminable. . . 
hablan del fin . . . Prométeme, Gastón ... Sé valiente, amor 
mío ! 

Gastkn : ¿Valiente? ¿Valiente para rcali/.ar una farsa? 
Dedí:: Así lo creen ellos... Por e.so me preguntaron si po- 
drían contar contigo. 
Gastón : Antes quiero hablar con el confesor. 

Dedé: Prométeme que vivirás, amor mío! Volverás a las filas, 
y lucharás de nuevo. . . Se necesitan hombres. . . 

Gastón : Te repito que es una farsa, Dcdc, una farsa sinies- 
tra, una horrible, comedia!... ¡Déjame morir tranquilo! 
¡Vete, vete!. . . Te engañan y no quiero que me engañen 
a mí ! . . . 

Dedé: (Abrasándolo. Lo acaricia). Tu cuerpo no puede cu- 
l)r¡r.se de sangre!... P>ésame, bésame... hasta mañana, 
Gastón... (No la besa). 

Gastón: Voy a morir, Dedé, ¿comprendes? ¡A morir! Estoy 
resuelto! (Cae en un sacudimiento de nervios). 



33 



ESCENA III 



(El centinela se detiene en la puerta, de golpe). 
Cüntinela: Señora... Ha terminado la entrevista. 
Dedé: No vas a morir, Gastón!. . . Es horrible morir. . . Es 

horrible ! 

(Gastón, impresionado con aquellas palabras). 

Gastón: Pero, ¿cómo creerles, Dedé? Jamás he oído hablar 
de semejante coartada. Es absurdo. ¡No les creas! 

Dedé : A mí nunca me hablaron de una Francia ocupada ! . . . 
Nunca se creyó que caeríamos vencidos . . . Nadie me dijo 
que un día ilm a tener que soportar a los alemanes ... Y 
sin embargo yo comprendo que es posible salvarte ! . . . 
Teresa me ha dicho que para mí no hay imposÜDles! Ella 
me ha dado ánimo. Tienes que creer, Gastón. No serás 
fusilado. Yo esperaré que vengas a buscarme . . . 

Gastón: (Con un suspiro) Bien... Será como tú dices... 
Veremos qué pasa. . . Pero si muero quiero que. . . 

Dedé: (Lo besa en la boca) Cállate, cíillatel Gastón... ¡no 
morirás ! 



ESCENA IV 

El coronel en la puerta. 

Coronel: Madame... Debe retirarse... 

(Gastón de espaldas al coronel y a Dedé. Mira en alto 
con las manos tomadas atrás, angustiado. Dedé lo con- 
templa un segundo y hace mutis). 

Coronel: Reclamo de usted, capitán, presencia de ánimo y 
coraje. Si el servicio religioso puede serenarlo, tendrá la 
visita del confesor de la iglesia católica. A veces, es un 
recurso para la desesperación. Respetamos las creencias, 
capitán I 

(Gastón, de espaldas, no contesta). 



34 



Coronel: (En voz más alia). Cuando un caballero dirige la 
palabra a otro caballero, es una grave incorrección colo- 
carse de espaldas. (Pansa). La vida es larga, capitán Le- 
fevre! ¡Puede ser muy larga! ¿Entendido? 
(Gastón gira el cuerpo y mira en silencio al coronel). 

Coronel: ¡Mercí, capitán Lefevre! ^ 



TELON 



35 



ACTO TERCERO 



Ln misma csccnci que en c] primer acto. Pocos 
cambios. El balcón con los cortin<idos corridos. 
Dcdc, viste con ropas obscuras. Ha cambiado un 
tanto su arreglo, su físico. Aparece deprimida y 
sumamente nerviosa. Cierto desaliño en su ropa, 
visible desorden en el cuarto. Al levantarse el te- 
lón, se la verá entrar fumando. Apaga un cigarri- 
llo, enciende otro. Bebe de un vaso que estaba ser- 
vido y vuelve a llenarlo. Luego va a buscar algo 
en uno y otro cajón, con nerviosidad. Se asoma a 
la puerta y golpea con las manos. Dus rápidas pal- 
madas. Aguarda. Como no acuden, vuelve a llamar 
con violencia. Registra nuevamente los muebles. 

ESCENA I 

Entra Berta, una mujer gorda, de negro, antipática, de 
marcado tipo germano. Hablará con acento alemán. Se detiene 
cu la puerta, sin que Dedé se dé cuenta de su presencia. Cuan- 
do Dedé vuelve la cara con intención de llamarla, gesto de 
sorpresa de ésta. Avanza hacia Dedé, lentamente. 

Dedé: La he llamado tres veces, Berta. Necesito. . . (Berta le 
corta la frase). 

Berta: Perdone, usted llamó dos veces, madame. (Dedé, en 
silencio, la mira apretando los puños, conteniéndose). 

Dedé: El sobre que dejé en este cajón. (Lo señala). ¿Dónde 
está? 

Berta: El sobre que busca no estaba en esc cajón, madame. 
Estaba en éste. (Lo señala). Pero yo lo he llevado al des- 
ván, porque ahí guarda usted sus papeles personales. 

Dedé : Yo no me refiero a un sobre cualquiera . . . Quiero . . . 



36 



Berta: (La interrumpe) Ya lo sé, madame... Usted busca 
el que contiene un retrato . . . Por eso, lo llevé al des- 
ván... No le conviene tener retratos de amigos france- 
ses... Es más prudente conservarlos en ^1 desván . . . 

Dedé: Es cosa mía... Traiga ese sobre. Y no se llevará de 
aquí nada sin mí consentimiento . . . 

Berta : Así lo haré, madame ... No me gusta contrariar a 
los señores, pero como en estas épocas se requiere 
orden, cuando veo un error, trato de corregirlo . . . 
Si madame lo permite ... iré a buscar ese sobre . . . 

Dedé: Vaya en seguida. 

Berta: Con su permiso. 

(Dedé la sigue hasta la puerta. Arroja la colilla. La pisa, 
haciendo girar el pie y da muestras de cólera golpeando 
con un puño en el muro. Cierra con violencia el ventanal 
que da al valle. Enciende otro cigarrillo. Golpean. Dedé 
no se da cuenta. Vuelven a golpear en la puerta. Ademán 
nervioso). 

Dedé ¡Sí, adelante! 

Berta: (Abriendo lentamente la puerta. Trae el sobre en la 
mano) ¿Se puede? (Alarga el sobre a Dedé). Si madame 
no me necesita, debo ir al pueblo, en busca del correo. 

Dedé: ¿Qué correo? 

Berta : Mis cartas vienen dirigidas a la Cruz Roja ... Y hoy 

es el día señalado. 
Dedé: ¿De dónde recibe usted correspondencia? 
Berta : De París, madame . . . Sabrá disculparme, pero es el 

único día que puedo dejarla libre. . . (cambio) es decir. . . 

que estoy en condiciones de ir al pueblo . . . Desde que me 

pusieron a su servicio, no he salido. 
Dedé: Hoy h.ice. . . (Calculando, más severa). 
Berta : Cuatro semanas, más de un mes, madame . . . Todos 

los meses voy a tener que dejarla sola. . . El Coronel no 

permite que vengan a 'traerme las cartas ... Y, a lo mejor, 

voy inútilmente. . . Tal vez mi hijo no pueda escribirme. 



37 



Dedé : ¿ Su hijo ? ¿ Tiene un hijo en París ? . . . 

Berta: Y una hija. . . en Bcrh'n. . . madame. (Ambas se mi- 
ran, en silencio). Mí hija trabaja en una usina. Mi hijo 
es soldado, nada más . . . 

Dedé: Pues... puede usted ir... no me importa... no se 
preocupe por mí. . . 

Berta: Comprendo. Ya lo sé, madame, comprendo, ya lo sé... 

Dedé: Cómo lo... (Se detiene. La mira. Berta con mirada 
estúpida, inquiere). 

Berta: ¿Cómo lo sé, madame? (Silencio de Dedé). 

Dedé: (Luego de una pausa marcada) No es eso lo que quería 
decir... (Confundida). ¿Decía que cómo... sabe usted 
que tendrá cartas ? En este momento, nada es seguro . . . 

Berta: Desde tres meses atrás espero esta fecha. Es para mí, 
la vía más segura. Llegan medicamentos. Mi hijo man- 
dará sus noticias por intermedio de un amigo médico. . . 
(Pausa). ¿Puedo retirarme, madame? 

Dedé: Sí, sí. . . ¿Y regresaría?. . . ¿cuándo? 

Berta : Imagine usted, madame, cinco millas a pie . . . salvo 
que encuentre algún auto patrullero. Y, así mismo. . . a 
pesar del salvoconducto del Coronel, prefiero no hablar 
con nadie. Cinco millas de ida, cinco de vuelta... El 
tiempo que pase allá abajo. . . Hasta la hora de la co- 
mida ... no podré regresar . . . 

Dedé : Tómese el tiempo que quiera . . . Esta noche me acos- 
taré sin comer . . . Me han hecho mal esas conservas . . . 

Berta : Y a mi también, madame . . . Pero, ¡ qué le vamos a 
hacer ! Peores alimentos comen los soldados ... Y ya 
vé... (Leve sonrisa de Berta). ¿Puedo retirarme? 

Dedé: Sí, y tómese el tiempo que quiera. . . 

Berta; (En alemán) ¡Hasta la vista! 

(Dedé la sigue. Cierra la puerta. Espera que se haya ale- 
jado y echa a llorar. Se dirige al. pequeño velador donde 
dejó el sobre. Lo abre. Es un retrato. Lo contempla, un 
instante). 



38 



Dedk: ¡Oh, Gastón, Gastón! (Solloza). Tu piel, mi querido... 
¡Tu piel! (Camina con la fotografía hasta el balcón. Co- 
rre el cortinado. Se .^eca la.s lágrimas. Asomada, mira 
hacia ahajo, hacia el camino. Se snpoíit que observa el 
paso de Berta. Enciende un cigarrillo. Cuando va a alum- 
brarlo, suenan golpes rápidos en la puerta. Corre, frené- 
tica, pero antes, se detiene y se observa en el espejo). 
¡Gastón! (Corre). 



ESCENA II 

(No bien abre la puerta, entra Teresa, como si viniese 
huyendo. Teresa cierra la puerta y hace correr el cerrojo). 

Teresa: ¡Señora, señora! ¡Felizmente se ha ido! ¡Tres días 
tirada en el p.'istizal crecido! ¡Sola, señora, sola! ¡Con el 
perro que me reconoció y estuvo siempre a mi lado ! ¡ Ben- 
dito sea! ¡Déme u.sted agua, señora, agua!. . . ¡Sol.imente 
un poco de agua!. . . (Cae, vencida, a sus pies). ¡Agua! 

Dedi': : Pero ¿ por qué, por que estás así ? . . . Te di por per- 
dida... creía que estabas lejos... (Busca un botijo de 
agua y le da de beber ayudándola) . 

Teresa: (Bebiendo, con temblores, apoyada) Sí, sí, fui lejos, 
lejos... Híice un mes que me arrastro, señora. (Bebe). 
Que voy de un lado a otro... he andado mucho... 
mucho y . . . estoy . . . 

Dedé : Bcl)c con cuidado ... Te puede hacer mal . . . Despacio, 
despacio. Así, así. (La ayuda). Despacito. . . Con pe- 
queños sorbos . . . ¡ Oh, Teresa ! ¿ Por qué me habrás de- 
jado sola? 

Teresa: (Respira, vuelve en sí) ¿Y el señor Gastón? El señor 
Gastón, ahora lo sé, no me lo hubiese perdonado ... A 
mí, no me puede perdonar . . . 

Dedé: Apenas lo he visto un instante. . . Vendrá, vendrá. . . 
pero no se cuándo. Creí que era él. Lo salvé de la muerte... 



39 



¡ Está a salvo, Teresa ! . . . Por lo menos, no lo han fu- 
silado. 

Teresa : El no me perdonaría ... Yo soy de las que no tienen 
gracia . . . señora . . . No quiero verlo, ni quiero que me 
vea. Además . . . 

Dedé: ¡Calma, Teresa, calma! Bebe otro poco y quédate un 
instante sin hablar. . . Ven, acuéstate en mi cama. Nece- 
sitas rci)Oso. (La ayuda a sentarse en la otomana), listas 
deshecha . . . descansa. Hablaremos más tarde si quieres . . . 

Teresa: ¿Por cuánto tiempo se ha ido esa perra? La vi salir 
y empecé a arrastrarme hasta aquí. 

Dedé : No volverá hasta la noche. Y no la veré hasta mañana. 

Teresa: ¿Qué ha ido a hacer esa perra nazi? 

Dedií: Fué a buscar una carta de su hijo. La vi alejarse por el 
balcón. No tengas miedo. . . 

Teresa: Yo no tengo miedo, señora... de nadie. (Pansa). 
Esa espía, no puede tener hijos . . . ¡ miente ! 

Dedé: Eso es lo que me dijo. . . 

Teresa: No encontraba el momento de entrar... Necesitaba 
verla, señora. 

Dedé: Gracias por haber venido. Así no pienso mal de ti. 
Ojalá regrese Gastón... Le gustará Verte... verás que 
te equivocas. 

Teresa: ¿Ah? ¿No? ¿Señora? ¡No! Ahora sé que me ma- 
taría ... A usted no, a mi sí . . . ¡Si él vuelve es mi muerte ! 
Ahora lo comprendo bien. ¡Estoy segura! 

Dedé: Trata de descansar, no hables. 

Teresa: Además. . . señora. . . (titubeante) casi es mejor que 

yo no le vea. . . no quiero verlo aquí. 
Dedé; ¿Por qué? ¿No quieres saber» que está con vida? 
Teresa: Preferiría saber que ha muerto. Como mueren los 

soldados. 
Dedé: ¿Que estás diciendo? 

Teresa: ¡Eso que oyó, señora! Que debe morir como soldado. 
Si le viese aquí creería . . . 



40 



Dedé : Yo le salvé la vida . . . ¡ Está a salvo ! 
Teresa: (Precipitándose) Señora, no lo dicfa usted otra vez, 
porque . . . porque ... 

(Dedé la mira a Teresa que, erguida en la olomana, la 
mira desafiante). 

Dedé: Estás desvariando, vuelves a tus desvarios, Teresa, 
Estás celosa. Siempre has sido celosa. ¡Qué tonta! Recién 
hoy empiezo a comprender tus celos. . . He pensado en 
ellos todos estos días. 

Teresa : Sí, y yo también, recién ahora empiezo a comprender 
muchas cosas . . . Pero . . . para comprender, señora, tuve 
que arrastrarme días y noches. Andar con los gatos por 
los albañales, señora. Arrastrarme en toda forma. Y, a 
medida que sufría, cuanto más hambre tenía, cuanto más 
padecía, mejor veía a mi alrededor. . . No anduve sola 
señora ... No anduve sola ... ¡ no, no ! Eramos cientos 
los que nos arrastrábamos, y eso . . . ¡ hace bien, mucho 
bien ! 

Dedé: ¿Qué? Anduviste entre los que saquean? 

Teresa: (Poniéndose de pie) Como siga hablando así, señora... 
me voy y no volveré a verla jamás. . . ¿me oye? j Nunca 
más! No quiero tener que odiarla, señora. . . 

Dedé: (Asustada) Pero... Por lo menos, explícate... ¿qué 
has hecho? ¿Por qué te fuiste? ¿Dónde has estado? 

Teresa: Cuando me fui. . . tal vez me fui por celos. (Pensa- 
tiva). Tiene usted razón. . . Las criadas, somos celosas. . . 
Tenemos cariño a quienes servimos y en muchos casos, 
terminamos por adorarles . . . Ustedes, también . . . s<iben 
hacerse querer y hasta nos toman cariño. . . para que les 
sirvamos mejor. . . Es humano, señora. Yo no lo sabía. 
Ahora lo sé . . . Recuerdo que cada regalo de su hermana, 
fué para que le ocultase algo. . . algo feo. . . Ella siempre 
quería saber cosas mías, para poder protegerme . . . 

Dedé: (Enérgica) ¿A qué sales ahora con esas estupideces?. . . 
Terminemos de hablar del pasado . . . 



41 



Teresa : ¡ No ! ¡ No ! No son estupideces . . . Muchas señoras 
hacen eso, como si fuesen... (titubea) como... le di- 
ría... profesionales... como si el ser señora fuese un 
oficio que se aprende. . . 

Dedé: ¡Estás hecha una sabihonda! ¡Repites una lección que 
te han enseñado ! Se ve a las claras . . . 

Teresa: Yo so.spechaba eso... y mucho más... Pero antes, 
señora, no me animaba a pensarlo. . . en voz alta. . . Vino 
la guerra, y como si me hubiesen colocado irnos lentes de 
aumento, empecé a ver muchas cosas... Nos entrevera- 
mos los unos con los otros. . . En estos días, he conocido 
gente que volvía de París, contando cosas que yo no sal)ía. 
Paisanos míos, de por a((ui... (¡uc antes apunas habla- 
ban ! Para eso sirve la guerra . . . para ver claro todo . . . 
señora. Paisanos míos que ahora les falta una pierna o 
un brazo y que hablan . . . señora, ¡ como doctores ! Y un 
doctor de Beaulieu que antes me miral)a como a las sir- 
vientas, el otro día me trató como a una igual. . . Nosotros 
hemos salido ganando, señora. . . 

Dedé: Pero descansa, Teresa, descansa. (La acaricia). ¿Quie- 
res comer algo? ¿Te traigo un poco de pan negro con 
miel ? . . . 

Teresa: Casi le diría que es mejor tener hambre. .. Yo en- 
tiendo mejor, con la barriga vacía. . . (Como iluminada). 
¡Mucho mejor! 

Dedé: (Hace ademán de salir) Voy por un poco de pan... 
aguarda, siéntate . . . 

Teresa: No. . . (La toma por la cintura). Lo devolvería, se- 
ñora. En la vieja huerta del castillo, halle unas verduras 
de la estación . . . Estaban tiernas . . . recién brotadas . . . 
Si se las busca entre la maleza, se las encuentra más tier- 
nas todavía . . . No me traiga nada, gracias, señora Dedé. 
No necesito comer para luchar. . . 

Dedé: ¿Luchar? 

Teresa: Sí, luchar, pelear. (En vos baja). ¡Sabotear!... 
Cortar caños de las aguas corráentes, dejar sin víveres a 



42 



los invasores, descarrilar trenes con tropas; arrancar dur- 
mientes, señora. ¿Vé estas manos ? '^j Estas son las manos 
limpias!... Ya saben elegir el cable del telégrafo por la 
parte que se puede cortar, tanteando en la oscuridad... 
Pueden desinflar neumáticos de un pinchazo, agujerear 
tanques de nafta, mientras se pasa de largo, como quién 
no quiere la cosa. ¡ A mano limpia, seííora ! ¡ En pocos días, 
se aprende mucho! ¡En pocos días se dan los milagros! 
¡Todos resultan maestros! jY qué maestros aparecen 
entre las gentes del pueblo ! ¡ En seguida,, una se olvida de 
todo lo demás, de lo que no sirve para nada, señora, todo 
lo que nos ha sun>ido en la vergüenza! 
Dedé: (Confundida) No puede creer que hayas hecho tantas 
cosas . . . 

Teresa: Y muchas otras, señora. Algunas da miedo pensar 
en ellas, después de hechas. Pero al ir a hacerlas, ¡qué 
esperanza! Al meterse bajo un puente, al andar con el 
agua a la cintura y una mecha en la boca ... ¡ no se sienten 
nada más que ganas de terminar bien ! Escuche, señora, 
es tan lindo que parece que uno recién empieza a vivir. 
Parece que Dios le ha facilitado unos brazos nuevos, unos 
ojos nuevos ! ¡ Prestados, de otro ... no sé, pero nuevos ! 

Dedé : Pudiste hacerlo antes . . . Nadie te lo prohibió. ¿ Por 
qué no te pasó eso antes, vamos a ver ? . . . 

Teresa : Señora . . . usted no tiene por qué saberlo . . . pero la 
servidumbre, es como una cadena. (Gcsio desdeñoso de 
Dedé). No se enoje, señora. Usted nunca me tuvo en- 
cadenada. Usted es demasiado hermosa para ser mala. Me 
hizo sentir su cariño... Pero, ese cariño, señora, fué lo 
peor que usted me dió. Lo peor que me podía haber dado ! 

Dedé: ¿Con quién te juntaste? ¿Quién te dijo tanta maja- 
dería ? Esas, no son palabras tuyas ... j También te las 
han prestado! 

Teresa: (Extrañada) Sí, señora, pero no me lo ha dado una 
sola persona! ¡Esta es la diferencia! ¡Lo que yo aprendí 
me lo enseñaron cien personas distintas a la vez! Una 



43 



muchacha periodista que vi morir en una manifestación; 
una negra mutilada de la Martinica; el médico que me 
acomodó el brazo cuando nré lo saque, al caer de un poste 
telegráfico ! Un panadero que me escondió en su casa . . . 
en su cama. . y claro, como soy fea, no me hizo ni una 
sola caricia. Un maquis, señora, que me hizo mujer en las 
ruinas de un cementerio. . . (Pansa). Usted sabe muy bien 
que nadie me había tocado ... ¡ y me tomó un maquis, del 
que no sé ni su nombre de pila!. . . Un viejo que se hizo 
el ciego para hacerme pasar por su lazarillo y que murió, 
a mi lado, las otras noches, gritando: ¡Viva Francia! 
¡Todo eso que yo le digo, no me lo contó una sola per- 
sona! 

Dedé: ¡Cuántas cosas te han sucedido, Teresa! Me da pena 
oírte . . . ¡ Seguramente, algunas las habrás soñado ! 

Teresa: (Se le aproxima colérica) ¡No, señora, no! Entre esa 
gente. . . todos sueñan lo mismo. No hay un sueño para 
cada uno, señora. . . No se inventa nada, nada, ¿entiende? 
Nadie dice: "voy a arrancar un durmiente" y se queda al 
borde de la vía simulando hacerlo. . . Porque todos espe- 
ran que descarrile el tren ... y el tren descarrila ! . . . ¡ No, 
señora, no soñé todo esto! Ahora ya no sueño más, por- 
que ahora durante el día, me pasan cosas que parecen 
sueños ! 

Dedé: (Confundida) ¿Estarás contenta, entonces? 

Teresa : Sí, señora, sí . . . | muy contenta ! Y vengo a buscar- 
la .. . quiero que usted salga conmigo, señora. Estamos 
gastando la segunda s.ingre... la que necesita la resis- 
tencia. 

Dedé: Yo no entiendo de esas cosas. No nací para esa clase 
de luchas ... i No tengo fuerzas, Teresa ! . . . 

Tekesa: y, ¿usted cree que yo las tenía? Señora, cuando éra- 
mos niños, una vez nos fuimos a las manos con su her- 
mana. Ella no sólo me pudo... me dejó tendida en el 
jardín de su casa!. . . Usted lo recuerda, señora. Siempre 
se reían contando la pelea. Ella era más fuerte que yo. 



44 



Dedé : Pero ... yo no soy como mi hcrnianu . . . 

Teresa: Una vez en Beaulicu, señora, yo la vi a usted (Vio- 
lenta) desmayar a la señorita Jacqueline con un golpe de 
raqueta! ¿Recuerda? Se peleaban por ini muchacho que 
les gustaba a las dos. 

Dedé: ¿Qué resuelves con e.sos recuerdos? (Despectiva). ¿Eh? 
jVaya una solución! ^ 

Teresa: ¿Que qué soluciono? Yo no resuelvo nada, señora. 
Es usted quien debe resolver, no yo . . . Yo, ya sé lo que 
tengo que hacer, porque ahora no estoy al servicio de la 
familia Fourcadc Gilbcrt! 

Dedé: Has hecho bien. Pero debes recordar que nunca te quise 
tener por la fuerza. No puedes reprocharme nad.i. Cuan- 
do te dalia mis vestidos, casi nuevos, ¿recuerdas? ¿qué te 
decía al verte transformada? ¡Responde! 

Teresa: Que me buscase un novio y me casara. ¿Cree, seño- 
ra, que soy ingrata y puedo olvidarlo? Las mujeres de 
mi condición, tenemos muy buena memoria . . . Pero aque- 
llos hermosos vestidos, con sus formas, con su perfume, 
casi con su calor... me hacían olvidar mi condición! 
Cuando llevaba puesto un traje suyo me sentía feliz, go- 
zaba con sus encantos. . . Sí, gozaba, me sentía otra, ma- 
reada . . . 

Dedé: ¿Estás loca? ¿Gozar con mis encantos? ¿Sabes lo que 
dices ? 

Teresa : Señora, no sea mal pensada, se lo suplico . . . No es 
lo que usted piensa... ¿Recuerda su amiga la duquesa, 
aquella señora rubia o.xigcnada. . . af|uella duquesa más 
vieja que Matusalem, f|ue me jiedía las mezclas de per- 
fumes que usted hacía . . . para poderla recordar ? No es 
el mismo caso. . . Se equivoca, señora. . . 

Dedé: ¡No hables así! No hables de esa pobre in feliz, una 
vieja degenerada . . . 

Teresa: Pero no era vieja, señora, la hija del banquero... 
«aquélla que me pagaba para que le dijese donde iba usted 
por la noche y con quienes salía. . . 



45 



l^EDÉ: Es lo único que me faltaba ahora. (Fastidiada). ¿Que 
te acordases de esas historias ! . . . ¿Es para prei)arar la 
vuelta de Gastón? 

Teresa : No, señora. Yo no veré al señor . . . No lo veré aquí. 
Estoy "Segura. 

Dedé: (Cambio. Angustiada) ¿Crees que no vendrá? 

Teresa: No puedo asegurarle nada, señora. Yo sé cómo era 
el señor . . . desgraciadamente no sé cómo es él, después 
de la ocupación. Habría que hablar con él para saber lo 
que piensa. Pero yo no quiero verlo, prefiero imaginarlo 
muerto, antes de verlo aquí . . . 

Dedé: Pero vendrá. Y, tal vez como tú, espera un momento 
como éste. . . (Se asoma al balcón). Debe rondar el cas- 
tillo. 

Teresa : Lo que me ha costado, venir a buscarla ! Tres noches, 
señora, inmóvil, tirada en el jardín, entre ratas muertas! 
Dedé: ¡Uf ! ¡Qué horror! ¡Qué asco! 

Teresa: (Lauca una carcajada) ¿Asco? ¡Ja, ja, ja! ¿Asco, 
sentir que las ralas nos roen las suelas? ¡Ja, ja! Yo sé 
de un maquis, que se salvó bebiendo el orín de una mu- 
jer. . . Y, esto me lo dijo ella sin darle mucha importan- 
cia. Era la única forma de matar su sed (Pausa). No de- 
bía hablar de ellos. (Patética). Un mes después los des- 
cubrieron levantando durmientes y los mataron allí mis- 
mo ! . . . 

Dedé: Cuando se quiere, se hacen cosas peores. . . 

Teresa: No crea que se amaban, señora, como usted piensa. 
Así no se querían. No tenían tiempo. ¿Es que usted 
cree que nuestra gente, tiene tiempo de hacer el amor? 
No saben buscar nada más que una cosa: la victoria, se- 
ñora ! . . . Aunque le parezca raro, apenas si hay "tiempo 
para morir o para ver morir ! 

Dedé: Cada uno, sufre de acuerdo a lo que es, a lo que puede 
sentir. . . Sin ir m.ás lejos. . . yo, por ejemplo. ¿Crees que 
esperaba en mi vida que iba a tener que simular llanto 



46 



sobre el ataúd de un liombre que no' conocía, sobre un 

cadáver en plena descomposición? 

(Teresa se da vuelta de golpe y la mira interesada). 

Teresa : ¿ Usted, señora ? (Teresa cambia el sitio de un revól- 
ver que lleva entre las ropas). 

Dedé: Sí, yo. . . yo a la que tú juzgas incapaz de nada he- 
roico! (Dedé observa a Teresa). 

Teresa : No es que crea ... no he dicho nada, señora . . . 

Dedé: El día que te fuiste, debían fusilar a Gastón. Se hizo 
un simulacro, no cargaron las armas. Tuvo que arrojarse 
al suelo para salvarse. No perdió la vida. Era la única 
manera de cumplir la sentencia. 

Teresa: ¿Y qué pasó? ¿No lo fusilaron? 

Dedé: Debió simular su muerte. Y para que todo tuviese apa- 
riencia de verdad, del depósito de cadáveres sacaron a un 
muerto. A esc cuerpo, ya descompuesto, fui a enterrarlo, 
a llorar sobre su cajón... (Se detiene. Hace arcadas), 
¡Qué asco! ¡Qué miseria! ¡Qué repugnancia! Tuve que 
orar sobre .su ataúd. Lo enterramos con el viejo sepultu- 
rero que no cesaba de consolarme! Cada vez que lo re- 
cuerdo me vuelve el olor a las narices, el olor a podrido, 
por eso fumo como una condenada! Cuando Gastón lo 
sepa, recién sabrá lo que he hecho para salvarlo de la 
muerte ! 

Teresa: ¿Y eso le parece algo... algo muy grande? Seño- 
ra... Hay gente que ha dormido en las cunetas, con un 
cadáver de cada lado! 

Dedé : ¡ Qué horror ! Ves, ves . . . ¿ Cómo quieres que yo te 
acompañe ? 

Teresa: ¿Y yo? ¿C'rce que antes, algima vez dormí entre ca- 
dáveres? ¿Yo, (|ue no podía ver a un hombre feo? ¿Yo 
que perdí la virginidad entre las tumbas revueltas de un 
cementerio? j Por favor, señora! ¡No cuente tonterías! 

Dedé: ¡Es otra cosa, es otra cosa! (Nerviosa) ¡No me puedes 
comprender! ¡Es otra cosa! ¡No me hagas daño! 



47 



Teresa : Yo no quiero hacerle daño, señora ... Yo no tuve 
familia. . . pero puedo saber como es usled. Usted es co- 
mo una hermana mía, pero favorecida i)or el dinero . . . 

Dedé: ¡Teresa! (Sumisa). Casi eres mi hermana. . . Mi padre 
te quería tanto . . , como a nosotras ! 

Teresa : Sí, me quería mucho ... No voy a negarlo ... A. 
veces me decía bromeando : "Eres mi hija fea" . . . 

Dedé : El nos enseñó a quererte . . . 

Teresa : Ustedes iban a París ... y yo me quedaba en provin- 
cias . . . Esa era la única di f erencia, ¿ no ? 
( Se- oye el mido de un automóvil. El golpe de una puerta 
que se cierra). 

Dedí:: (En voy mii?; baja) ¿Será Gastón? ¡Es Gastón! 

Teresa; (Segura) No. No es el señor. No es el señor. ¡Es- 
cóndame usted, señora! 

Dedé: ¿Quién puede ser? 

(Afuera se oye el motor de un automóvil). 

Teresa: ¿Dónde? ¡Ah! (Exclama y se precipita detrás del 
cortinado). 

Dedí:: ¿Qué haces? ¿Para qué? ¡Es Gastón! 
Teresa: Déjeme, señora. . . Yo sé. . . yo sé. . . No se preo- 
cui)e . . . 

(Se esconde tnu del cortinado. Suena en la puerta un 

llamado discreto ) 
Dedé: ¿Quién es? (Esconde la copa de agua). 

(La voc del Coronel, fuera). 
Coronel: (Fuera) Soy yo... ¡Abreme, Dedé! 
Dedé: Un momento. . . l"!spera (|ue me arrej^le. . . 

(Transcurren unos segundos. Dedé se encamina a abrir, 

miraiulo hacia donde se ha escondido Teresa). 



48 



ESCENA III 



Coronel: (Dando muestras de gran f aliga). ¡AI diablo que 
cuesta cumplir con la belleza! (Se le acerca, la toma por 
los hombros). ¡La fascinante Dedé! ¡Así te llama el Ge- 
neral Von Rutestadt! ¡La mujer fascinante! 

Dedic: ¡Al fin se te vé la cara! 

(Se oye un automóvil que parte). 

Coronel: ¡Solos, al fin solos, dirás mejor! ¡Solos en un mag- 
nífico castillo francés! ¡Si me toco para cerciorarme si 
soy yo el que vive este hermoso momento o estoy soñando! 

Dedé: ¡Siéntate! 

Coronel: ¿Sentarme? Eso es poco, querida, poco, poco, muy 
poquito ! 

(Dedé se aleja de su alcance). 

Coronel: ¡Como Hernán Cortés, acabo de quemar las naves! 
Berta no vendrá hasta mañana. El castillo, estará custo- 
diado durante toda la noche. Dormiré a tu lado como un 
verdadero vencedor. Ya lo verás. Me lo tengo ganado! 
(Empicha a quitarse el cinturón, las armas, etc.). 

DEDit: ¡Y yo, te anticipo que tengo un dolor de cabeza, te- 
rrible! ¿No tienes noticias buenas. . . que darme? 
(El Coronel va sacándose la ropa). 

Coronel: ¿Noticias buenas? ¡Y claro, claro que tengo buenas 
noticias! ¡A una mujer como tú, siempre hay que darle 
buenas noticias ! Tu belleza lo exige . . . ¡ Pero, acércate, 
Dedé, me gusta poco contar las cosas en voz alta! ¡Ven! 
¡Cerca mío! No tiene gracia una entrevista así... (Ella 
se le aproxima). 

Coronel: ¡Qué esplendor! ¡Mereces un hombre más valiente 
que yo todavía, un héroe, capaz de exponer sus galones, 
para merecer tu sonrisa! ¡Posees una fuerza increíble! 
¡ Un poder extraordinario ! ¡ Las cosas que puedes hacerme 
ejecutar ! ¡ Inaudito ! Porque esa treta, te aseguro que sólo 
por una mujer como tú, se puede llevar a cabo. ¡Un si- 
mulacro de fusilamiento! 



49 



(Dedé permite que le tome una mano). 

Dedé: ¿Resultó todo bien, no es cierto? 

Coronel: ¿Cómo quieres que resulte, sino bien? ¡Nada de lo 
que hacemos nosotros, estará jamás mal hecho! ¡Lo pen- 
samos muclio, querida ! ¡ Métete eso en la cabeza ! i los ale- 
manes no improvisamos nunca! Eso lo dejamos para las 
razas impuras . . . Las fantasías, no son nuestro fuerte . . . 
¿Me das un beso? ¡Un beso y una copa de calvados! 

DiíDÍ:: Ya tendremos tiempo. . . (Dedé abre el bargueño y saca 
una botella y un vaso, luego lo sirve). 

Coronel : Eso es hablar bien ... Te reconozco dotes únicas 
para elaborar los sueños . . . sabes hacer soñar . . . Lindo, 
linda promesa: "Ya tendremos tiempo" . . . Así habla una 
mujer que domina los campos de plumas. (Toca la cama 
y ríe estruendosamente). ¡Claro que tendremos tiempo! 
¡Toda la noche! Y, mañana, abriremos esas ventanas y 
oiremos el canto del ruiseñor. . . Estamos en primavera, 
no lo olvides. Sabrás que los pájaros protegen el amor 
y no se han enterado de que estamos en guerra. (Bebe de 
un trago el calvados). Para poder oir a un ruiseñor, hice 
detener el automóvil! (Pausa). Dame un be.so por ade- 
lantado. No sigas tentándome. 

DiíDÍ: : Deja al beso y al ruiseñor. Cuéntame . . . Todo salió 
bien, ¿no es así? 

Coronel: ¡Perfecto! Sobre todo, tengo que celebrar también 
mi triunfo. Me escapé de la degradación y de un tiro por 
la espalda. Dedé ... Es bueno que sepas. Dame otra 
copa. . . 

Dedé: ¿Investigarán? Yo fui a enterrar al otro. ¡Horrible! 
¡ No lo volvería a hacer ! 

Coronel : No, no investigarán . . . Pero, antes de contarlo 
todo... (Bebe una copa más). ¿Por qué no lo dejamos 
para mañana? ¡Hoy es para acciones felices, alegres, nada 
más! ¡Para que me hagas soñar como lo sabes hacer! 

Dedé: ¡No podría! ¡No podría! Por favor, cuéntame. ¿Cómo 
pasó? 



50 



Coronel: Francamente, dice, ¿tú crees que todos los militares 

franceses son valientes? 
Dedi; : No sé . . . deseo que lo sean . . . como tú querrás que 

sean valientes los tuyos. 
Coró'niíl: a tu marido... ¿Se le puede contar entre los 

valientes ? 

Dedé : Gastón, es un valiente. Por eso ha hecho la guerra. 
Coronel: (Estirando siis manos hacia Dcdc) ¿Valiente? ¿Eh?" 

Es lo que más respeto en un militar. El valor, el coraje, 

la presencia de ánimo. El dominio sobre sí mismo. (Intenta 

tomarla por la cintura. Dcdc se resiste). 
Dedé : ¡ No ! No me toques. No quiero mezclar una cosa con la 

otra. Y no te permito que dudes del valor de Gastón . . . 

ni de ningún francés, ¿entiendes? 
Coronel: ¡Ah, ah! ¡Con que esas teníamos! Has cambiado en 

estas vacaciones, ¿ch? ¿Desde cuándo tanto desplante? 
Dedí: : ¡ No es desplante ! ¡ Es la verdad ! Puedes decir cuanto se 

te ocurra. Cualquier jactancia, está justificada, pero hoy 

no mezclemos las cosas. ¡Empeñaste tu palabra y debes 

cumplirla ! 

Coronel: ¿De manera que no se te puede abandonar? ¿Eh? 
¿Te quedaste sola unas semanas y empiezas a pensar por 
tu cuenta ? ¡ Muy bonito ! i Echando a perder tu belleza con 
necedades ! 

Dedé : Siempre he sido así . . . 

Coronel: No, .intes no gastabas altanerías. ¡Ah, ya, ya! Creo 
que me olvido de algo... ¡Ahora comprendo! (Ríe). 
¡Qué imbécil soy! ¡Cómo nó dar realidad a los sueños 
de los últimos días! ¡El sueño de los collares de la Ba- 
ronesa de Constance! ¡Ya verás que no hay imposibles! 

Diíní:: ¡Nunca te los he pedido! (Indignada). ¡Ni quiero oir 
hal)lar de esas joyas! 

Coronel: ¡Pero si toda la Europa tuya, no hacía más que 
hablar de esos collares! (Irónico). Simulacros de robo, 
como propaganda . . . ¡ Estuvieron de moda en los salones 



51 



elegantes! ¡Lo menos cien fotografías, han publicado las 
revistas de París y New York! ¡Hasta las joyas falsas 
(oniahan más valor, si se parecían en algo a los collares 
de la Baronesa de Constance! ¡Tú crees que los quería 
para regalar a otra! (Ríe). No, mi adorado tormento. 
I No! ¡Aquí las tengo! (Se levanta y saca de la chaqueta 
una caja rectangular). ¡Dos de los más codiciados! ¡Em- 
pecemos hoy por los dos más hermosos! (Lo.'; va a abrir). 

Dedé: ¡Por favor, coronel! Deje esos collares en donde es- 
taban. Si me los enseña será peor. ¡No quiero verlos! 
I Se lo suplico ! 

Coronel : j Pero si son para 'ti . . . Dedé querida ! 

Dkdí:: ¡No se los he pedido, por favor! 

Cokonisl: ¡Ah, no! Si interpretas mal el regalo... lo guardo... 
ahora me tratas de usted... coronel, coronel... (Se 
hurla. Le da la espalda). Eso no me gusta... Bueno. 
(Guarda los estuches). Entendido... hice mal... Una 
tori)eza de mi parte . . . No eres una mujer a la que se 
conquista con alh.ijas ... Ya me lo hiciste saber . . . Per- 
dona . . . 

Dkdk: Pero, ¿no comprendes que quiero saber de Gastón? 
Desde el día del simulacro, no sé nada. No has venido 
por aquí, ni nadie me ha dicho .si Gastón está a salvo o 
prisionero. Creo que merezco una explicación. No acos- 
tumbro a ser tratada así, en forma tan poco caballeresca. 

Coronel: ¿No me quieres dar un beso? ¿eh? (Intenta to- 
marla por la fuerza). No me concedes ni un beso, y me 
pides que te diga todo... Eres muy desagradecida..., 
¡solo un beso, uno solo! 

(Dedé se desprende con un gesto de desagrado). 
Coronel: Madame: ¡usted es una necia! Mi honor militar, 
estuvo comprometido. ¡ Hice cosas que no volveré a re- 
petir por mujer alguna! Y así me lo paga. Está muy 
cambiada, usted señora. La descono/xo. (Se sirve cal- 
vadós). 



52 



Dedí:: Quiero saber que pasó. (Angustiada). ¿Dónde está 
Gastón 

Coronel: (Bebe un par de tragos) Tu amor, no era valiente. 
Dedé: ¿6ómo? ¿Por qué? ¿Por qué no era... valiente? 
¡ Cállese ! 

Coroniíl: ¡No se condujo como un valiente! Es de lamentar 
que no se haya comportado como lo cspcráljamos. Yo hu- 
biese preferido que fuese un valiente. . . Era necesario. . . 
Por eso, una y mil veces te lo pregunté. Lo que proyec- 
tamos, solo se puede llevar a cabo con hombres bien 
templados. 

Dedk: Termine con los comentarios. ¿Qué pasó? ¿Dónde 
está? 

Coronel: Mi plan, no falló nunca. He salvado a tres cama- 
radas míos, porque tenía le certeza de dos cosas impor- 
tantes : primero : que eran valientes . . . Segundo, que era 
injusta la sentencia de muerte. 

Dedk: Y, ¿qué sucedió? 

Coronel: Que yo he estado en un tris de perder la cabeza, 
no sólo por ti, sino por el hombre al que querías. 

Dedé: ¿El cometió «alguna indiscreción? 

Coronel: ¡No, ninguna indiscreción, casi nada! Solamente que, 
como no era un hombre valiente, no soportó la prueba 
(Pansa). Murió del susto, de miedo. Cayó, nb herido por 
las balas. Cayó partido por el rayo de su propia cobardía... 

Dedé: ¡Qué horror! ¡Qué miserable! (Cae en una silla a 
llorar). 

Coronel: Con un hombre así, incapaz de soportar una prueba 
de coraje, con un hombre así, ¿querías seguir viviendo? 
i Responde ! ¡ Es mejor que haya muerto ! ¡ No te merecía ! 

Dedé: ¡Miserable! 

Coronel: ¿Y pretendías que yo corriese el riesgo de que 
fuese un valiente de verdad y se quedase inmóvil contra 
el muro, acusándome de traidor? ¿eh? ^5"^ le acerca). 



53 



(Intenta atraparla). ¿Enloquecerme hasta ese punto? ¡No! 
Murió sucio, murió todo empapado, ¿comprendes? empa- 
pado como los perros que de los animales, es el que más 
miedo le tiene a la muerte! 
(El coronel se le acerca). 
Dedé: ¡Vayase, miserable! (Llora). ¡Miserable! ¡No me 
toque ! 

Coronel: ¡Bellez.-i nefasta, hermosura peligrosa y perversa! 
Ya he tomado de usted, todo lo que es capaz de dar. ¡Y 
no se lo agradezco, madame! Pude ser colgado por su 
culpa. Vivía enceguecido. ¡Hubiese hecho por complacer 
a usted, cualquier cosa I j Nunca creí que ustedes estuviesen 
tan corrompidos! (Como exasperado). ¡Cobardes los dos! 
¡Pasta de cobardes! ¡Clase de cobardes usted y él! ¡Des- 
preciable clase, cipaz de engañar a todos a la vez! (Se le 
aproxima). ¡Debía tomarte como botín, nada más! To- 
marte . . . 

(Se acerca frenético. Teresa sale de atrás del cortinado 
revólver en mano y hace fuego contra el coronel, cuyo 
cuerpo se desploma sobre la otomana). 

Dedé: ¡Teresa, Teresa! (Grita avanzando en medio de la es- 
cena con los brazos abiertos). ¡A mí también Teresa, a mí ! 

Teresa: (Inmóvil, deja pasar unos instantes. Mira una ves 
más el cuerpo del Coronel tendido en el suelo. Levanta 
la vista. Clava la mirada en la señora Dedé. Coloca el re- 
vólver a la altura del pecho) Sí, sí. . . ¡ya usted también, 
señora ! 

Suena otro disparo. Teresa retrocede levantándose los ca- 
bellos que le caen sobre la frente. Guarda el arma en la 
cintura y sale rápidamente como llamada por sus compa- 
ñeros de la resistencia. 

TELON 



54 



PAUSA EN LA SELVA 

Comedia dratiiática en tres actas 



Al doctor Jean Dalsace, en París. 



PERSONAJES 



PROFESOR 6o años, barbado, de mod.ilcs graves 

y apacibles. 

l'-RANK, 30 años, de fuerte complexión, im- 

petuoso, movedizo. 

SARA la enfermera, 35 años, fría, rígida, 

reservada. 

INDIO PEDRO imlíjíemi de 35 anos, aire bonachón, 

luimildc. 

INDIO 40 año.s. 

ISAHEI joven indígena de 15 iiños, dulce, 

suave, l)ella. Tíahla con marcada len- 
titud. Voz subyugante. 

VÍCTOR peón, 25 años. 

DOMINGO mestizo, 20 años. 

SEIS NíROS INDÍGENAS . Cuatro varones. Dos niñas de diez 
años. 

La acción transcurre en una población indígena de la América tro- 
pical. Epoca actual. 



56 



ACTO PRIMERO 

La acción transcurre en tma choza, el cí)nsuUor¡o cíe 
campaña de una población indí^^ena, donde se Iiacen 
experimentos de inseminación artificial. En el foro, 
una ventana baja, rectangular, que da a la toldería. 
Desde allí se puede divisar el lejano cementerio del 
poblado. F.n el ánjíulo iztpiierdo, puerta practicíiblc 
de madera rústica. En el >nuro un barómetro, estan- 
terías, etc. Una pequeiía nicsa escritorio con un 
quincpié a petróleo. Puerta practicable, a la derecha. 
Re])oscr:i, sillas rústicas, mesa para exámenes, etc. 
Ambiente tropical. 



l'SCENA I 

Profesor y Prauk. El primero, de barbas blancas, viste 
indumentaria de explorador. Aire achacoso pero arrogante. 
Frank, rubio, atlctico. usa pantalones blancos y camisa abierta 
con c.vafjcraiión. La piel del pecho, roja. Al Icrantar.^c el telón, 
Frank .lilba alcfjrcniciitc y enciende un ciyarrillo, a tiempo que 
manipnlea los frascos del botiquín. Luego hace algunas rápidas 
anotaciones en un cuaderno. El Profe.wr, que citará sentado 
en la reportera junto a la ventana abierta can toldo hacia el 
e.vterior, deja caer la frente entre las manos, dando se-ñales 
de fatiga. De.spucs de un silencio prolongado en que solo se oirá 
el silbido de Prank: 

Frank: Hace más de un mes c|iic f|iiicro d.irme tiempo parn 
terminar este inventario. . . Me va a perdonar, profesor, 
si dej.imos la lectura en alia voz para otro día. . . Estas 
jornad.is v.icías, me deprimen. Ni un enfermo verdadero, 
ni una de esas alarmas que sirven de aliento... Nada! 



67 



Un día completamente muerto. Ni siquiera una oportuni- 
dad para burlarnos de los curanderos. (Pansa). Y con este 
dimita, profesor, como sigamos esperando la reacción de 
los indios, estamos lucidos ! Nos vamos a eternizar aquí . . . 
(Pausa larga). ¿No le parece profesor, que nos tomamos 
demasiado tiempo? 

Profesor (Indiferente, da fuego a la pipa y mira hacia afuera 
por la ventana). Es posible, pero no debemos inquietarnos. 

Frank: Por lo menos ponernos de acuerdo sobre lo que se 
necesita con mayor urgencia. (Hace anotaciones en el 
cuaderno). 

Profesor: Sé de memoria lo que debemos pedir al Instituto. 
No se necesitan tantas anotaciones. Usted trabaja dema- 
siado, Frank. 

Frank : Esas no son palabras propias de un hombre de ciencia. 

Y, cuidado profesor, que en mi diario anoto todo, ¡hasta 

los más insignificantes detalles! 
Profesor : La experiencia lo exije . . . Comprendido. Pero, 

¡ qué quiere usted, a veces ! . . . No sé . . . 
Frank: Lo encuentro un poco desalentado, profesor. ¿Qué le 

pasa? (Se detiene a mirarlo). Supongo que no se dejará 

dominar por el arrepentimiento. Las condiciones no pueden 

ser mejores. Yo soy muy optimista. 
Profesor: Sí, hemos tenido mucha suerte. . . (Se pone de pie, 

y mira a Frank sacudiendo la cabeza) ¡Decididamente, 

usted es implacable ! . . . 
Frank: (Ademán de sorpresa) ¿Implacable yo? La ciencia es 

la implacable. 

Profesor: Es que se suman una tras otra, tantas violencias, 
(Pausa) que por momentos. . . por momentos le aseguro 
que . . . 

Frank: (Aguarda impasible el final de la frase) ¿Por mo- 
mentos qué? No hemos venido a pasar unas vacaciones 
agradables. Esta experiencia nos costará sinsabores y hay 



58 



que dejarse de sensiblerías, profesor. Es un premio estar 
a servicio de una de las más grandes experiencias del 
muqdo actual. Y, si esto fuese poco ... no hay que olvidar 
que se nos paga como a reyes . . . 
Profesor: Sí, reyes... (Detenido, patético). ¡Reyes de la 
muerte ! 

Frank: (Alterado) ¡No parece usted el que h.ibla, profesor! 
¿Por qué mencionar a la muerte? Venimos a crear vi- 
das. . . (Desafiante). Si no fuese así, mañana mismo aban- 
donaba todo. ¿ Acaso cometemos errores . . . ? 

Profesor : Errores, no . . . Pero ciertas cosas que están pasando 
con los indios, no las había previsto. 

Frank: Yo he imaginado peores contrariedades. (Continúa 
haciendo anotaciones). 

Profesor: ¡Nunca pensé a qué extremos debemos llegar! 

Frank: Pueden venir mayores contratiempos. ¡Todos ellos, 
van a salir de nosotros ! . . . Nunca de quienes hemos ele- 
gido para la experiencia... Es una tribu mansa, dócil. 
A propósito, ¿leyó usted el tr.ibajo de Lombrostín sobre 
determinación del sexo en el ganado vacuno? Por ahí 
anda la revista. Verdaderamente sensacional. 

Profesor: (Con fastidio) Estoy enterado. . . 

Frank: Habrá que estudiar esas conclusiones. . . ¿No le pa- 
rece? (Como poseído) ¿Usted se imagina formar seres y 
más seres, todos varones para amasar ejércitos y poder 
imponer las mejores ideas ? ¡ Si parece el espíritu del 
Fiihrer que nos está dictando normas! 

Profesor : ¡ No olvidar el pacto, Frank ! Está prohibido hablar 
del pasado. 

Frank: (Sin oírlo) ¡Determinar el sexo!... Ese será el fin 
de la inseminación artificial. ¡Controlar la especie!... 
Un sueño que espero se haga realidad. 

Profesor: Conformémonos con lograr nuestro propósito, con 
la menor violencia. 



59 



Frank: ¡El fin justifica los medios! 

Profesor: T.in repetido, ese lugar común, resulta monserga 
o pedantería . . . 

Frank : Estamos cumpliendo, punto por punto, nuestros pla- 
nes. . . mejor dicho... del estudio que lleva hecho el 
Instituto . . . Dentro de un año, lo sabremos . . . será la 
gran co.secha ! . . . Me interesa conocer el resultado entre 
las mujeres de constitución precari.i. Tengo fé... 

Proficsor: Por supuesto. . . Si no la tuviese, no me quedaría 
en este pantano. Habrá que esperar los resultados de aquí 
dos generaciones o más. 

Frank: Mire profesor... A fuerza de entrar con violencia 
en el destino de estos indios, créame los admiro como a 
posibles semejantes. 

Profesor: A mí no me resultan intolerables. A más de uno, 
he terminado por tomarle verdadero cariño . . . 

Frank: ¡Ali, no tanto! ¡No tanto! El cariño se puede con- 
siderar como una forma de la debilidad. Esperamos que 
nos sirvan para probar teorías científicas... El día que 
me entrase ternura, me pondría en guardia. La ciencia 
moderna, debe cerrar los ojos ... y proceder . . . 

Proitísor: Yo no pretendo ser más que una rueda del meca- 
nismo. Piicn lo sabe usted . . . 

Frank: Pero se deja llevar por pensamientos piadosos. Hay 
que resistir esas arremetidas profesor... ¿Un tr.igo de 
whisky? (Le sin'c y ofrece el vaso). 

Profesor: (Se sienta; bebe con sed) T-e confieso que debí 
formarme en su escuela . . . Ustedes son más valientes . . . 
forman una generación audaz. . . (dudas). 

Frank : Esa, no es la palabra . . . Actuamos científicamente. 
Hemos elegido la tribu más miserable de América. Esta- 
mos a miles de kilómetros de los centros científicos... 
Sin embargo, es aquí donde se procede con rigor . . . Día 
a día, me siento más convencido, que es el único campo 
propicio. 



6o 



Profesor : No me .mimo a contradecirlo . . , 

Frank: Me cuido de las debilidades, profesor. La misión que 
cumplimos, será célebre. Aprovechemos, no hay otro medio 
tan adecuado. Dos mil ochocientos habitantes. Lepra. Tu- 
berculosis. Sífilis. El cura que los catequiza, a buena 
distancia. Hemos eliminado su influencia, ¿qué más quie- 
re? Vamos a transformar a esta gente, aumentando los 
experimentos que en los centros civilizados resultan im- 
posibles. ^ 

Proi'Iísor: Lo comprendo. (Bebe) Pero quiero creer que estas 
conversaciones, no figurarán en su diario. . . ¿Lo prome- 
te? Su diario, debe omitir estas charlas sin sentido. 

Frank: (Lnc<jo de una pama) En mi diario, debo señalar 
sus titubeos, profesor. , . Y, perdone, no puedo evitarlo. 
Forma parte de la experiencia. . . 

Profksor: Lo lamento. Como yo no llevo diario. . . no puedo 
desquitarme... (Bebe otro tra(ja). 

Frank: Y. . . ¿qué diría usted de mí? A ver, sea franco. . . 

Profesor: Pues... contaría su seguridad... su coraje... 
sus iniciativas y decisiones personales. . . 

Fran k : Pocas, muy pocas . . . 

Profesor: Algunas, francamente, audaces, (lo mira fijo) us- 
ted sabe por qué lo digo. . . Muy arrojadas. . , 

Frank: He procedido mal, acaso? (pausa) Contésteme, ¿mal? 
(Mira intrigado). (Llaman a la puerta). 

Profesor : ¡ Adelante ! 

ESCENA n 

Sara, la cu f crinera, mujer de irnos treinta y cinco añcs, 
de niovimicnlos de autómata, fría, dominante en sus ademanes. 
Hace adelantar a Indio Pedro, un ejemplar de porte vigoroso. 

Profesor: ¡Ah, eres tú Pedro! (Se levanta y camina hacia 
el indio y lo palmea). Y vienes solo... ¿Por qué solo, 
Pedro? 

6i 



Indio Pedro : Mi mujer sana . . . Dice manosanta que nadie 
debe tocarla. No quiero médico, patrón viejo. . . Mi mu- 
jer sana . . . 

Profesor : ¡ Siéntate hombre ! Pareces cansado ... (Le acerca 
una silla). Has caminado mucho... Tu choza está en 
la selva. . . 

(Indio Pedro se resiste a sentarse. Frank, levanta los 
hombros y se desentiende de la entrezHsta). Debías venir 
a vivir más cerca nuestro... Puedes necesitarnos. ¿No 
te sientas? 

Indio Pedro : Vuelvo a monte . . . patrón viejo. Espera hijos, 
mujer espera. Vuelvo a monte... mujer no necesita 
cura ... ¡No necesita ! . . . ¡ No necesita ! ( Signos de ner- 
viosidad). 

Profesor: Si es así. . . nada de lo dicho. . . (Mira a Frank, 
significativamente). Pero entiéndelo bien, Pedro... Yo, 
yo amigo . . . Amigo, doctor Frank ... No queremos 
muerte compañera tuya. . . (Indio Pedro baja la vista). 
No queremos que mueran indias . . . Pregunta a mano- 
santa, si quiere que mueran indios • . • ¡ Pregunta ! 

Indio Pedro : Aquí . . . \ Nunca muchas muertas, patrón viejo ! 
Manosanta cura. . . Peste se fué hace tiempo. 

Profesor: Van a venir las lluvias, Pedro... Para curar... 
estamos para curar el mal antes de producirse. . . 

Indio Pedro : Mal se fué . . . Llevó viento. No mal, no mal. 
(Signos de empecinamiento). ¡No mal! 

Profesor: Bien, bien. No te enojes. . . Tú mandas entre her- 
manos, ¿ no es así ? Tú mandas . . . 

Indio Pedro : Sí, yo manda ... Yo sano, sana mujer . . . Sana 
hijos... No necesita médico. (Mira con franca enemis- 
tad a Frank). 

Profesor: (Mirando a Frank, que sigue haciendo anotaciones, 
como si estuviese solo) ¡Bueno, bueno! Pero no olvidar: 
médico, está aquí, ¿comprendes? Médico espera. Anda 



62 



con tu mujer. . . (Pausa). Anda, vuelve a tu casa. . . 
anda. . . (Lo palmea). 
Indio Pedro : Gracias, patrón viejo . . . con Dios, con Dios ! 
(Sale precipitadamente. El Profesor cierra la puerta. En- 
ciende la pipa. Se vuelve a tirar en la reposera. Toma el 
vaso de zvhisky. Suspira y bebe). 



ESCENA III 

Profesor: ¿Terminó usted con el inventario? 

Frank: (Luego de una pausa) Supongo que esa visita no nos 

hará cambiar de tema. . . Usted hablaba de mi audacia. 

Quiero ser arrojado, es verdad ... El ánimo resuelto .del 

investigador, cuenta mucho en estos casos . . . 
Profesor: (Mirándolo fijamente) ¿Qué pedidos hace, vamos 

a ver? 

Frank: Nos faltan drogas. . . (Resueltamente). Algimas dro- 
gas... y medicamentos corrientes,.. 

Profesor: Precisamente me refiero a las drogas... 

Frank: No va usted a sorprenderme con insinuaciones. (Con- 
fundido). Sé de qué droga habla, profesor! 

Profesor : Por supuesto, sabe usted a qué droga me estoy refi- 
riendo . . . Por eso le pregunto. 

Frank: La uso con bastante prudencia... A pesar de su 
eficacia. 

Profesor: Actuaremos con cautela, y procederemos de común 
acuerdo . . . ¿ verdad ? 

Frank: ¿No pretenderá sacarme una promesa? 

Profesor: ¡Desde luego!... (Bebe). Nos comprometeremos 
por partes iguales. . . (Pausa). Yo no pienso firmar una 
sola iniciativa propia. . . ¿comprende Frank? (El Profesor 
hace mutis por la puerta lateral izquierda, cerrándola con 
violencia). 



63 



ESCENA IV 



Frank mira hacia la pucj-ta y mueve la cabeza de un lado a 
otro, unos instantes, después, entra Sara, por la lateral derecha. 

Sara: (Mirando hacia atrás, teme que el Profesor regrese. Se 
acerca a Frank ) ¿ Qué pasa ? ¿ Han discutido ? . . . 

Frank: Lo de siempre. . . Si sigiie así va a caer en la piedad 
y estamos perdidos. 

Sara: ¿Pero que pasó? 

Frank: Sospecha que algo hemos hecho sin consultarle... 
Sara: A buena hora. Viejo inútil! 

Frank : No exageres. Pero déjame a mí solo. Si se da cuenta 
que lo sabes no me lo perdonaría. 

Sara: Debes buscar la manera de que se vaya. Nada se va a 
poder hacer si lo dejas intervenir en todo. 

Frank : Es una gjirantía para el Instituto que él esté aquí . . . 

Sara : No puede malograr una oportunidad única en el mundo. 
No se lo permitas. 

Frank: (la mira con extrañcza) Estoy pensando que empie- 
zas a odiarlo. 

Saua: Con hombres así, no se puede ir muy lejos. Allá... 

pasaba lo mismo. 
Frank: Pero allá.. . no se les tomaba en cuenta. 
Sara: Si, era distinto. Pero bastante estorbaban. Un solo 

cam¡x) de experimentación estaba cerrado a los viejos. . . 
Sara : ¿ En Osjviecimiu ? 

Sara : No, en Buschenwald . . . Todos eran jóvenes . . . 
Frank: (la mira con intención) No siempre vamos a ser 
jóvenes. 

Sara: Sabremos ser viejos, entonces. 

Frank: Gracias a ti, me quedan fuerzas. Hay días en que. . . 
no me animo a decirlo, me siento vencido! 



64 



(lilla se le aproxima con ferocidad). 
Sara: No sicnlcs eso (jtic cslús pensando, Frank! (.¡cerca sn 
boca a la de él). No sicnlcs nada más (|iic ganas de triun- 
far. . . ¿Verdad? 

(Se oyen paso.s. Sara xale cu fui ni as de pie. Se abre la 
puerta. Geslo de sorpresa del Profesor al 7'er salir a Sara. 
Se detiene en el dinlel). 

ESCENA V 

Proi'iísok : ¿Ha traído el inventario? 

(Silencio. Al ii\slanlc, regresa Sara): 

Saka: (A l'ranli como .si no hubiese oído al l*rofcsor) He 
hecho tres copi.'is... ¿por (riplicado, también estos pedi- 
dos? 

Pkofksok: ¿l'or triplicado?... No. LTno más. Sobre todo de 
los i)edidos. Un ori^jinal y tres copias para nuestro archivo. 

Sara: (Mirándolo por re:: primera) Quiere decir que son 
cuatro. 

Profesor: ¡Exactamente! (J3cbc y luego se sienta). 

Fkank: (Jiutreíja el memorándum y una libreta) Copie cui- 
dadosamente las cantidades, Sara. 

Sara: Entendido!... (Toma la libreta). 

pROKiisou: Sara, ¿(juiere fijarse cuánto se pide de... arsé- 
nico? 

Frank: (Mirando al I'rofe.wr con severidad) Tres veces más 

de la cantidad (jue trajimos. 
Sara: (Leyendo) Exactamente... ¿nada más? 
Profesor: (Molesto) Nada más, puede retirarse. 

(Se oyen golpes en la puerta). 

Atienda, Sara, atienda! 

(Silencio, pau.sa larga. La enfermera cuchichea con el re- 
cién llegado. La puerta estará entreabierta. Luego se 
vuelve al interior). 

65 



Sara: Ha muerto la hermana de Indio Pedro, profesor. 
Profesor: (Levantándose violentamente) ¿Qué dice usted? 
Sara: Que ha muerto la hermana de Indio Pedro. 

ESCENA VI 

Un indio aparece en la pnerta. Sara mira a Frank. 

Indio: ¡Acaba de morir, patrón! ¡Ahora mismito! Tomó un 

trago de chicha y cayó muerta. 
Frank: ¡Cardíaca! ¡No es extraño! 

Profesor: Hasta ayer. . . (Mira a Frank). No era cardíaca! 

Indio: Marido llamó manosanta, patroncito. (A Frank). La 
puede volver a la vida . . . 

Frank: (Ncrviosanientc) ¡Que la vea el manosanta! Ya saben 
muy bien que anda la epidemia . . . ¿ oyes ? ¡ La peste ! 

Profesor: (Desconcertado) Sí, que la vea quien quiera... 
Hemos venido a salvarles de la peste . . . No quieren en- 
tenderlo. Pues bien ... i aguántense ! Ahí tienen el resul- 
tado . . . 

Indio: Patroncito no quiere que vea manosanta. (A Frank). 
¿Dejamos ver manosanta? 

Frank: Sí, sí. . . que la cure el manosanta. . . Y si consigue 
resucitarla, mejor que mejor! (A Sara). ¿Habíamos tra- 
tado a esa mujer? 

Sara : No, doctor ... Es de las que más se han resistido . . . 

Indio: ¡No vacunada, no vacun.ida! Yo se lo decía... ¡No 
vacunada ! 

Fraiík: (Se le acerca y lo palmotea) Dígale al marido que 
lamentamos mucho. Ahí tiene el resultado de su terquedad. 

Indio: (Luego de mirar dramáticamente uno por uno, hace 
mutis). 

Sara: ¿No me necesitan? 



f6 



Frank: Un momento S.ira. ¿Se anima usted a hacerles una 
visita? Serán interesantes sus impresiones. Vaya a ver 
cómo han tomado la cosa y retire la botella de chicha, sin 
que ellos se den cuenta. 

Sara: ¡Entendido! (Sale resueltamente). 

ESCENA VII 

Profesor: (Después de una pausa larga cu que buscara la 
mirada de Prauk) Esa mujer, no estaba en la lista. 

Frank : En el sector donde vive, todas se han resistido al 
experimento. ¡Todas! y\llí, todavía manda el curandero. . . 

Puofiísok: Vamos a ir demasiado lejos, Frank. ¡Cuidado con 
una reacción desfavorable! (Cae en el sillón, apesadum- 
brado). 

Frank: (Nennosamente) También interesan los mejor do- 
tados. Hay que [)r()ducir pánico a su alrededor. En la 
selva, lejos de la proveeduría, entre los rebeldes, es más 
importante el injerto. 

pROriisou : No liabria necesidad de practicarlo con los indí- 
genas cuya salud es buena. 

Frank: ¡Con unos y con otros!. . . Observo que a la inversa 
de lo que pasa en las ciudades, los menos contaminados 
están lejos, en el arrabal de la toldería . . . 

Profesor: ¿No le parece que los blancos ejercemos una in- 
fluencia perniciosa? Lo que usted dice es una prueba. Los 
vicios se desarrollan cerca nuestro. . . Alrededor de la pro- 
veeduría, he visto la mayor miseráa. 

Frank: Incluiré su observación en mi diario. (Se sienta en 
el escritorio). 

Profesor: Le ruego que no comente con la enfermera, nues- 
tras trifulcas. . ., familiares. . . 
Frank: Por supuesto. . . Ella no entendería las dudas suyas. 
Profesor: (Rápidamente) Ni el estado de sus nervios. 



67 



Frank: S.ira se sorprendió nuiclio, al saber que mí apodo 

de Pecho Colorado, no me molestaba. Ya ve. 
Profesor: Empiezan a estimarle. 

I'kank: Es halagador. (Mirándose el pecho abierto) Le con- 
fieso qnc al enterarme empecé a admirar mi i)ersona física. 

PuoKKSOK : El a[)od() lo Iial)r;i inventado alguna de esas mu- 
chachas a las que usted mira con insistencia. . . 

Erank: (A'Jás Iranquilo) ¿Sabe (jue ha cundido el pánico en- 
tre las solteras? (Ríe) Realmente eso no estaba previsto! 
Menudo lío, fecundar a quienes no tienen marido ... vi- 
sible. . . se entiende. . . A l.is adolescentes, por ejemplo. . . 
Vamos a crear milagros. . . ¡Qué arma si la manejara el 
padre José! 

Proi'Iísou: Tendrá que andar con cuidado. . . ¡No sabía de ese 
motín de vírgenes! 

Fkank: ¡Ellas son las que me llaman Pecho colorado! 

Prokiísor: Los primeros días, resultaba usted antipático... 
Comprobé cuánto desdén le demostraban por su manía de 
dar puntapiés a las osamentas ((ue hallaba al paso. . . Estos 
miserables tienen un raro respeto por los huesos! 

Erank: ¡Es que andar entre desperdicios me saca de mis ca- 
sillas ! ¡ Terminé con las osamentas ! 

PuoFKSOu: ¿No cree usted, Frank, que ya está debidamente 
sembrado el pánico? 

Fuank: En el sector número i, ha sido fácil. . . Pero los del 
2, continúan rechazándonos. . . Y no es el pudor. Por su- 
puesto, no es por pudor que no se dejan injertar. La cu- 
randera y ti manosanta se resisten a creer en la peste y 
combaten ... la vacuna . . . 

Puofiísor: ¡Vacuna! Inventamos una linda palabra para cali- 
ficar el injerto! (Ríe) Cuando digo vacuna no puedo evitar 
que el rubor me suba por las barbas! 

Frank: Los manosantas le temen a la peste. . . ¡Es que han 



68 



muerto pocas mujeres para dar la sensación de una ver- 
dadera epidemia! 

Profesor: ¿Le parece poca gente la que ha muerto? 

Frank : Si cuenta los niños, que regularmente mueren, es 
claro, la defunción ha crecido. . . Pero, peste verdadera 
peste en las casadas . . . ¡ Poca, ])oca ! Hay cjue tener valor. 

Profesor: ¿Qué piensa usted de la mujer de Indio Pedro? 

Frank: Es un ejemplar de rara hermosura. (Se levanta y 
bebe). ¡Realmente maravilloso! Según mis cálculos, em- 
pezó a tener hijos a los quince años. ¡Magnífico caso! 
Su cuerpo, es el más perfecto que he visto. . . lils un goce 
contemplar su figura. Ya le he sacado más de cincuenta 
fotografías! Pero casi todas, huyendo. 

Profesor: Seguirá resistiéndose. Acaha usted de oír a su 
marido. 

Frank: La muerte de la hermana, los va a impresionar, por 
más cacique que sea. 

Profesor: Comi)ruebo que tiene debilidad por esa mujer. 

Frank: (Debe otro triujo) ¡No confundir, doctor! ¡l'.s admi- 
ración! l£n elcmenlos .isí, haíjía que experimentar... 
Imagínese pa.sarse d(ís, tres años y ver las transformacio- 
nes de los retoños. Luego, volver cuando los niños ten- 
gan más de seis años y examinarlos, estudiarlos, sacar 
conclusiones! Un verdadero csi)Cctáculo de dominio. Po- 
dremos adelantar en las investigaciones sobre la herencia. 
¡Una raza injertada en Ironco.s de tal naturaleza! (Pausa. 
El profe,s-or se siiye un 7v¡iislcy y cae cu el sillón). 

Profesor: ¿Alcanzó a ver a la hija de Indio Pedro? No es 
fácil, ¿ eh ? Se cuentan con los dedos de una mano, los 
ojos blancos que pueden jactarse de haberla visto! 

Frank: No sea usted tan crédulo, profesor. Ksa hija, no 
existe . . . ¿ También cayó usted en la superchería ? ¡ Per- 
tenece a la leyenda! 

Profesor: ¿Qué dice usted? ¿Que no existe? ¡Pues como 



69 



cusligd merecería no verla nunca! ¡La madre, es apenas 
un resplandor de su hclleza! Con eso, ¡está dicho todo! 
Una venus en andrajos, la lal leyenda. 

Fkank: ]»roniitas. . . hroniilas de un jjrofesor. . . con un par 
de whiskies en el garjíero . . . 

Pkokksok : ¡Muestre su necedad! Tndio Pedro es cacique gra- 
cias a su hija. A su hija que no pueden verla ojos ex- 
traiíos. ¡Tendrá que sembrar mucho pánico si quiere 
llejifar a verla! 

Frank: ^; Por (|ué usted la ha visto? ¿Qué derecho tiene? 
¿Vamos a ver? 

Profksou: ¡Mire usted mis barbas! Si no ha perdido contacto 
con la realidad, se dará cuenta í|ue puedo ser el abuelo 
de Pecho cohirado. 

Frank: ¿Qué me quiere decir con eso? ¿Que me está vedada? 

Profksou : Que hay ciertas leyes . . . llamémoslas morales, 
que .son comunes al j^énero humano. A esa muchacha, 
aquel Padre Jo.sé le en.señó la doctrina y ha hecho «na 
rara mezcla de superchería y relij^ión . . . 

Frank: ICn cslc caso, nos separa la su])erslición y no la edad. 
El cura no pincha ni corta, desde hace tiempo. 

Proi-'ksok : Vi deslumhrado, a la hija de Indio Pedro, apenas 
un sejíimdo. Desde (|ue estamos aquí, sólo una vez. Fué 
el día (|ue intenté convencer a su padre del jielij^ro que 
corre su mujer. Ahí tiene el re.sultado. Se me presentó 
como »ina aparición. 

Frank: (Curioso, acercándose al Profesor) Pues creí que se 
trataba de una leyenda. He oído hablar de ella. Además. . . 
(Se detiene). 

Profksor : Indio "Pedro es peligroso y obstinado ... No tene- 
mos que meternos con las célibes... Y, su hija, es una 
verdadera virgen. ¡ Algo maravilloso, se lo aseguro ! 

Frank: ¡PJandura senil! ¡Cuidado profesor! ¡Cuidado! 

Profesor: ¿Y la suya con su madre? Impulso de juventud. 
(Ríe). Estamos a mano, Frank! 



70 



Frank: ¿Hablamos como hombres de ciencia, como turistas o 
como exploradores? Debo rechazar todo pensamiento 
ajeno a mí trabajo. 

Profesor: ¡Curiosa manera de pensar! (Se acerca a la ven- 
tana. La escena ha comenzado a ponerse penumbrosa. El 
Profesor contempla el exterior). ¡Detesto esta ventana! 
Cada vez que me asomo, diviso el camposanto. ¡ No es una 
perspectiva que dé ánimo! ¡Semejante paisaje, es depri- 
mente! (Cierra la ventana). 

Frank: (Mirándolo con gravedad) Si no conseguimos una 
justa unidad de acción, poco se adelantará. (Se sienta, abre 
el Diario y se dispone a escribir). Hasta el presente, Pro- 
fesor, puedo decir que conozco pocos trabajos realizados 
con tanta armonía. Me siento satisfecho de trabajar en 
una misión científica tan cautivante. ¿No le pasa lo mis- 
mo, profesor? 

Profiísor : ¿ T'or qué no enciende la lámpara que tiene a mano, 
si piensa escribir? 

Frank: ¡Me adivinó el pcnstimiento, profesor! 

Proficsor: No es mi fuerte, adivinar el pensamiento! (I^an.sa 
mientras mira a Frank qu<: enciende la lámpara a quero- 
sene). l*!sta es la hora insoportable para mí. 

Frank: El miedo... ¿podría malograr nuestra empresa? 
(Pansa. El Profesor sonríe). ¿No cree usted que el pe- 
ligro lo llevamos dentro, que está en nosotros mismos? 

Profksor : Pen.sar en el miedo, es exponerse a ser presa del 
pánico. Vuelve a proponerme el tema. ¿Lo persigue? 
(Frank levanta la cabeza y lo mira fijamente). ¿Teme la 
reacción del caci(|ue? 

Frank : Estoy haciendo conjeturas, .suposiciones. Nada más. 

Profesor: Y ¿si fuese usted el que está f laqueando? (Pausa). 
Creo que la experiencia, es importantísima. Si no fuese 
así, no habría aceiitado el puesto. (Pansa). Sin embargo, 
me gusta detenerme de tanto en tanto. La mtierte de esa 
mujer no me deja indiferente. . . 



7] 



Frank: (Ncnwso) No veo por f|iié l;i de ella, precisamente, 
¿Ks que piensa que puede iraernos «omplicacioncs? 

Prokksoií : Le repilo que no hablo de temores, hablo del pro- 
cedí miento. 

Fran'k: \ \;\ es tarde para volverse atrás! 

Prokksou: Mi experiencia de hombre que ha hecho dos íjue- 
rras, me hace ser más precavido. Usted actuaría con otra 
sensibilidad si las hubiese padecido. 

Fr.ani:: (Trata de no dar 7'alor a lo que dice, poniéndose a 
escribir en su Diario) ¿ Hesesperación, acaso? 

PR0FiíSf)R: A mi edad, ninjíun hombre se desespera. 

Fran'k: a la mía sí, ¿verdad? 

Proimísor: a veces, es justificable una reacción violenta, en 

ra/.ón a la edad. 
Fr.nnk: F.stá usted, aí^resivo, profesor. (Arroja la pinina). 

TToy no podré hacer mis anotaciones! ¡No puedo escribir! 
Prokksor: Si prefiere, lo dejo .solo... (Hace ademán de le- 

7'antarse). 

Frank: No. (Ncn<ioso) Fs inútil. No podré escribir, de cual- 
(juier manera. (Cierra el Diario) No estoy en vena. 

Prokksor: No es nada fácil escribir un Diario. ¡Fs una de las 
tarcas más terribles! Se necesita un parejo estado de áni- 
mo o el oficio de escribir. Y no .siempre uno consifíue ese 
propósito. ^.9^ pone de pie). De cualr|uicr manera, es me- 
jor f|ue quede tisted inn)s minutos, frente a frente a sus 
cuartillas. Se me ocurre í|ue debe ser alffo así . . . como 
verse frente a la conciencia. (Frank se pone de pie). Voy 
a estirar las piernas hasta el arroyo. Abre el apetito e.sa 
caminata noctui^aa. 

Frank: ¿No espera el ret^reso de Sara? (Más nen'ioso). Ne- 
cesitamos saber c|ué pasa en el sector 2! Fspere un mo- 
mento. 

Profesor: Volveré, dentro de media hora.. . Me parece útil 
mostrarse solo por los senderos que bajan al río . . . ¡ No 



72 



crci que lo hago como desafío... ¿Eli? Pienso que a 
ellos les gusta mirar mis liarbas en las primeras .sombras. 
Ya sabe como respetan la noche, estos infelices. Les doy 
un espectáculo! La vejez, me ha brindado más de una sor- 
l)resa. Ninguna como la de sentirse fuera de la realidad. 
(Se dirige hacia la puerta). 

Frank: Es que a vcce.s, mientras escribo, necesito consultarlo. 
No me gusta incurrir en errores. 1'rataré de escribir. 
(Vuelve a sentarse). (Empumi la pluma). 

Piíonísou: Ya va a tener material con lo que Sara le cuente. 
Esi)érela. 

Frank: Cree usted, i)rofesor, í|ue esta muerte. . . un poco im- 
prevista . . . 

Profesor: ¡Vamos, Frank, vamos! Creo (|uc entre los dos, 
v«ilen las medias palabras. He sido brutal con ese indio 
que nos resjjonde y que ha venido a darnos la noticia . . . 
¡Usted la esperaba, Frank! (Eucrcjico). ¡O es que cree 
que el arsénico no mata? 

Frank: Por qué voy a ocultarlo: la esperaba... Pero, ¿no 
estamos de acuerdo cpie hay (|ue insistir en los sectores en 
donde somos resistidos? 

Profesor : El sector contra el (|ue arremete, es el más organi- 
zado. Tiene .sus creencias, está dirigido i)or el cac¡c|ue. 
¡Hemos convenido en utilizar medios menos expeditivos! 

Frank: Sería una debilidad, profesor! ¡No es oportuno crear 
privilegios! 

Profesor : Hay cpie esperar la reacción de los mejor dota- 
dos . . . 

Frank: No podemos desdeííar, (titubeos) por piuo capricho, 
a las mujeres f|uc rodean al caci(|ue. Es iirecisamente en- 
tre ellas, donde obtendremos resultados más significati- 
vos. El resto, diezmado por la tuberculosis, ofrece otros 
caracteres. Fracasar sería muy triste, profesor. 

Profesor: Puieno, hoy no quiero discutir el ¡ilan. (Se dirige 
a la puerta). 



73 



Frank: ¿Por qué no? No se vaya. En mi Diario debo anotar 
estos hechos, estos titubeos míos. 

Profesor : Pues red.nctelo usted solo ... (Se levanta el cuello 
de la camisa). Necesito un poco de aire puro. . . 

Frank: (Inquieto) A Sara, no le sentará bien contarme a mí 
solamente, lo que ha observado. 

Profesor : No voy a demorarme demasiado . . . 

Frank: Hay datos que sólo usted conoce. . . (Dispticsto a es- 
cribir). Podría dictármelos... 
(Silencio). 

Profesor: ¿Teme quedarse solo? 

Frank: ¿Qué pretende insinuar usted, profesor? ¿Sabe algo 
y no me lo dice? ¿Por qué voy a temer? (Confundido y 
ansioso). (El Profesor hace una pausa). No hay peligro 
alguno. 

Profesor: Quizás le convenga meditar a la luz de la lámpa- 
ra... con las cuartillas... frente a frente. 

Frank: Eso es lo que hago, todas las noches. . . 

Profesor: Yo también necesito enfrentar mi soledad. Hasta 
luego. . . 

Frank: (Tratando de demorarlo) ¿Quiere que Sara espere 
su regreso? No comprendo qué puede haber sucedido. 

Profesor: Me lo estoy imaginando. Por eso quiero recuperar 
fuerzas ... No se juega a mansalva con la muerte, sin 
que ella intente, jugar con nosotros! ¡La muerte, muchas 
veces, es algo más serio que la vida! 

Frank: ¿Acaso no debemos superar ese viejo concepto? Us- 
ted que ha hecl^p dos guerras, ¿no puede hablar de la 
muerte en otra forma? ¿No se le ocurren otras palabras? 
(Exaltado). Con sus reservas, profesor, va a quebrar la 
unidad de nuestro trabajo. No hemos hecho un juramento, 
pero establecimos una estrecha colaboración. 

Profesor: El cambio repentino de clima, estos altibajos de la 



74 



temperatura, nos hacen perder el equilibrio, Frank. Usted 
debe dominarse. El trabajo de laboratorio le hará bien. 

Frank: Hemos convenido que estaría en sus m<inos. 

Profesor: Tal vez me haya equivocado. Abandone usted ese 
Diario que lo tortura. 

Frank : Y ¿quién va a llevarlo en mi lugar? ¿Sara? ¿Cree que 
ella debe continuarlo? 

Profesor : ( Dando señas de que se prepara a salir, levantando 
las solapas del saco) Sería cuestión de estudiar ese cam- 
bio... Déjeme u.sted salir un poco... Le confieso que 
aquí me ahogo! Ya se lo dije: esta hora me resulta inso- 
portable, i Hasta luego ! . . . 

Frank: (Lezmitando la mano como para detenerlo) Escu- 
che!... Es necesario que decid.imos quien llevará el 
Diario. 

Profesor: Mañana lo pensaré. 

Frank : Temo que usted desconfíe de mis anotaciones. 

Profesor : Si dice la verdad ... no tengo por qué temerle ! 
Trate de escribir. jCuenlc, cuente lo cpie eslá pasando 
entre los dos!. . . ¡Tendrá valor científico! ¡Anímese!. . . 
(Pama) Y ahora, déjeme dar mi paseo de todas las tar- 
des. Anote en su Diario, que yo no podría resistir estos 
terribles cambios de temperatura. 

Frank: Usted no me dice todo lo que siente, profesor. (Alte- 
rado). No es leal conmigo. . . 

Profesor: (Ya resucito a salir, la mano en el picaporte de la 
puerta) Soy leal, Frank! No me acuse! No estoy tan se- 
guro como usted. La muerte, para mis años tiene otra 
cara . . . ¿ Comprende ? La muerte de los demás, no reper- 
cute en mí como en usted, entiéndalo bien! Y déjeme, 
por favor, que no quiero seguir analizando esta horrible 
sensación ! 

(Suenan golpes menudos en la puerta). 
Frank: (Se pone de pie, repentinamente como tocado por un 



75 



resorte) ¡Es Sara, profesor! ¡Es Sara! (Nadie responde. 
El Profesor da dos pasos atrás. Mira .sorprendido a Frank. 
Silencio). ¿Quien puede ser enlonces? (13a ja la voz, llena 
de miedo). ¿Quién [UKlrá ser, entonces? ¿Quién, a estas 
horas? (Pausa). Contésteme, profesor... ¿Qnién? 

Profesor: (Camina hacia el escritorio dando sensación de 
aplomo. Saca de la gaveta nn revólver. El arma cu la de- 
recha, con la iaquicrda loma vioícnlamcnic a Prank por 
un hombro) ¡Frank, Frank!... ¿Que le pasa? ¡Usted 
tiembla, Frank! T^e tiemblan las manos... ¿Que le pa.sa? 

Frank: ¡No es cierto!. . , ¡Me quiere impresionar! No es cier- 
to!. . . j No es cierto ! 

Profesor: ¡No sea cobarde!. . . No se deje ganar por el mie- 
do! ¡'Jome!. . . (Le da el revólver). Aprenda a matar de 
frente, si es necesario. . . 

(Expectativa. Silencio. Se vuelven a oír los menudos gol- 
pes en la ma<lcra de la puerta. El Profesor camina Iiasta 
la ventana y espía). 
Profesor : ¡ Adelante ! . . . 



ESCENA VIII 

La puerta .se abre lentaincnic. Indio Pedro la empuja con 
el cuerpo de .m hermana, a la que trac muerta en los irosos. 
Se detiene inmóvil, mira a una y a otro. 
Indio Pedro: (Patético) ¡La peste, la peste!... 

Frank da un paso atrás y hace rodar la silla en la que 
estaba sentado. Y, con el estrépito, 

TELON RAPIDO. 



76 



ACTO SEGUNDO 



El inisiiio escenario. Se oye soplar el viento que 
a.iíita los oorlinados. Sara, la enfermera, el Profesor, 
iii ropas livianas, de cslación, se abanican y secan 
el siuior (le la frente. .Sara se a-somará una y otra 
vez a la vonlana de par en par abierta. III Profesor 
pone en linea los frascos de incdicnmcntos, iirrcgla 
el botiquín. Sobre la mesa un cajón que contiene 
artículos farnuicén lieos. 

rCSCENA 1 

Sara: ¿Seguirá soplando cslc Icrrihlc viento norte? 
Profesor: El viento que trac las lluvias. ¡Ritmo invariable! 

Viento norte, luego sopla del noreste. . . lluvia como peste, 

dice el refrán y de.spuc.s, agua, agua y barro. . . y lo que 

ya sabemos! ¡Es fatal! 
Sara: Realmente un clima bochornoso. ¿A esto llaman tiempo 

africano? 

Profissor: Más o menos. . . Claro, que este calor. . . (Observa 
el barómetro) se hace insoportable por la humedad. No 
necesito mirar este artilugio para darme cuenta. Las cuer- 
das del toldo, se encogen y levantan la lona hasta ponerla 
tensa como cuerdas de guitarra! 

Sara : No lo había observado. ( Asomada) Tiene usted razón . . . 
Híiy días que las he visto formando una curva pronun- 
ciada. . . y no sabía por qué. . . 

Profesor: Un detalle más Sara. Desde aquí dentro, sentado 
en esa rcposcra, si hace buen tiempo, el toldo de lona me 
impide ver el cementerio. . . En cambio, cuando jjos cas- 
tiga la humedad. . . también el paisaje nos castiga. . . Se 



77 



ven más cercanos los túmulos! El mal tiempo, nos agran- 
da el espectáculo funerario. Ya ve. . . hoy, a pesar de 
las nubes de polvo, el cementerio se nos viene encima. 
Sara: El doctor Frank, anda por allá... Me parece ver su 
camisa blanca. . . (Mira con intención) Sí, es él, rodeado 
de chiquillos . . . 

PRorESOR: Ha sufrido un fuerte shock. . . La llegada de 
Indio Pedro, con su hermana muerta, le produjo un gran 
efecto. 

Sara : Siempre se ha mostrado tan . . . 

Profesor: (Interrumpe) No vaya a decir, tan insensible Sara, 
porque me obligará a poner en evidencia su escaso espí- 
ritu de observcición. Ya no se trata de las cuerdas, tensas 
por la humedad del ambiente . . . 

Sara: Tal vez iba a decir insensible, lo confieso, profesor, 
pero, mejor sería decir tan dicidido. 

Profesor: Ha tomado sobre sus hombros responsabilidades 
muy grandes ... Ha extremado la nota ... Ya sabe que 
no somos capaces, ni debemos serlo, de tomar resoluciones 
personales. . . El plan de producir pánico tiene un límite. 

Sara: Dos muertes más, dos muertes menos. . . ¿qué pueden 
significar. , .? (El Profesor suspende su trabajo y la mira) 

Profesor : Ya lo ve Sara . . . Usted hace un esfuerzo para hablar 
así . . . Las reacciones de Frank no son naturales. Y la 
prueba es que su supuesta entereza. . . le está sembrando 
dudas . . . 

Sara: Aquí, ninguno de los tres dudamos, profesor. No quiero 
exponerme a discutir el punto con usted. 

Profesor: ¡No, no! No es que dude de nuestros procedimien- 
tos. Es él, el que d^ída de sí mismo. Y temo que no resista 
hasta el final. Hay trabajo para tres años consecutivos. 
Quizás en adelante sea menos intempestivo. 

Sara: Creo que él sabe lo que hace. 

Profesor: Por supuesto. Pero no me negará que se condu- 
ce... muy extrañamente . . . 



78 



Sara: Reacciona así por que usted profesor, le acusó de co- 
barde. Y eso, para él, ha sido terrible. 

Profesor : Dígame usted a mí que bebo demasiado ... y me 
enojaré. Dígame que. pretendo el Premio Nobel ... y lan- 
zaré una carcajada. Lo primero, es casi cierto y me mo- 
lesta. Lo segundo, sería una estupidez, y le respondería 
dándole las espaldas ... ( Pausa, en que el Profesor da 
vuelta la cara y vuelve al cajón can medicamentos) Sara, 
sea buena y prepáreme un whisky ... no sabría explicarle, 
pero el alcohol servido por otras manos, se toma más 
pausadamente. ¡ Ayúdeme ! 

Sara: Voy a' retribuir sus lecciones, profesor (Le sirve whisky). 

Profesor: Lo voy a paladear, se lo prometo. (Sara vuelve a 
la ventana. Una pausa larga en la que .ve oirá un lejano 
llanto plañidero). 

Sara: ¿Oye usted? (Pausa) ¿Oye, el llanto? 

Profesor : Sí, lo oigo . . . Son las lloronas . . . Empecé a oírlas 
cuando le pedí whisky. 

Sara : Tiene el oído muy desarrollado, profesor . . . ¿ Los hom- 
bres oyen mejor? 

Profesor : No hay tal cosa . . . Las mujeres, por lo general, 
tienen mejor oído que los hombres, lo que pasa, es que 
regularmente escuchan al través de los cabellos — ^no pien- 
se usted ... de los tabiques, ¿ eh ? — las voces se enredan 
en la cabellera. 

Sara: (Se levanta los cabellos) Hoy se oyen más cercanos. 
Profesor: El viento, también el viento nos trae ese regalo. . . 

Es una de las costumbres indígenas que más me irritan. 
Sara: ¡ El efecto que le producirá al doctor Frank! (Mira Itacia 

la lejanía). 

Profesor: En eso estaba pensando. Menos mal que esas dos 

muertes últimas, no nos pertenecen. 
Sara: ¡Dos niños microcéfalos! 



79 



Profesor : Las lloronas pareciera que sienten más a los ángeles 
que a los adultos. . • 

Sara: (Obscrvamio) VA doctor Frank corre entre los túmulos. 

Pküi-jcsok: Desde el mediodía anda con los niños. Les ha fa- 
bricado cometas ... j imagínese usted ! 

Sara : Pues es eso lo que se ve entre las nubes de polvo . . . 
(Mirando con interés). Sí, cometas de colores. . . No po- 
día darme cuenta . . . 

Profi£sor: Tome usted los prismáticos, Sara. Están en la ga- 
veta del escritorio... Frank suele marchar con ellos a 
cuesta. Así es como ve a la mujer de Indio Pedro ... De 
ella conoce detalles que yo ignoro. . . (Sara toma los pris- 
máticos). 

Sara: (Observando) ¡Claro, claro! Son cometas. Cinco, diez. 
Y, ¿qué puede ser lo que arrojan hacia adelante los chicos? 

Profesor : ¡ Flechas, son flechas ! . . . Los ha conquistado con 
arcos y pandorgas . . . 

Sara : Y los perros, ¡ cuántos perros ! . . . 

Profesor: Corren adelante. Atraviesan los túmulos y muer- 
den las flechas . . . 

Sara: Pues es un espectáculo de fraternidad. Pía superado la 
repugnancia de los primeros días. 

Profesor: Pasándose a la otra alforja... (Pausa. Sara ob- 
serva. El Profesor^ bebe y se sirve por su cuenta). 

Sara : Ahora se ha sentado ... se sienta en una tumba ... Lo 
rodean los chicos . . . Pero si es una bandada de criatu- 
ras .. . ¡ Ah, y a pocos pasos, lo contempla un grupo de 
muchachas ! 

Profesor : ( Gritando ) \ Pechocolorado, Pechocolorado ! El 
apodo le parece un éxito ... su mayor conquista . . . 

Sara: Y tiene razón. (Sigue mirando con los lentes). Ahora, 
las muchachas lo cercan. 

Profesor: Puede ser que esa fraternidad le sirva para corre- 
girse de algunos de sus defectos . . . 



8o 



Sara: Sí, es preferible que así sea. (Deja los prismáticos en 
el alféizar de la ventana). 

Profesor : Vamos a tener mucho trabajo, créamelo , . . No 
bien empiecen las lluvias, las más diversas enfermedades 
van a diezmar a la población. Nos ahorraremos... arsé- 
nico Sara. . . ¡Uff ! (Bebe dando si (/nos de repugnancia). 

Sara: ¿Usted cree, profesor, que ha llegado el momento de 
cambiar de táctica? 

Profesor : Ahora, la muerte se ensañará con casadas, solteras, 
niños y ancianos. . . Habrá trabajo para curanderas, nia- 
nosantas y para nosotros. (Pausa). ¿Cuántas mujeres 
fecundadas ? 

Sara : Sobre ciento cincuenta, un 75 % . . . no podemos estar 
desconformes. . . 

Profesor: No se conoce una experiencia más importante. Ju- 
gamos con la muerte Sara, y no seríamos tan afortunados, 
si a la vida, le diese por jugarnos una mala partida. . . 
(Sara lo mira, absorta). 
(El profesor bebe). 

Sara: ¿A que le sabe ese wliisky, profesor? 

Profesor: Ha dejado de ser el que usted me sirvió... lo 
apuro. . . para que usted me obligue a beber otro, pausa- 
damente, servido por usted. (Sara sirve zvhisky). 

Sara : Con whisky no se soporta mejor el calor profesor. ¿ Pre- 
fiere una taza de té? 

Profesor : No es necesario. Sólo le pido que no me abandone 
cuando tenga que enfrentar al doctor Frank. ¡Me va a 
dar trabajo, créame ! . . . 

Sara: (Interesada) Profesor. . . (Pausa). ¿Ha observado algo 
grave en él? 

Profesor : Concretamente, nada. Está animadc> en contra mío. 
Cree que me propongo sembrar dudas sobre sus conviccio- 
nes. Imagínese. Entra a analizarse y quiere convencerse a 
sí mismo de que no tiene miedo. Esa escena que usted ha 



8i 



visto con los prismáticos, él sabe que yo también la he visto. 
Guárdelos usted. . . no le daremos el gusto de que se entere 
de nuestra curiosidad. . . (Sara recoge los prismáticos del 
alféizar de la ventana y se dirige a guardarlos en el cajón 
del escritorio). ¡No, Sara, no! Déjelos a la vista. . . Ahí en 
el alféizar, para que no tenga dudas de que hemos sido 
testigos de su propósito. Le sentará bien comprobar que su 
propósito no ha sido vano. Es la herencia nazi. Los prin- 
cipales actos de Hitler, buscaban una rápida proyección 
sobre los demás. Los planes de los nazi- fascistas, necesitan 
de tiempo en tiempo, hechos nerviosos, pequeños estruen- 
dos. Cada seis meses, deben inventar algo desconcertante 
para reanimar la fibra. . . ¡Ellos ignoran que la fibra se 
gasta! (Pausa). Frank, pertenece a esa escuela. (Sara lo 
mira desconcertada). Déjelos allí, Sara, a la vista. Le hará 
bien el enterarse de que nos ocupamos de su persona. ( Sara 
vuelve a colocar los prismáticos en la ventana. Se asoma 
y da señas de sorpresa). 

Sara: ¡Ahí viene, profesor! Viene por el camino de las tunas. 
Se dirige hacia aquí, seguido de una banda de chicos. (Se 
oyen voces, algazara). 

Profesor : Conozco esa algarabía ! . . . Cuando los indiecitos 
están contentos, gritan así. . . (Pausa). Frank, se propone 
darme una lección . . . usted lo verá . . . No demos impor- 
tancia a lo que hace. (Se asoma a la ventana. Sara mira 
al Profesor marcando su desconcierto). 



ESCENA II 



Se oirán voces más cercanas. Luego la de Frank, y .m risa 
falsa. Cuando irrumpe en escena, lo hace de espaldas, .seguido 
de los niños, semidesnudos que, al ver al Profesor y a Sara, 
detienen el paso y .se miran entre ellos, asustados. Enfermera, 
a la derecha del espectador. El Profesor a la izquierda. Frank, 
simula no Itaberlos visto. 



82 



Fuank: ¡Adelante, adelante Espinillo! ¡Sin miedo! (Se dirige 
a uno de los niños que lleva en las manos una cometa). 
Adelante Ranita, (el más pequeño, portando un manojo de 
flechas). Adelante, avancen. . . ¿Qué les pasa? (Se enca- 
mina hacia Ranita, aprieta las flechas contra el cuerpo). 
¡Ranita, así, así! ¡Aprieta fuerte esas flechas y no se las 
des a nadie! Y tú, Cacliorro, (a wio que se ha detenido 
en la puerta). Trae esa cometa que te la voy a comportar. 
¡Entra, no tengas miedo! ¡No te vamos a comer! Entra, 
(El niño avanza. En su sitio se detiene una jovencita de 
once años que mira absorta). A ver. Pajarito, (a uno de 
los niños más flacuchos). Recoge el hilo que te vas a enre- 
dar ! ( Ayuda a recoger el hilo de las cometas y hace una 
madeja). Florcita, (a la niña que la mira detenida en el 
dintel). ¡No tengas miedo, entra!. . . (La niña le señala el 
cielo. Franli mira hacia arriba). Ali, qué bien remonta la 
estrella de tu hermana. ¡Anda por las nubes! ¡Miren qué 
linda cometa! (Los niños se agrupan en torno de Frank. 
Le rodean para observar la cometa en el aire. El profesor 
y la enfermera, se miran interrogantes) ¿Oyes como allá 
arriba ronca la estrella ? No está dormida en el cielo ! Habla 
con las nubes! (Se acerca a la niña). ¿Te gusta verla tan 
alta? (La niña Iiacc gestos de aprobación). ¡Anda entre 
las nubes! ¡Puede conversar con las nubes y decirles que 
llueva ! 

Niña: ¡No, no, no! 

Frank: ¡Ah, no quieres que llueva! ¿Eh? (Mira por primera 
ves al profesor). ¿No quieres que llueva? ¡La cometa 
puede pedirle a las nubes que no llueva! Dile a tu her- 
mana que sostega la cometa en el aire ¿me entiendes? 
(Hace gestos y ademanes adecuados). Que ayude a la 
buena estrella! ¡Puede hablar a la liubes y no dejarlas 
llover. La estrella va a detener las nubes. Florcita! 

Niña : (Dando la sensación de haber comprendido, mira al cielo 
y levanta las manos) ¡Cumi uni! (Grita un nombre indi- 



83 



gena y se hace mutis. Los niños miran hacia el cielo. Sara, 
se asoma a la ventana a ver la cometa en el aire). 

Frank: (Al Profesor) Es una estrella ([iie puede salvarles de 
la muerte. . . Ellos saben que las lluvias, traen la peste! Es 
necesario que empecemos a refrescarles la memoria ! ¡ Por 
eso, los desafío con esas cometas! ¿Entendido, profesor? 
¡Quiero mostrarle que desafío a la vida y a la muerte! Y 
lo consigo! ¿Ha visto? 

Profesor: ¡No acepto el desafío, Frank! Es innecesario crear 
un nuevo pánico. (Al oír la vos del Profesor algunos niños 
que han quedado en el dintel de la puerta lo miran asom- 
brados y huyen atropelladamente) . 

Frank: ¿Ha visto, profesor... cómo soportan mi voz... y 
no la suya? (A Sara). ¿Han visto, ustedes, como es posi- 
ble dominarles? Miren, observen. . . (Se acerca a la puer- 
ta). ¡Florcita!. . . Tráeme el hilo para que yo sostenga la 
estrella!... (La niña se aproxima con el hilo). ¡Así, 
así ! . . . Ella le está haljlando a las nubes ... Y no va a 
llover, ¿entiendes? ¡No va a llover!. . . Pero es necesario 
que la mantengas en el aire así, así, arriba, arriba! (Hace 
jugar la cometa desde la puerta, los niños le rodean) ¡ Mira 
como sube! ¡Conversa con las nubes! Les está pidiendo 
que no dejen caer agua! ¿Sabes? (Se oye el murmullo 
extraño de los indígenas adultos que celebran la proeza de 
Frank). ¡Mientras esté en el aire, no lloverá! ¡Mira, Flor- 
cita, mira Espinillo, cómo recorre las nubes y les pide que 
no llueva! Mientras ella esté en el aire, no lloverá, no 
lloverá! (Deja el hilo en manos de Florcita. Se dirige al 
medio de la escena y mira un instante al Profe.s'or, y luego 
a Sara. Después detiene la mirada en los prismáticos. Los 
toma y rápidamentodos guarda en el cajón del escritorio. 
Vivamente interesado) ¡Vió, profesor, alcanzó a ver, 
profesor! Un perro arancó la mano de una mujer muerta 
y me la trajo en la boca, como si fuese una de las flechas ! 
¿Lo vió profesor? ¿Alcanzó a ver la mano que salía de 
la tierra dura, negra, horrible? ¿Lo vió, profesor, la vió? 



84 



(Exaltado) ¿Alcanzó a ver la mano? (El Profesor se 
aproxima leu lamente ) . 

Profesor: No he \ islo lo f|uc usted dice, Fiank. 

Frank: (DesconcerItuJn) Y, entonces, ¿quién utilizó los pris- 
máticos? ¿Usted, Sara? 

Profesor: He sido yo. . . Pero no alcancé a ver esa mano. . . 
No tiene importancia, por otra parte. . . En el cementerio, 
los perros escarban por la noche. Eso sucede muy a rqííj' 
nudo . . . 

Frank: Usted. . . ¡no los hubiese soportado, profesor! No hu- 
biese podido ver la mano de la muerta ... la que ente- 
rraron ayer. . . (Ríe) Parecía hacerme serías, profesor, 
y parecía tuia de aquellas manos que en la ciudad se usan 
para indicar im camino. , , (A Sara) era una mano en- 
guantada (Ríe) como esas que sacan los chóferes para 
indicar la maniobra (Sara da iniclla la cara). ¡Hay que 
tener valor, para soportarlo! ¡T.o sé! ¡Lo sé! ¡Claro que 
lo sé! Hay que sobreponerse, profesor! Prei^árcsc usted, 
porque un día de cslos, s.ildrán miles de manos. . . Cuando 
las a.qiias arrastren el polvo que cubre los túmulos! ¡Prc- 
pjírese! Por eso, cjucría que usted hubiese vi.sto la pri- 
mera flor del lodo! Lamento que no alcanzó a ver la 
escena! (Ríe). Se perdió mía gran ocasión, profesor! 
(Con brutal iudifercucia) . El perro, se quedó allí, royendo 
los huesos de la mano. Primero ... le puso una pulsera 
de baba ! (Sara hace niuti.t, marcaudo su de.wfjrado, aparta 
a ¡os uiños que srqticu coutcm piando la cometa en el aire, 
fuera de e.vceua). 

Profesor: Frank. . . debe,4isted descansar. . . Por hoy. . . ha 
hecho bastante para dominar a sus subditos! (Se oye nn 
trueno). 

Frank: Si nn llueve basta la caída del sol, siu-tirá buen efecto 
el infundio de las cometas. . . ¡Mire cómo los tenjío cauti- 
vados! (Lo toma del braco para que observe a los niños). 
El viento va a amainar. . . y la estrella se vendrá abajo. . . 



85 



El efecto conseguido será perfecto . . . observe que junto 
a los chiquillos, aparecen los padres! ¡Perfecto! ¿No le 
parece, profesor? 

Profesor : De acuerdo, Frank, de acuerdo ! . . . Ha hecho usted, 
un buen trabajo . . . 

Frank: ¿Ironías? (Serio, fjrave). ¿Una broma? 

Profesor: Nada de eso. . . No pongo ninjs^ina intención en lo 
que dij?o. . . Jtizjnro el hecho, con imparcialidad. Su inicia- 
tiva, es aceptable. 

Frank: Ahí tiene tisted, una rcspue.sta a sus sospechas. 

Profesor: ¿Qué sospechas? 

Frank: De que tengo miedo a la muerte. . . fNennosanienie). 
Yo no tengo miedo a la nmcrte, yo no le tengo miedo . . . 
Convénzase, profesor! No quiero dejar este trabajo ni el 
que vendrá con las lluvias!. . . 

Profesor : Jamás he nrontmciado la palabra miedo. No está en 
mi vocabulario. Frank. Le ruego nup no insista, na ra nue 
podamos seguir en paz, . . (Suena un trueno máx lorrjo). 

Frank : (Dmqióndosc a lox m'iíos que se hallarAn amontonad ox 
en la f>ucrta) Las nubes contestan a la estrella. ;Han visto? 
¡No la deian caer! (Sr le verá reroqer el hilo). ¡Miren 
cómo sube ! ¡ Que protesten las nubes ! í Mientras la estrella 
esté en el cielo, no lloverá ! 

Profesor : ¡Lo felicito Frank, lo felicito! Fsta remiión es recon- 
fortante ... ( Ohscn'a á los indffjcitas que se suponen 
fuera). 

Frank: (Entrando, ncnñosanicnte) Vuelve usted a sus iro- 
nías, ¿ eh ? Profesor ... ya es tiempo de abandonar ese 
tono. . . (Encarándosele). No puede ron una frase irónica 
echar por tierra un trabajo de días ! . . . No voy a tole- 
rárselo, profesor! (Se coloca frente al Profesor que 
tiende el hraco, lo aparta de su- camino y sale). ¡Puede 
irse! No lo necesito para conqtiistar a estos chicos! ¡A 
usted le huyen!... (Grita). ¡Le odian!... (Frank ter- 



86 



mina de hablar en el dintel de la puerta. Queda inmóvil, 
con una y otra mano apoyadas en el marco. Se oye mi 
trueno. Luego, el ruido de la lluvia que apaga la algarabía 
de los indígenas, Frank los mira correr en tropel y em- 
pieza a reír, primero nerviosamente, después, con todas 
sus fuerzas . Mutis del Profesor por lateral derecha). 

ESCENA W 

Frank: \]:\, ja, ja! (Siempre de espaldas). ¡La estrella se 
vino ahajo. (Ríe). ¡Se vino ahajo. . . y emjiezó a llover! 
Naclje ¡niedc niá.s que yo! ¡He acertado! Desde .ihora en 
adnantc ... yo . . . yo. , . yo ! . . . ¡Y nada más qne yo ! 
Yo, para {gobernar las lluvias. Yo para disponer de la 
muerte, yo para fecundar a las indias, yo para abrirles las 
entrañas, yo para limpiarles la sanj^rc! Yo en los arroyos, 
yo en las camas, yo en las cunas, yo en los chinchorros, yo 
tirado entre los yuyos! ¡Yo, yo! (Golpeándose el pecho). 
I Pccbocolorado ! (Empieza a retroceder, con los ojos fijos 
en un punto). Yo, Pechocolorado ! (Se oye fuera de es- 
cena coma un eco la voz de una mujer). ¡Pechocolorado! 
(Frank retrocede uno, do.^, pasos). 

La Vo/: ¡Pechocolorado!... 

ESCENA V 

Lwbel, la hija del cacique Indio Pedro, se detiene en la 
puerta. Es una bella muchacha de quince años. Los negros cabe- 
llos mojados, le caen'^obrc los hombros. Brazos caldos, inmó- 
viles, junto al cuerpo. Apenas si se moverán una que otra vez, 
en el cur.^o de las palabras, con levhimos mvi'imientos, muy 
sna7'es. La lluvia se hace oír con violencia llenando la pausa 
que produce el asombro de Frank, ante la presencia de L^abel. 

Frank: (Con asombro, tartamudeando) ¿Quién... quién es 
usted, ahora . . . .ahora ? . . . 



87 



Isabel: (Luego de una pausa prolongada, sin un solo movi- 
miento, casi estática) Isabel. . . 

Frank; (Pama) Y. . . quién. . . es. . . Isabel. . . (Repentina- 
mente violento). ¿Quién? ¿Eh? ¡Quién! 

Isahel: (Sin inmutarse) Isabel, es la hija del cacique. . . Isabel, 
está aquí. . . Isabel, viene a hacerle un pedido. 

Frank : (Hace un largo silencio. Se recompone. Se seca el su- 
dor de la frente) Entre... pase adelante... adelante. 
(I.whel da un paso hacia adelante. Un golpe de viento que 
se supone de la ventana, entorna la puerta. Truenos. La 
llmña ra.^tiga la 7'ivienda). 

Isabel: Isabel viene a roíjarle. . . Isabel que no pide a nadie. . . 
Isabel, rue.cfa al doctor. . . 

Frank : ^Tendiéndole .t;í pañuelo) ;Ouierc secarse los cabellos? 
¡Está empapada!. . . ¿quiere sentarse? 
(Isabel separa brevemente las manos del cuerpo. Hace un 
gesto negativo. Sonríe). 

Isabel: Tsnbel sabe que seguirá lloviendo. . , Si seco cabello. . . 
se volverá a inojnr. . . Isabel ruecfa al doctor... que 
atienda ncdido. . . Ts.nbcl nucde caer entonces enferma. . . 
Vendrá la neste. . . Tsnbel rucsfa al doctor que atienda Isa- 
bel. . . (Solemne). Indios necesitan vida de Isabel. 

Frank: Su madre, su madre. . . (Confundido). ;Me necesita? 

Isabel: Isabel. . . no tiene madre. . . Ya no tiene madre. . . 
Muier Cacique, era madre de Isabel. . . Madre murió. 

Frank: Creí que fueses .su biía.. . 

Isabel: Isabel va no es más hija de la mujer del cacique. . . Es 
hiia de Dios. (Complaciente). Padre To.sé no quería que 
fuese así. . . Indio Pedro mand.i, no Padre José. . . ¿Pecho- 
colorado, comprendc„? 

Frank: (Confundido) Sí, sí. . . entiendo. . . Pero ya no está 
el Padre José ... ni creo que volverá . . . 

Isabel : Padre José . . . bueno con Isabel . . . Isabel quiere ser 
buena con amigos . . . Isabel quiere que Pechocolorado, 



88 



atienda pedido. . . Patrón viejo, no quiere curar. . . Isa- 
bel... 

Frank: (Levanlaudo la voz) ¿Cómo? ¿El profesor se negó? 

Isabel: (Da señas de sentirse molesta por el tono de voz. Se 
ale ja un tanto, levantando los hombros, como amedrentada) 
Isabel quiere ser atendida . . . Pcchpcolorado, va a pedirle 
a Patrón viejo que atienda Isiibel... (El viento cierra 
con estrépito la puerta. Isabel no se inmuta. Frank da 
muestras de impaciencia. Mira la ventana, se acerca y en- 
torna una de las hojas. Isabel avanza unos pasos, con 
ansiedad). 

Isabel :« La lluvia trae peste . . . peste trae muerte . . . Muerte 
de Isabel dejar.í a los indios solos. Isabel ítnica en la 
tribu. . . No hay otra Isabel. . . Padre José quiso encon- 
trar otra Isabel en el cielo... No p^udo encontrar otra 
Is.ibel . . . Señalaba el ciclo y movía la rabc/.a diciendo 
que no. . . Si mucre Lsabel, indios van a cambiar do monte. 
No quedarán indios en este lugar. . . Isabel, no tiene que 
morir... Nadie puede ver muerta a Isabel... Patrón 
viejo no comprende... Pccborolorado (.S^c le afro.vlma. 
ansio.m). Pecbocolorado sí... cnlícndc. . . entiende que 
Isabel no puede morir ... ( Largo .<;ilencio. Isabel muy 
cerca de Frank, inmóvil, dcsplicpa las manns como dos 
pequeñas alas). Lsabel mmca ruega. . . Isabel muica pidió 
nada a Padre José, Isabel oye la lluvia . . . que camina 
por la selva ... se mete en el barro, y deja olor de muer- 
te. . . y. . . pide, pide, (vehemente) pide a Pecbocolorado, 
que salve a Isabel!. . . (Frank se le acerca sin atre^'crsc 
a focarla. Se oye llover). 

Frank: ¿Indio Pedro .sabe que estás ar|ní? 

IsAiiEL: Si llueve, nadie pregunta a Isabel, donde va... de 
noche, sólo Isabel toca el agua del río. . . Isabel lia visto 
indias contentas. Isabel s.abe que indias esperan la luna. . . 
Indias tienen más ancha la cintura . . . Pecbocolorado . . . 
¿entiende Pecbocolorado? Isabel no puede morir. . . como 



89 



las indias que no curó Patrón Viejo ! . . . Muerte rodea 
casa de Indio Pedro. . . Isabel, no puede morir. . . (Vehe- 
mente). ¡No puede morir... nadie ptiede ver muerta a 
Isabel! Si muere Isabel, lodos se irán lejos!... (Con la 
respiración alterada). \C\\\:\. Isabel, Pecliocolorado ! (Isa- 
bel levanta la cahcca y clava la vista en el techo). El cuerpo 
de Isabel es como la rama más alta. . . .solamente para el 
águila. . . .solamente para el águila. . . (Actitud de sorpresa 
de Frauk. Se retira un tanto. Larijo silencio. Lnctjo Prank 
se i'a acercando. Levanta las manos hasta los hombres de 
Isabel que permanece inmóvil, como en é.vtasis). 
Frank: Serás salvada, Isabel. . . (Acerca la boca a los labios 
de Isabel, pero duda antes de besarla. Isabel, inmutable, 
soporta un momento la proximidad de Frank. Suena un 
trueno largo que se pierde en la distancia. Las manos de 
Isabel empiezan lentamente a separarse del cuerpo. Al des- 
plegar los dedos, los bracos comicnsan a levantarse con 
idéntica lentitud. Frank, la toma por la cintura, la manos 
de Isabel se juntan en la nuca como si sostuviesen la cabesa 
caída hacia atrás. Un largo trueno. Arrecia la lluvia. 

ESCENA VI 

Sara: (aparece, de pronto en la puerta. Inmóvil presencia la 
escena, mientras va cayendo lentamente el 

TELON 



90 



ACTO TERCERO 



El misinn escenario que en los nclns anteriores. Al 
levantarse el telón v<in entrando peones que portan 
bultos. Uno, un cajón, otro tm saco; un tercero, un 
aparato de radio. Tras ellos, Frank y Víctor, y un 
muchacho indio, bien plantado, no i^'iiyor de 25 años. 
Visten ropas de abris:o. El ciclo estrellado so verá 
a través de los cristales de la ventiina. 



ESCENA I 

Víctor, indica a un peón, un sitio donde debe colocar un bulto. 

Víctor: ¡Aquí, sin golpearlo, despacio! (Dirige la tarea. Aco- 
moda otros bultos. Se crusa con Frank). 



ESCENA II 

Frank palmea a Víctor, cuando éste sale. Entra Domingo, 
un indígena que carga las baterías. 

Frank: Domingo, Domingo! Te lie dicho que no encimes la.s 

lialerías. ¡Una al lado de la otra! 
Domingo: No me dalia cuenta que era eso. . . 
Frank : Te lo dije bien claro, los tres bultos más pesados. 
Domingo: Todos son livianos, patroncito! No hay uno más 

pesado que otro, pues . . . 
Frank: (Palpándole los músculos) También con semejantes 

troncos ! 



91 



Domingo: ¿Decía, patroncito? 

Frank: Nada, nada! (Doiniufjo hace mutis). ¡Anden rápido! 
Los camiones deben regresar al amanecer! Los liultos 
grandes, los dejan en el S'i'p^" • • • ^i'ijo techo, que no 
les caiga el rocío. (Desde la puerta en vos alta). ¡Cuidado 
con las bolsas de harin.i! Hay que ponerlas sobre las m.i- 
deras qtie coloqué esta mañana! (Vuelve al iufen'or. Aco- 
moda los cajoues contra la pared. Los contempla, satis- 
fecho). 



ESCENA III 

Entra Sara, la enfermera, se detiene en el umbral. Echa 
una mirada sobre los cajones y luego mira a Frank. 

Frank: ¿Que le parece? ; Extraño cargamento, verdad? 
Sara: No caben dudas que es un cargamento molesto! En mi 

cuarto no podrán colocar más cosas. Está abarrotado... 
Frank: No, en el tuyo no!. . . Pero voy a llenar el mío hasta 

el techo! ¡Me servirán de abrigo! 
Sara : Hay especies cerca de las cuales es nocivo dormir . . . 
Frank: A mí me gusta el olor penetrante del azúcar. ¿A ti 

no? Por la noche, destila un perfiune a almacén que no 

me desagrada. 

Sara: Aquí, no se deben almacenar artículos alimenticios... 
(Mira los cajones). Me imagino que. . . 

Frank: ¡No te a.sustes, Sara! Son cosas inofensivas. Semi- 
llas, jabones, artículos de tocador, ropa . . . una que otra 
sorpresa. 

Sara : ( Sombría) El invierno, nos tr.aerá sorpresas ... sí, se- 
guramente, algtma sorpresa. 

Frank : Yo prefiero el clima invernal ... El calor me alteraba 
la vida. Ahora, he resucitado. 



92 



Sara: (Grave) Y,i nos allcrará la vida. . . el frío. . . Tiempo 
al tiempo ... ( Franh conecta los cables de las baterías. 
Acomoda la radio). 

Frank : Por suplíoslo. . . Pero, yo no cambio por nada la vida 
invernal. . . Me siento más a gusto. . . Soy otro, trabajo 
con más bríos!... Me parece (|ue al profesor, algo le 
preocupa... y no (piiere decírmelo.:, lista tarde agota- 
mos las explicaciones y . . . nada en claro ! Cree que estoy 
en el mismo estado que la entrada de las lluvias. ¡Y se 
equivoca, se equivoca! 

Sara: Vivimos equivocándonos, Frank! 

FuANK : Aprendemos equivocándonos, debiste responderme. 
Yo, por mi parte, de caáa error saco partido. Y pienso a 
menudo en una observación juvenil qtie hice en mis viajes 
j)or Europa . . . cada vez c(ue tenía una "panne", gracias al 
desperfecto en mi coche, podía contemplar un paisaje con 
detenimiento. . . Ahora, a cada error. . . le saco punta. . . 
(Arregla los cables, estira alambres). 

Sara : Ciertas equivocaciones pueden ser fataks . . . 
(Frank levanta la vi.s'la y la observa). 

Frank: Reflexión femenina, muy femenina! Y derrotista, 
Sara . . . Ustedes, las mujeres, en el papel pasivo de la 
maternidad, exaltan las fatalidades. Nosotros, los hom- 
bres, en el papel íictivo, frecuentemente. . . no podemos 
detenermos . . . ¡ Adelante ! 

Sara: (Grave) A veces, quienes no se detienen a tiempo, 
arrastran a los otros : . . 

Frank: ¿A quienes? ¿A ti y al profesor? ¡No, Sara, no! No 
te aflijas. Todo esto, está al margen de la misión cientí- 
fica. . . ¿entendido? 

Sara : ¿ Crees que se pueden separar nuestras dos condiciones ? 

Frank: ¡Deben separarse! Es la única manera de comprender 
los problemas humanos. ¡La única! 

Sara: ¡Cómo te gusta hablar en forma desconcertante... 
También, a veces, procedes de la misma manera! 



93 



Frank: (Deteniéndose a mirarla) VA profesor, ¿te mandó 
decirme esas cosas? 

Sara: (Molesta) ¿Qué? ¿Crees que estoy de su parte? 

Frank: No he querido molestarte. Perdóname. Es que ciertas 
reservas del profesor, me inducen a suponer que tienes 
algo que decirme ... y . . . no encuentras la oportunidad. 

Sara: Creo que tengo suficiente confianza contigo para de- 
cirle directamente lo que pienso. 

Frank: (Con energía) Ahorremos palabras y tiempo, Sara. 
Tanto tú como el profesor, necesitan algunas explicacio- 
nes. Debo tranquilizarles: no traigo contrabando de dro- 
gas tóxicas. Esta es una iniciativa personal. (Pausa). 
¿Nunca se te ocurrió pensar en la sentencia italiana, 
que dice: " Manglar e e dopo filosofare?" En ese punto 
me encuentro. Comer, luego filosofar. Vamos a nutrir la 
tribu, a darles de comer! ¿Ves esos bultos? Son semillas, 
semillas de hortalizas, legumbres mmca vistas aquí! In- 
jertaremos plantas y seres!. . . Vamos a intervenir en el 
reino vegetal! (BnrUin). Y no me meto con el reino mine- 
ral, porque es con el oro de mi patrimonio paterno que 
voy a tentar la empresa. 

Sara: (Luego de una pausa) No me atrevo a desilusionarte. . . 
pero . . . puedes fracasar ... Es peligroso . . . 

Frank: ¿Peligroso? No entiendo... 

Sara : No quiero decir arriesgado, no . . . Peligroso para ti, en 
primer término. Más tarde... para nosotros, y... segu- 
ramente para la Misión. . . No se pueden tomar inicia- 
tivas individuales, sin algtmos riesgos. 

Frank: Te traes la lección aprendida de memoria, Sara!... 

Sara: Los actos personales, deben estar relacionados con el 
trabajo científico. . . 

Frank : ¡ Sigo a las órdenes del" profesor ! Trabajo en el labo- 
ratorio, con igual empeño. Estoy al día con las experien- 
cias y cumplo con los planes, al pie de la letra . ■ ■ ¿ Qué 
más quieren de mí? 



94 



Sara: Tus relaciones con los indígenas toman otro camino. . . 

Fkank: ¡En absoluto! Creamos el pánico con aquellas muer- 
tes, por resolución común. Ahora, todo ha cambiado . . . 
los acontecimientos nos obligan a ciertos cambios . . . 

Sara: (llnér<jica) Ciertos cambios. . . ¿eh? No entiendo algu- 
nos de ellos. 

Fkank: ¿Cuáles, por ejemplo? 

Sara: Sé lo que haces con la indiecita. 

Frank: ¿Con Isabel? Y, ¿qué hay con eso? 

Saka: No seas cínico Frank! 

Frank: Puedo ser, todo lo cínico que me convenga, pero no 
lo soy en este momento. 

Sara: (Acercándosele, como para no ser oída) Desde el día 
que la besaste . . . ¿ Por qué la besaste ? ¡ Por el miedo ! 
¿Crees que te vas a salvar, que ella te va a salvar de la 
venganza ... eh ? 

Frank: (DcsconccrUulo) Sí, la besé... Pero no he pensado 
en ningún momento que lo hacía para salvarme. 

Sara : ( En voc alta) ¡ Cobarde ! . . . ¡ No puede gustarte esa 
muchacha I . . , La besaste para salvar el pellejo ¡ Arras- 
trado por el miedo! 

Frank: (Iríjnicudosc) Quieres callarte, estúpida! Acaso tenía- 
mos algo más que un entendimiento para poder so^jortar 
esta vida! ¿Qué te has creído? 

Sara : £1 miedo te hizo conquistar a la muchacha. Pero de nada 
te servirá!. . . Seguirás temblando como un cordero! 
(Frank levanta la mano amenazante. Ella se aleja.) 

Sara: La única hembra que te responde, es la cobardía... 
¡ Cobarde ! 

(Sale en el instante que entra el Profesor. Se cruza con 
él). 



95 



ESCENA IV 



El Profesor abatido, sin darse cuenta de la discusión. 
Frank mira hacia la puerta. 

Pkoií-esor: (Luego de observar a Frank) ¿He llegciclo en mal 
momento ? 

Frank: ¿0)'Ó usted? (Signo negativo del Profesor) Está des- 
conforme y tendrá que irse. Tal vez he sido un poco vio- 
lento. 

ProkI'SOr: Francan-^ente, Frank, nos preocupan algunas acti- 
tudes suyas. No olvide que usted ha sido el eje de las 
exi^eriencias . . . En cierto modo polariza el trabajo. 

Frank: Así lo he entendido desde el principio. No crea que 
lo olvido. 

Proi'esor: De usted, depende casi la mitad del éxito... La 
experiencia nos cuesta mucho sinsabor, muchos actos fa- 
tales, sacri f icios, audacias de todo orden ... ( Pausa. Se 
sienta). 

Frank: ... Y muertes! Sí, dígalo, profesor, muertes! 

Profesor : Es dura la palabra ! Sí, alginias muertes, sobre todo 
cuando iniciamos esta aventura. 

Frank: Las grandes palabras no me impresionan. Como al 
que intenta un record y lo alcanza . . . Hemos cumplido 
buena parte del trabajo. Solamente me interesa sacarle 
provecho a la experiencia. 

Profesor: Me alegro de su adaptación al medio. No lo espe- 
raba. 

Frank: También para mí, ha sido una sorpresa. Lo confieso. 

Profesor : No ha pensado usted en la traición . . . perdone la 
palabreja, no tengo oita a mano, en la que puede preci- 
pitarse ? 

Frank: ¿En qué misterio andamos, profesor? ¿En qué r .pí- 
tulo del folletín? 



96 



Profesor: ¡Frank, Fmnk!... ¡No es juego limpio! 

Frank: Vea, profesor, la vida puede leerse en muchas formas. 
Hay quienes la leen como un folletín por entregas... 
estilo 1900. . . Sara ha resullado de esa clase de lectores. 

Profesor: (Lo interrumpe) Sara y yo no queremos verle a 
usted como protagonista de un vulgar melodrama, Frank! 
(Pausa. Frank mira al Profesor largamente). 

Frank: Un día, en pleno verano, intenté una charla familiar 
con usted. Quise saber si algún fracaso íntimo lo había 
impulsado a esta cruzada . . . 

Profesor: La ciencia y sus investigaciones, reúnen a una ex- 
traña familia, sin denominación . . . 

Frank: Le pregunté por su pasado... 

Profesor: Yo no necesito saber sus razones, Frank, Los que 
dirigen la misión, lo incluyeron, priüiero, por sus con- 
vicciones; por su salud, después, y por su vocación. Con 
eso me basta . . . 

Frank: Debió usted saber más datos. Se los voy a decir. 

Profesor: No se violente usted, Frank. 

Frank: lín mi familia dominaba este concepto: nos creíamos 
de la clase postergada, esa clase social que se siente con 
fuerzas para ser clase dirigente. . , pero que no se la deja 
jugar su papel. 

Profesor : ¿ Tiene usted, origen popular . . . ? 

Frank: No. 

Profesor: ¡Ah, ah! No se siente surgido de la clase traba- 
jadora, entonces? 

Frank: No. Pero también nos resistimos a ser ])arte de la 
burocracia (Violento). ¡Nos resistimos a esa tentación! 

Profesor : ¡ Digna cualidad ! . . . 

Frank: No aceptamos, por lo tanto, (jue una clase corrom- 
pida, la burguesía, llev.ise las riendas de la cosa pública. 

Profesor: Mucha podredumbre en la banca y sus derivados 
¿ eh ? Lo sé perfectamente . . . 



97 



Frank: En medio de una y otra clase, no clase medía, ¿eh? 
En medio de unos y de otros, los míos, esperaban que se 
les reconociese sus condiciones. Esperaban entrar en 
acción. 

Profesor: ¿A los intelectuales se refiere? 

Frank: ¡Nada! Los intelectuales, viven codo con codo con 

los capitalistas. Sin sus halagos, se sienten deprimidos. 

No me incluya en la casta de los lamentables privilegios! 

Por favor, profesor! 
Profesor : Intento ayudarle. Veamos : ¿ A qué clase cree usted 

pertenecer? 

Frank: ¡A ninguna! ¿Y si intentáramos una nueva clase, 
ante el fracaso de las clasificaciones existentes?. . . 

Profesor: Esa arrogancia, les ha costado cara! ¿No sabe 
usted nada de los resentidos? 

Frank: ¿Los resentidos? (Pausa) ¿Yo procedo como un 
resentido ? 

Profesor: Esta soledad es como esos reactivos que utilizamos 
en química . . . hace precipitar ... lo invisible . . . 

Frank: (Luego de una pausa) La soledad, es una cita... 
Hay quienes no saben acudir a tiempo. 

Profesor: Me gustaría firmar esa frase... Si escribiese un 
Diario, no titubearía en subrayarla . . . 

Frank: Tranquilícese, profesor... mi existencia, desbordó 
las páginas de un Diario. Los imbéciles son los que están 
mejor dotados para redactarlos . . . Ahí está mi cuaderno 
en un cajón... Cuando escribía, tenía miedo... Ahora 
que no escribo, tengo valor. 

Profesor: Hay hechos indescriptibles, lo sé. . . Yo nunca he 
comprendido ese afán de dejar escrito aquello que se vi- 
ve. . . Lo que se sueña, quizás . . . 

Frank: ¿Cómo quiere usted que describa mi resolución de 
quedarme aquí? Una pasión, no se vuelca al papel. 



98 



Profesor: ¡Se vive! (Incorporándose en la silla) Pero usted, 

no podrá vivir lo que le espera! 
Frank: ¿Por qué? 

Profesor: Porque lo que le espera Frank, es superior a sus 
fuerzas ! 

Frank: ¡Sé lo (|ue me espera, profesor! Ahora comprendo 

que por el camino de mis debilidades, puedo llegar a una 

verdadera fortaleza! 
Profesor : Frank . . . usted olvida ciertas responsabilidades . . . 

Usted ha cometido faltas previstas por mí, pero que me 

han sorprendido. 
Frank: Ya sé. . . me clasificó como un bárbaro sin escape. . . 

Existen barbaries sin salida. ¡Hitler, fué el arquetipo del 

bárbaro sin salida! 
Profesor: ¡Cuidado, Frank! 

Frank: Mi clase. . . la clase resentida. . . ¡se equivocó! Hay 
que enfrentar el escarnio y la soledad, para poder com- 
prenderlo! Es éso lo que me pasa. 

Profesor : Ha vuelto a caer en otra fantasmagoría . . . Una 
realidad, está a punto de herirle profundamente. 

Frank: No hable usted en clave, profesor!. . . La burguesía 
descompuesta inventó la novela "con llave", y usted relee 
esas pamplinas! 

Profesor : Escúcheme con calma y responda : ¿ Cuánto tiempo 

hace que no ve a la hija del cacique? 
Frank : ( Gesto de sorpresa) ¡ Tres meses hacen que no puedo 

verla ! 

Profesor : Desde la segunda luna, entonces . . . 
Frank: Exactamente. 

Profesor: Frank. . . Sara ha conversado con varios indios. Se 
van a alzar en armas! (Poniéndose de pié) El cacique se 
ha enterado que Isabel, sin conocer hombre alguno, está 
encinta. 



99 



Frank: ¡Bufe el eunuco! 

Profesor: ¿Sabe lo que está usted diciendo ? 

Fraxk : Sí . . . Sí, Isabel va a tener un hijo mío ! j Es mi amante, 

será mi mujer! ¿Hablo claro? 
Profesor: Frank, ¿sabe usted las complicaciones que nos va 

traer el hecho? Mañana llegará el padre José. Se lo hemos 

ocultado para no preocuparle. . . 
Frank: Profesor... un hombre de ciencia de treinta años, 

no es un hombre de ciencia. . . es un hombre de treinta 

años! 

Profesor: De acuerdo. Pero quiero explicarle la nerviosidad 
de Sara... Estamos ante un problema sin solución... 
¿Comprende usted, Frank? 

Frank: Todos los problemas tienen dos sohicioncs. Se acierte 
o no, siempre quedan dos caminos. V aquí me tiene, de- 
cidido a escoger uno. Cualquiera de los do.^, es ¡)eligroso. 
Lo malo es andar por éste y por aquél. ¿\'e estos cajones? 
En ellos, está una de las soluciones: la que he escogido. 
Las dos eran igualmente peligrosas. Si huyo, no podré 
vivir sin Isabel. Si me quedo, corro el riesgo de desapa- 
recer. (Camina hasta el cajón del escritorio v quita de 
la gaveta un manojo de plumas y flores) \c estas flores 
secas, estos capulio.s, estas plumas, esias piedras de colo- 
res, recogidas por la noche en el arroyo ? ¿ L:is vé . . . ? Pues 
me las ha dejado Isabel en el alféizar de mi ventana. 
Noche a noche. Cuando ella viene, yo estoy despierto. 
Apenas loco su mano fría con la yema de los dedos de mi 
mano. No hay diálogo de amor comparable ! ¡ Frescas pie- 
dras de colores, recién bañadas por las aguas! Flores que 
solamente se abren por la noche ! Y la pluma de un águila ! 
Aquí están, para luchar contra todos los caciques y contra 
tcdos los planes científicos. ¡.\(|uí están, y son las pa- 
labras que no caben en ningún Diario de memorias! (Con 
más emoción) Contra estas flores, estas piedras y estas 
plumas, profesor, no pueden ni las religiones ni la ciencia ! 



ICO 



Prepare usted mi dimisión, profesor, y se la firmaré en 
el acto! ¡Estoy resuelto! 

ESCENA V 

Sara entra cubierta con un pesado abrigo. Se detiene en 
el dintel, cierra la puerta y mira fijamente a Frank. Luego se 
dirige al profesor. 

Sara: Profesor. . . lamento tener que comunicarle que el ca- 
cique ha juntado a la triíju esta madrugada y van a quemar 
nuestras viviendas! (Mira con odio a Frank) Usted, doc- 
tor, es el responsable de este fracaso! 

Profesor: (Enérgico) No se le ha pedido su opinión, Sara!. . . 
Necesito saber si es veraz la noticia. 

Sara : El indio interprete acaba de enterarnos a Víctor y a mí. 
Los ha visto preparar las flechas envenenadas. Nos acon- 
seja qiic debemos retirarnos. 

Frank: (Con calma) La vuelta de los camiones estaba resuelta 
para esta noche. Pueden aprovechar el rcgre.<;o. Avíseles 
que llevarán el e(|uipaje. Están armados. Usted, Víctor y 
el profesor, volverán al pueblo más cercano. Cargo con la 
responsabilidad de enfrentar a la tribu. La religión les 
impide guerrear por la noche. Pueden alejarse con entera 
tranquilidad. 

Sara: (Agresiva) ¿Es una orden, profesor? 

Profesor: Sí, Sara, es una orden. Prepare inmediatamente la 
partida. 

Sara: ¿Vendrá usted con nosotros, profesor? 

Profesor: Sí, andando, andando. Prepare la salida (Pausa). 

Mi eí|uipaje también. 
Sara: ¿Está resuelto? 

Profesor: Es una orden, Sara ¡A cumplirla! ¡Vamos! (Sara 
mira con desprecio a Frank y hace mutis). 



101 



ESCENA VI 



Larga Pausa. Frank Inmói'il sentado frente al escritorio. 
Toma el diario y empieza a romper las hojas una por una. 

Profesor: ¿Xo cree que hemos fracasado, Frank? 

Frank: ¿Científicamente? 

Profesor: Científicamente, por supuesto. 

Frank: Creo que no. Pero el tiempo lo dirá. 

Profesor: Este es el epílogo de una escena de celos. 

Frank: ¿De celos? 

Profesor: Sí, de celos. (Ríe) Sara está celosa. 
Frank: Si algo admiro en usted, profesor, es su sentido del 
humor ! 

Profesor: A la vejez, el humor huele a escepticismo. Bernard 
Shaw con su genio, consigue disimularlo, pero a ustedes 
los jóvenes, no se les engaña. 

Frank: Debo pedirle disculpas, profesor... ¿Las acepta? 

Profesor: Usted me rejuvenece, Frank! El que debe darle 
las gracias soy yo! 



ESCENA VII 

Sara entra, presa de pánico, seguida de Domingo. 

Sara: Víctor y los camioneros opinan que debemos salir en 
seguida . . . Domingo asegura que preparan el asalto, para 
el amanecer. Creo que debemos alejarnos sin pérdida de 
tiempo. 

Frank : Así es . . . deben partir inmediatamente, aprovechar 
la noche para ponerse a salvo. 

Domingo: Van a quemar todo lo que encuentren por de- 
lante . . . 



102 



Profesor: (Sacando de las estanterías unos bihlioratos) Sara, 
lleve esta documentación... (Se los alcanza) Salvemos 
estos documentos. (Sara toma los biblioratos). 

Frank: Llévense todo lo que puedan del laboratorio. 

Profesor: Y, usted... ¿no parte con nosotros? 

Frank: ¡Dc ninguna manera, profesor! ¡Ahora sí, sé lo que 
debo hacer! (Sara y el Profesor se miran, desconcer- 
tados). 

Sara: Voy a recoger las cosas del laboratorio... (Sara en- 
trega a Domingo los biblioratos). 

Profesor: Y pueden partir, no bien haya usted cargado las 
cosas del laboratorio. 

Sara: ¿Llevamos sus valijas? 

Profesor: No. (Pansa) Le dirá a nuestros amigos, que si 
no reciben noticias pasado mañana, traten de organizar 
una expedición . . . 

Sara: (Con miedo) ¿Está resuelto, profesor? 

Profesor: Sí, Sara, anden rápido. (Mira a Frank) 

Sara: (Emocionada) Hasta la vista, profesor... (Luego, 
mira a Frank. Hace mutis cerrando la puerta con vio- 
lencia) 

Frank: ¡Gracias, profesor! 

ESCENA VIII 

Frank se dirige al aparato de radio y conecta los cables. 
El profesor se sienta a fumar. Unos instantes después, se em- 
pieza a oir las notas de una canción popular, luego Frank elige 
música clásica. Por fin, una partitura de Bach. 

Frank : Supongo que todos estos experimentos tienen sus alti- 
bajos... ¿verdad, profesor? 

Profesor: Conocí en la guerra, empresas mucho más arries- 
gadas. El peligro, me fascina, Frank! 



103 



Frank : Ha sido muy generosa su decisión, profesor. Pero, no 
quisiera ser. . . 

Profesor: (Lo intermmf^c) Una vez... le dejé solo Frank, 

frente a sus cuartillas... 
Frank : Cuando luchaba conmigo mismo. Aquel horrible calor 

me licuaba los sesos! 
Profesor: (Se oye música leve) ¿Esa es música de Bach? 
Frank: Sí, Bach. . . Bach es interminable. . . recuerda el mar 

y el fuego. . . Parece que recién comienza. . . parece que 

va a terminar ... Es el único músico que no me cansa . . . 

Una vez más, viene en mi ayuda . . . 
Profesor: ¿Tiene usted armas, Frank? 

Frank: Sí, sí... tengo armas... Unas muy visibles... in- 
visibles las otras. . . Siempre hay dos caminos, profesor. . . 
¡La eterna disyuntiva! (El profesor camina hasta el escri- 
torio y saca el revólver. Se oyen las explosiones del motor 
de los camiones). 

Profesor : Habrá que esperar el amanecer . . . Ahora, ya es- 
tamos solos . . . 

Frank : Nunca disparan sus flechas en la oscuridad. La noche 
es sagrada, para ellos, como la muerte ... No los moles- 
tarán, estoy seguro. 

Profesor: Cuando termine Bach, trataré de dormir un poco. . . 

Frank: ¿Sería capaz? 

Profesor: ¿Por qué no? ¿Qué horas tiene? 

Frank: (Consulta su reloj) Media noche. . . 

Profesor: ¿Se detendrán ante la música? (Una pausa. Sonrisa 
de Frank). No se me había ocurrido. 

Frank: Es una de las armas que podemos disparar. . . 

Profesor: (Tirándose en la reposcra) ¿La otra? ¿Cual es la 
otra, Frank? 

Frank: ¿Las otras? 

Profesor : Bueno, si usted lo dice, las otras. . . (Silencio. Frank 
consulta otra vez su reloj pulsera). 



104 



Frank: Las invisibles. . . Voy a bajar la luz de la lámpara. . . 
le será más fácil dormitar. . . (Reduce la lumbre. La es- 
cena queda sumida en la penumbra). 

Profesor: No tanto, no tanto. Así está bien. (Pausa). 

Frank: Dos guerras... Pensar en ellas debe dar sueño... 

Profesor: Los bombardeos, nos producían un efecto letal. . . 
(Bosteza). ¡Qué mas da! ¡Ya pasó! 

Frank: Duerma, profesor. . . V'oy a montar guardia. . . (Si- 
gue la música. Frank cierra los postigos de la ventana. 
Consulta su reloj pulsera. Corta la radio. Silencio abso- 
luto. Transcurren algunos instantes. Se oye, de pronto, 
ruido de maderas que crujen. Frank mira al profesor. 
Este levanta la cabeza y mira a Frank, interrogante). 

Profesor: ¿Qué pasa? Alguien anda por ahí afuera... ¿Oye 
las pisadas en la galería? Las maderas crujen... (Se 
yergue sorprendido). 

Frank: Sí oigo las pisadas. No .se inquiete, profesor. . . (Ca- 
mina hacia la ventana. Largo compás de espera). 

Profesor: ¿A qué horas acostumbra a venir Isabel? (Se 
recuesta tranquilamente en su reposcra). 

Frank : Más allá de la media noche. Cuando empieza a brillar 
el lucero entre las copas de los árboles . . . 

Profesor : ¡ Ah, ah ! . . . Ha dicho usted . . . otras armas. Us- 
ted ha aprendido mucho, Frank. También se guía por el 
lucero . . . 

Frank: Sí, profesor... ¡otras armas! El arma de muchos 
filos! Isabel me quiere y estoy terriblemente enamorado 
de ella! ¿Comprende ahora? 

Profesor: (Displicente) Lo comprendí, desde el primer mo- 
mento. Por eso he resuelto quedarme . . . Desde el primer 
momento, Frank! (Bosteza). 

Frank; (Como iluminado) Además, gracias a ella, he com- 
prendido que esta familia salvaje, necesita víveres, antes 
que nada! Semillas para cultivo, frutos! Necesita lo que 



105 



nosotros arrojamos al mar : Café del Brasil, bananas, yodo 
de Chile! Necesitan el excedente que los picaros manejan 
para poder dominar, para controlar nuestra puerca econo- 
mía! Miles (con vehemencia) millones de seres, semejan- 
tes a estos hermanos de Isabel, necesitan lo que a nosotros 
nos sobra del otro lado de esa cortina donde Sara va a 
esconderse! ¿No lo cree usted, profesor? 

Profesor : Siga hablando, Frank ... No me pregimte si 
apruebo lo que dice ... ¡Mi respuesta, va en este confiado 
sueño que me sube por los piernas ! . . . ( Comiénzase a oír 
un tan-tan de tambores guerreros. El ¡profesor, hace una 
pausa). Le respondo, con este sueño que es como el de los 
niños que todo lo comprenden... (Suena el tan-tan 
lejano). 

Frank: Son los tambores llamando a la guerra... (Pausa 
larga). Sonarán hasta el amanecer. Después... 

Profesor : Y, con el alba, Isabel a su lado ... Y habrá termi- 
nado su pesadilla... Continúe hablando, Frank... siga! 

Frank: (Se aproxima a la puerta) Ya oigo los pasos de Isa- 
bel como todas las noches. Se acerca tímidamente. Ahora, 
deja en la ventana un manojo de ramitas y las más lindas 
piedras de colores que recogió en el arroyo . . . Tal vez la 
pluma de un águila. . . Oigo sus pies desnudos. Los peque- 
ños dedos de sus manos, vienen fríos, helados. Caliente en 
cambio, la sangre que va por sus venas. 
(Durante unos instantes se oye el lejano sonar de los tam- 
bares de guerra). 

Frank : Me parece oír su respiración en el rumor de los tam- 
bores. Con el alba pueden llegar las primeras flechas 
envenenadas. (Pausa). Entre la vida y la muerte. ¿Por 
qué usted no tiene miedo, profesor? 

Profesor: (Luego de una pausa) Porque hice dos guerras, 
porque conocí la cárcel, porque el miedo no golpea en casa 
de los viejos. 



io6 



(El sonar de los tambores se hace más notable). 

Frank: Querer vivir. . ¿es temor a la muerte? 

Profesor: Hemoi jugado con la muerte, Frank. El hombre 
de hoy día, juega con ella porque la muerte, ha perdido 
todo su misterio ... Yo deseo dormir, dormir apenas, con 
un pensamiento que me persigue desde hace tiempo. 

Frank: ¿Qué pensamiento, profesor? 

(Se entreabre la puerta, suavemente, a tiempo que se ale- 
jan los tambores de guerra). 

Profesor : Un pensamiento sin sentido ... La idea de la gue- 
rra... (Pausa). Con el pensamiento de la muerte pre- 
ñada! 

Frank: ¿La muerte preñada?. . . (Pausa). ¿La guerra? ¿Eso 

es la guerra? ¿La muerte preñada? 
Profesor: Sí, la guerra, muchacho. Y, ahora, una pausa en 

la selva. 



ESCENA IX 

La puerta se abre totalmente. Entra en escena el resplandor 
del alba. En el suelo se verá la sombra de una mujer que avanza. 
Luego aparece Isabel, se detiene en el dintel, ¡licrática. Perma- 
nece unos segundos con los bracos caídos junto al cuerpo. Frank 
se le aproxima, lentamente. Isabel lei'anta las manos hasta la 
nuca. Frank la toma por la cintura. El sonar de los tambores 
se va extinguiendo hasta hacerse un silencio total. Frank mira 
al Profesor. El Profesor está dormido. 
Isabel : Pechocolorado . . . 

Frank besa apasionadamente a Isabel. 

TELON RAPIDO 



107 



YO VOY MAS LEJOS 

Cowedia dramática 



PERSONAJES 



TEODORO 33 años, el estanciero, hombre tosco, de 

modales bruscos, voz cascada. 

VIEJO 40 años, peón, encanecido, encorvado. 

JULIO 40 años, hermano de Teodoro, frío, 

ciudadano del pueblo. 

SILVIA 26 años, mujer de Teodoro, altiva, re- 

suelta, dominante. 

ROSAURA 26 años, campesina. 

TRO 28 años (el mismo actor que cubre el 

papel de Teodoro). 

ELENA 23 años, alegare, decidida. 

EDUARDO 59 años, sombrío, malhumorado. 



ESCRIBANO 

DOCTOR 

CAMPESINO UNO 

CAMPESINO DOS 

PEON I 

PEON II 

Un coro de voces fuera de escena. 
La acción transcurre en el año 1919. 

La versión francesa de "Yo voy más lejos", obra del hispanista y 
autor teatral Jean Camp, lleva cl título de "Au baut du monde" 



lio 



ACTO PRIMERO 

La acción transcurre por la noche en la espaciosa 
galería de una vieja estancia. La casa estará colo- 
cada en posición oblicua a las candilejas. Verano 
de 1919. Parte del foro, la lejanía, campo abierto, 
cielo estrellado. A la derecha del espectador la es- 
quina de la casa, pintada de tonos verdes y amari- 
llos, desvanecidos. La vereda de la galería se ha- 
llará a unos cincuenta centímetros del suelo. Una 
pequeña escalinata de piedra situada en el eje de 
la casa conduce al jardín, por cuyo sendero de vege- 
tación subtropical, se sale al camino. En la galería 
sillones y sillas de hierro con almohadones de co- 
lores. A la derecha del espectador, breve trazado 
de un sendero que conduce a la casa de los peones. 

ESCENA I 

Al levantarse el telón, Julio, que inste indumentaria ciu- 
dadana, se hallará sentado leyendo un periódico, bajo un pico 
de luz. De tanto en tanto, da manotazos para espantarse los 
mosquitos. Teodoro, el estanciero, vestido a la usanza campera 
entra en escena por el sendero del jardín, seguido de tres 
peones mal trajeados. 

Teodoro: Vamos a ensillarlo todos los días. Sin darle des- 
canso. jYa verán cómo le quitamos las mañas a ese ca- 
bortero ! 

Viejo: (Un hotnhrc de pelo cano, mayor que Teodoro, sota- 
capataz de la estancia) ¡ Me parece cosa difícil, patrón ! . . . 
No es el primer aporreau que sale de esa bagualada 
marca cruz. 

Teodoro: Aquí no hay aporreau que valga. De cualquier ma- 
nera hay que amansarlo. ¿Desde cuándo vamos a darnos 
por vencidos en "El Palenque"? ¡No hay duro que no 
ablande, viejo! 



III 



Viejo: Entonces, no habrá que aflojarle. 

Peón I : Yo lo monlo, patrón, si me dan la bolada. 

Teodoro: ¡Así me gusta! (palmea al peón). Hablas como 

buen criollo. 
Viejo: Es guapo esc mozo. 

Teodoro: Mañana lo apalanqueamos de madrugada. Avisen si 
vamos a darle el gusto a un redomón marca cruz. (Teo- 
doro avanza hacia la galería). Aquí mandamos nosotros. 
(Dirigiéndose al viejo, autoritario). Y vos, no descuidés 
el baño del ganado. Vamos a preparar las cosas pa la hora 
que se anunció el gringo. Ya sabés que se las dá de pun- 
tual ... ¡Lo vamos a reventar, reló en mano I 

Viejo: (Adulón) Me gusta, patrón... 

Teodoro: (A Julio) Estos gringos creen que el reloj funcio- 
na solamente pa ellos. 

(Julio baja el diario y mira por arriba a Teodoro) 
ViKjo: Y, ¿nada más, patrón? 

Teodoro: Vamos a parar rodeo en La Mulata, pa hacer un 

buen recuento de esa invernada. 
Peón II : Hoy se carneó cinco abichaus. 
Teodoro: Tenemos que mover ese ganado. La mosca lo está 

castigando. 
Viejo: Así es. 

Teodoro: Y, aura, vamos a matear, muchachos! 

(Los peones atraviesan la escena, cuchicheando. Salen por 
la derecha y doblan la esquina. Julio ha avanzado unos 
pasos como siguiendo a los peones, los mira alejarse y 
sonríe. Pausa). 

Teodoro: (A Julio, con mucha vehemencia) Me gustaría que 
vieses ese potro salvaje. ¡ Un ejemplar indómito ! j Pero lo 
vamos a domar y será mi caballo favorito! 

Julio: Señor feudal (pausa). De toda tu actividad, lo que 
más me ha llamado la atención son esos plurales que em- 



112 



picas al dar las órdenes. ;Lo haces premeditadamente, 
Teodoro? 

Teodoro: (Se detiene y lo mira, mientras enciende su pipa, 
serenamente) No te entiendo. . . ¿qué quieres decir? 

Julio: Durante estas horas de verdadero holgazán, tengo de- 
recho a hacer observaciones . . . perdóname ... de hol- 
gazán ! 

Teodoro: (Desconcertado) Sigo sin entenderte, Julio. 

Julio : Me refiero a tu modo de hablar, al estilo, digamos, que 
a veces empleas. Nunca te oigo dar una orden seca, sin 
argumentarla y sin agregarle un plural. 

Teodoro: ¿No te parece bien? ¿Te disgusta? 

Julio: Todo lo contrario! Caramba, no te enojes. Te declaro 
que me gusta oírte hablar así. Creí que las órdenes se 
daban secamente: "hagan esto, hagan aquello..." Siem- 
pre recalcas: Vamos a hacer esto, vamos a hacer esto 
otro . . . Es una forma simpática de mandar . . . 

Teodoro: ¿Eh? (burlón) No había reparado en ello. 

Julio: Es lo que deseaba saber. (Pausa) I^sos peones deben 
responderte . . . perrunamente. 

Teodoro: ¿Quieres decir, como perros? 

Julio: Vuelves a entenderme mal... estás nervioso, herma- 
no... Fielmente, esa es la palabra. 

Teodoro: Los hago solidarios de todo. La estancia marcha 
mucho mejor así. 

Julio: ¿Has probado de otra manera? 

Teodoro: ¡Vamos, Julio, vamos! Deja a un lado las observa- 
ciones. En realidad, no sé como los trato. 

Julio : Has dicho que así las cosas andan mejor ... por lo 
tanto . . . 

Teodoro: (Desdeñoso) La ciudad a ustedes les retuerce los 
sesos. En mil años no se me ocurriría ni una sola de esas 
ideas. Aquí, no se piensa tanto! Aquí se corta la vida a 



113 



grandes tajos; ¿entiendes? Como al carnear las rcses... 
¡Y asunto terminado! 

Julio: Ves, esa es una forma de expresarse que sorprendería 
a cualquier mortal. Si tu hijo pudiese aun oírte, te sa- 
caría provecho! 

Teodoro: A propósito. ¿Silvia duerme? 

Julio: El que duerme es tu hijo. No se le ha oído en toda 
la tarde. Mama como un condenado. Agarró la teta, como 
dicen ustedes por aquí . . . 

Teodoro : Se te van a pegar algimas formas de hablar . . . 
bien auténticas. (Pausa marcada, en la que Teodoro mi- 
rará a Julio como si desconfiase de su hermano) Sí. 
(Contento) Parece que no voy a tener complicaciones con 
el crío. Sería muy molesto verme obligado a llevarlo al 
pueblo. (Dubitativo). Pero quizás sea mejor. . . tal vez. . . 
( Preocupado ) Depende . . . depende ... ya veremos . . . 
(Pausa larga). 

Julio: jQué cara va a poner el médico que le pronosticó a 
Silvia que nunca le nacería im niíío vivo! (Julio mira 
fijamente a su hermano). 

Tkodoko: (Da muestras de nerviosidad. Pero al instante se 
recompone, secándose el sudor. Entra una negrita ofre- 
ciéndole un mate) ¡Pues así es! Los médicos se han equi- 
vocado de lo lindo! (De.ufeño.w) ¡Que Silvia no podía 
tener hijos precisamente conmigo! (Rie) ¡Y ahora viene 
la realidad! ¡Estos campos ya tienen heredero! ¡Y todos 
so han chasqueado! En estas tierras, hasta las leyes de 
la ciencia pueden ser alteradas. Es cuestión de cortar a 
grandes tajos. Cuando quisieron hundir a Silvia, juré que 
no se iban a dar el gusto. Y, .ihí tienes, bajo el techo 
de El Palenque a un Azara más redondo que el mejor de 
mis terneros! No bien se prendió a la teta, duerme como 
un bendito. 

Julio: Me dijo Silvia que tuvo que luchar, que al principio. . . 
fué difícil . . . 



114 



Teodoro: ¡Otra que luchar! jTniagínalc esperarlo cargado de 
presagios y apechugar el parlo sin recurrir a los médicos 
del pueblo . . . ! ¡No es moco de pavo ! ¡ Silvia Pilzigoi se 
ixjrtó como una verdadera (checa! ¡Dos días, casi incons- 
ciente. (Cambio) Pero revivió para salvar a su cría. 

Julio : Es una mujer excepcional, qué dudas caben . . . 

Teodoro: Buena sangre, amigo mío. (Con ¡jran aplomo) Es 
lo que necesitaban estas tierras. ¿Por qué, me pregunto, 
para qué trabajarlas, si no había posibilidad de que al- 
guien siguiese empujando hacia adelante? ¿Eh? Sus cam- 
pos y los míos, parían rcses, novillos y vacas, vacas y 
novillos. Y nosotros ¡nada! En cambio, ahora... Empie- 
zan a marchar las cosas, como yo quiero! 

Julio: Comprenderás í|ue he dedicado un poco de mi holga- 
zanería para estudiar tu c.iso. . . Vine sin ([ue me llama- 
ses y le encuentro en plena cosecha. 

Teodoro: Así es... Tú, como padre de t.mlos hijos... 
¿cuántos muchachos tienes? 

Julio: ¡Cinco! 

Teodoro: . . .Comprend— -'.s lo que es .ser padre por enérgica 
voluntad y ver ? ilvia ccm una sonri.sa (|ue me era en- 
teramente des»' .ocida. ¡Es otra mujer! 'J'e habrás dado 
cuenta... j'" ,iá imponente! 

Julio: Pero te jugaste una carta peligrosa. Kn eso, eres digno 
de respeto. Tienes un coraje (¡uc: no sé de dónde lo has 
sacado. Yo, en tu lugar... 

Teodoro: Claro, para un pueblero, i)ara ti, por ejemplo, es 
algo audaz, inaudito! He expuesto a Silvia, le hice correr 
un riesgo. Pero, mirá, hasta por ahí nomás. Ella había 
calculado mal el tiempo y el trance se presentó de pronto, 
en una noche de tormenta. Cayó un rayo y dió a luz. 
Las cosas del campo se manejan con leyes que el hombre 
desconoce. (Cambia de lono inicncioiial) ¿En el pueblo 
llovió mucho? 

Julio : ¡ Un diluvio ! . . . Pensé que sí le pas<Hba algo a Silvia, 
podía ser fatal. El doctor Miranda era muy pesimista. 



"5 



Teodoro: ¿Y yo? No te digo nada. Hemos perdido cuatro 
criaturas reducidas a otras tantas piltrafas. No es para 
menos! (Pansa) Pero le pido que hablemos de otra cosa, 
Julio: lo pasado, pisado. ¿No quieres un mate? (A la ne- 
grita, que ha vuelto) Vamos a tentar a don Julio. . . 
Te invitamos con un amargo . . . 

Julio: (Irónico) Me parece que fuerzas el plural, Teodoro. 

Teodoro : ¡ Por qué te lo voy a negar ! Ahora lo hago para no 
dejar en el aire tu observación, (mordaz) tu agudeza... 

Julio: (Tomando mate) Me está pareciendo que gastas más 
agudeza que yo. . . 

Teodoro: Así será. . . (A la negrita) Decíle a la patrona que 
venga a hacerle compañía a don Julio. Yo me voy a lavar 
un poco. (Sale la negrita). 

Julio: Me hace gracia notar. . . — perdóname esta última ob- 
servación — cómo empleas términos camperos, cuando te 
diriges a tus peones. 

Teodoro : ¡ Ah, eso sí que me sale de puro criollo ! A cada uno, 
le hablo en su lenguaje. Y te diré que no me cuesta ab- 
solutamente nada. Me les acerco y ya me siento en el 
mismo clima. Imaginarás que por eso no voy a perder 
mis buenos modales! 

Julio: Acabo de decirte que sos digno de admiración. ¿Te 
molesta que te reconozcan cualidades? 

Teodoro : Mira, no me hagas pensar mucho en mi persona. La 
única preocupación actual, es mi hijo. Piso más fuerte 
esta tierra. (Actitud de alejarse). Y, discúlpame, porque 
me voy a refrescar. (JulioHo contempla y mueve la ca- 
beza de un lado a otro). 

ESCENA II 

Silvia vestida de blanco, parsimoniosa, erguida y matro- 
uil, avanza por la galería. Viene peinándose voluptuosamente. 
Al cruzarse con su marido se le aproxima. 

ii6 



Teodoro: (Apartándose <lc su ciniino) ¡Uslcd no nic toca! 
Estoy transpirado y sucio. . . (Lleva la mano a los cabe- 
llos sueltos de Silvia, se los besa y sale rályidaineiile). 

Silvia: (Luego de una pansa, una leve sonrisa y un suspiro) 
Mi bijo duerme. Tanto que he esperado ser madre, tanto 
lo he pensado. . . y ahora no p*^ lO a saber si las madres 
velan cuando los pequcííos d* /men o duermen a la par 
de ellos para vivir con el mi*" .o ritmo. (Silencio de Julio). 
Te confieso que estoy ur ^oco tra.stornada . . . (Scnián- 
dosc) ¿A todas las mu, jres les pasará lo mismo? Me 
cuesta meterme en la cabeza esa idea. ¿Será porque ya 
había perdido toda esperanza? 

Julio: Me imagino que a todas las madres les sucederá lo 
mismo. 

Silvia: Es que para mí ha sido tan emocionante conformar 
a Teodoro I Ha sido, querido Julio, algo ... no sé . . . algo 
mágico . . . Todavía me resisto a creerlo. 

Julio : Teodoro está dichoso. He querido distraerlo — él luego 
te contará — transmitiéndole mis impresiones sobre su 
persona. Resueltamente, Teo^loro no es un ser como los 
demás I 

Silvia: ¿Recién te 4as cuenta? Hay momentos que mi admi- 
ración por su persona me hace estremecer . . . Me gusta 
que me quiera como a la tierra que pisa. Está enamorado 
de sus campos, de sus animales, y de mí. No sé expli- 
carme. Es muy particular. (Continua arreglándose el pelo). 

Julio: Ahora, todo ese amor parece volcarlo en el hijo. 

Silvia : No se sabrá nunca lo que signi f icaba para él, sentirse 
frustrado como padre. Maldigo esos médicos que no sa- 
ben mentir. 

Julio: El exigía... insistió... Pero ya ves que la ciencia 

puede equivocarse. 
Silvia: Teodoro, cree en el milagro. A ustedes se les educó 

en ese error. Quizás no esté mal ilusionar a los niños. 

Pero ¡qué tonta resulta la vida basada en el milagro! Mi 

religión es menos engañadora. 



117 



Julio: Tit entereza es lo (¡ue fascina a Teodoro. 
Silvia: (Eludiendo el tema) ¿Te vas esla noche? 
Julio: A las ocho pasa el tren. Avisé que regresaría hoy. No 
puedo faltar. 

Silvi.\: No .sé si él te lo ha dicho. . . pero Teodoro está muy 
contento de que hayas sido tú el primer testigo de su fe- 
licidad. C'uando te vi entrar en mi cuarto, te aseguro que 
no sabía lo que pasaba a mi alrededor. Había estado pri- 
vada de conocimiento por muchas horas. Me costó con- 
vencerme de que eras tú. Soñé, un instante nada más, 
hallarme en el pueblo. Después, escuché el balar de los 
terneros separados de .sus m.idres y por ellos me enteré 
que estaba en la estancia . . . Luego, oí que mi hijo llora- 
ba a mi lado. ¡Tan extraño todo! 
(Se oyen lejanos ladridos). 

Julio: ¡La cara que va a poner el doctor Miranda! ¡Lo estoy 
viendo I 

Silvia: Por favor... No vayas expresamente a decírselo. Si 
te lo pregujita, por supuesto que no vas a ocultar mi di- 
cha. Pero. . . no le provotjues, que se entere más adelante. 
(Ladridos). 

Tkodoko: (Vos lejana) Julio. . . ¡Ven a verlo que ha desper- 
tado! ¡Aprovecha para despedirte! 

JifLio: (Mira hacia el piso alto) Ya voy, ya voy, padre no- 
velero! (Sale). 



ESCENAí. III 

Silvia y el Viejo 

Viejo: ¿Oyó usted ladrar los perros, patrona? 
Silvia: No, los perros no han ladrado. 

Viejo : Creo que sí. Y para el lado de la tranquera. Gente que 
anda de a pie, patrona. 



ii8 



Silvia: Y, ¿qué importa. . . ? ¡Pasan tantos! Algún Hnj'era. . . 
ViKjo: Sí. . . jniccle ser. . . pero a estas horas hay que salirlcs 

al pa.so, darles algo y . . . que sigan andando. 
Silvia: ¿])e cuándo aquí .se les niega posada? 
Viejo: Así es, señora. . . El patrón ha dicho que no dejemos 

acercar a naide. Sea íjujen sea ... ( Pansa) Fué cuando 

la patrona tuvo el niño. Ahora, no sé. . . si han cambiau 

las cosas. 

Silvia : llueno ... ya pasó eso. Fué la semana pasada. No me 
gusta que se niegue la hospitalidad. 

Viejo: Son órdenes. No tenemos que dejar pasar a foraste- 
ros. Ya mandé al muchacho a vigilar. 

Silvia: El seííor Teodoro les dará una nueva ordciifi. No quie- 
ro que se cambien las costumbres y ipenos por mí. 
(Ladran los perros). 

Viejo: Gente de a pie. . . Vamos a ver qué dice el muchacho. 
(Sale por el sendero del jardín) 

ESCENA IV 

Silvia: (Sc pasca iuqnicla, adclaiilándosc luego, aparta unas 
rainal' , olea la lejanía. Voz alia) ¡No lo levantes, Teodo- 
ro, que lo vas a acostumbrar mal! 

Teodoro: (Vos apagada, un tanto lejana) jVa a llorar! 

Silvia: No aflojes... Déjalo tranquilo en la ciuia! 
(Aparece Julio con un nialciln). 

Julio: Es el vivo retrato de Teodoro. ¡Y qué criatura ro- 
busta! ¡Mira como una persona mayor! ¡Como dueño de 
casa ! 

Silvia: La verdad que con tan ligero equipaje has venido 

anunciando cortas vacaciones. 
Julio: Lo (lue se llama un fin de semana. Pero ¡qué fin de 

semana! ¡En este fin del mundo! Porque, verdaderamen- 



119 



te El Palenque qiicd.i doiulc el diablo i)crdió el poncho! 
I Catorce horas de vi.aje para un wcek cnd! 

Silvia; Regresas con tu primer sobrino. No todo el minido 
sale de paseo y vuelve con un sobrino tan hermoso! 

Julio: Le has puesto nombre de los Azara. Te doy las gra- 
cias por dármelo de ahijado. 

Silvia: ¿Cómo? ¿Ya es cosa resuelta? ¿Se llamará Teodoro 
Julio? 

Julio: Así voy a declararlo c in.scribirlo. ¡Kl muy tonto ha 
escrito los dos nombres en un papelito para que no me 
los olvide! 

Silvia: (Alejándose) Te dejo, Julio. ¡Hasta pronto! Verás 
que el hijo me reclama dentro de unos segundos. ¡Ins- 
tinto de madre! ¡Presiento su grito! ¡Y no quiero que 
Teodoro lo levante! 

(Al abrasar a Julio estalla el lejano llanto del niño) 
¿ Has visto ? ¡ Puro instinto ! 

(Los perros ladran. Silvia da vuelta la cara rápidamente^ 
titubea y entra en la casa). 

ESCENA V 

Teodoro: (Apareciendo nervioso) Tienes tiempo, ¿eh? ]ín 
veinte minutos llegas a la parada. Ya está el auto en el 
portón. 

Julio: Hermano... (Abrasándolo) Buena suerte... ¡Que 

sigan bien! ¡Hasta la vista! 
Teodoro: No te acompaíío porque ya no dejare sola a Silvia, 

ni un solo segundo! 
Julio: Lo comprendo. (Lo abrasa). 

Teodoro: Aquí están la vida y la muerte, Julio. Y no saldré 

más de estas fronteras. 

(Ladran los perros) 
Julio: Hasta la vuelta. (Hace mutis por el foro). 



120 



ESCENA VI 



Teodoro y luego el Viejo 

Teodoro: (Gol¡>camlo la t>i¡>a en la bota) ¡Viejo! ¡Viejo! 
Viejo: (Aparece cutre las plantas) ¡Aquí estoy! ¡Mande, 
patrón ! 

Teodoro: ¿Quién puede ser? 
Viejo: Mujer no es. 

(Se oye arrancar el auto) 
Teodoro: Decís eso porque sospecliás, canejo. ¡Debe ser ella! 
Viejo: Así es, patrón. 

Teodoro: Cuanto se aleje el coche, salile al paso. Que el mu- 
chacho no se entere. Mándalo a los galpones. 
Viejo: (Sale misícriosameute) Como lo manda. 

ESCENA VII 

Teodoro se acerca a la ventana de la galería. Dice en vos 
baja: 

Teodoro: ¡Silvia! ¡Silvia!... 

(Como nadie responde, cierra con dificultad la ventana. 
Luego, la puerta de la casa y mira hacia el piso alio. Se 
detiene como a la expectativa, de pie en el borde de la 
vereda. Observa atentamente el follaje del jardín que se 
ha movido una y otra ves. Camina hacia la puerta y hace 
funcionar la llave de la luz. Una de las lámparas de la 
galería se apaga. La escena queda sumida en la penumbra). 

Teodoro: ¡Rosaura! ¡Volvé a la chacra si no querés que esto 
termine mal! 

(Gira la cabeza, amedrentado y dirige las miradas hacia 
la puerta de la casa). 
Rosaura: ¡Me vas a soltar! (Trata de desprenderse). Me 
soltás ( alsa la vos) \ o grito ! 

121 



Teodoro; (Aplicando su mauo en la boca) ¡Te quieres callar! 
j Silencio lie diclio! 

(Rosaura enmudece ante la actitud resuelta de Teodoro). 
Rosaura: (Voc baja, colérica) ¡Me engañaste! Ese no fué el 

trato. Sí, me callaré, pero vas a cumplir lo convenido. 
Teodoro: ¡No seas terca! ¡Vas a echarlo todo a perder! 

(Persuasivo). ¡Por favor, volvé, Rosaura! 
Rosaura: (Envalentonada ante el tono de Teodoro) ¡Me has 

engañado, has mentido! ¡Hace una semana te espero y 

nada ! . . ¡Ni una palabra ! O regresas con el chico o te 

denuncio a la policía. 
Teodoro: ¡Pero qué estás diciendo! ¡Hago todo esto para 

evitarte disgustos y venís a embarullar las cosas! 
Rosaura: ¡Vos no tenes palabra, Teodoro! (Suplicante). Ya 

no te creeré nunca más . . . ¿ Cómo podés cambiar en pocos 

días? Vengo a entenderme con vos. No vengo a peliarte, 

Teodoro! 

Teodoro: Pero este no es el lugar para hablar de esas cosas. 
¡Andate, ándate! 

Rosaura: ¡No pienso dirme, Teodoro! ¡No puedo dirme, 
ahora! No vuelvo sola a la chacra. . . ¡Convéncete!. . ¡No 
vuelvo! (Pausa larga). ¡Como no has cumplido, como 
has hecho algo que yo no sabía que ibas a hacer, de aquí 
no me muevo! 

Teodoro: (Conteniendo la ira) ¡Rosaura, volvé a la chacra! 
Rosaura : ¡ He hecho cinco leguas a pie para buscar a mi hijo 

y me lo voy a llevar!.. (Amenazante). Me lo voy 

a llevar, ¡entendés! ¡Es mío! 
Teodoro: Si continuas hablando así (da vuelta la cara) ¡me 

vas a conocer! 

Rosaura: (Lo enfrenta) ¡No! Es a mí que me vas a tener 

que conocer. (Silencio amenazante). 
Teodoro: Has cambiado de idea... ¿quién te aconsejó venir 

a verme? ¿Eh? (Colérico). ¡Contesta! ¿Quién te dijo que 

vinieras al Palenque? 



122 



Rosauka: ¡Nadie! jMi [xidre no sabe nada! ;¡N<idie sabe 

nada! ¡Solo la partera que me ayudó! 
Teodoro: ¡Ella no le babríí aconsejado tan mal! 
Rosaura : ¡ Porque vos la compraste ! í Todo lo compras ! 
Teodoro: Si seguís así, le haré callar a la fuerza. ¿Qucrés 

plata ? 

Rosaura: ¡Siempre lo arreglas con tu maldito dinero! 
Teodoro : Pero qucrés más, ¿ eh ? A eso has venido. 
Rosaura: No quiero dinero, ¿entendés? ¡No quiero más tu 
maldita plata! 

Teodoro: ¿Te vas a callar, Rosaura? (Levantando el puño). 
¡O te mato! (La aprisiona ciñcndo el cuerpo con los 
bracos). 

Rosaura: (Temblando) ¡No tengo más fuerza, Teodoro! 
i Soltáme ! ¡ No me apretés los pechos que me arden . . . 
como brasas! ¡No puedo aguantar más! ¡Me devolvés el 
hijo robado! 

Teodoro: Yo no lo he robado. Es tan mío como tuyo. ¡Com- 

prendés! ¡Quiero salvarte y salvarlo! 
Rosaura: ¡Lc tcnés miedo! (Mira hacia la casa). Pero no íS 

asustés. ¡ lilla lo sabe ! 
Teodoro: ¡No lo sabe! Estaba como muerta. ¡No lo sabe, no 

lo sabe! 

Rosaura : Yo quiero que ella lo sepa. Les doy el chico, pero 
quiero que lo sepa. (Cambiando de tono). ¡Vos no me 
dijiste que era para dárselo a ella! Me dijiste que lo es- 
conderías en el pueblo, que yo podía verlo de vez en 
cuando, que lo hacías para que mi padre no me matase. . . 

Teodoro : ¡ Te callás o termino con vos ! ( Levanta besticUmente 
las manos en garra y se las acerca a la garganta), 

Rosaura: (Paralizada, la cabeza en alto, la garganta desnuda, 
los cabellos sueltos sobre la espalda. Va poco a poco per- 
diendo las fuerzas hasta que cae de rodillas. Con vos casi 
inaudible) No me voy sin mi hijo, sin mi hijo... ¡Es 



123 



mío, es míoí... ¡ Dcvolvémelo ! ¡Llam;il:i, ll.imálu a ella 
y decile que se lo presto, i)cro que es mío. Hace una se- 
mana que no duermo, l'eodoro. 'ren.tí() pechos ar- 
diendo! (Sube el loiio de vo::). Ahora n>¡smo, me lo 
lenes que dar, me lo tenes que dar! (Gn'la). ¡Porque es 
mío ! 

Teodoro: (Pone su mano abicrla sobre la boca y ahoga el 

grito) ¡Te callas o "termino con tu vida! 
Rosaura: (Vuelve a hablar en voz baja) Bueno, no gritaré, 

no gritaré más. (Solloza). Pero me traes el chiquito, 

Teodoro. 
Teodoro: No insistas. ¡Andate! 

Rosaura! ...Yo se lo presto para que jueguen con él. 
(Cambio). ¡Pero esta noche le voy a dar el pecho! (Le- 
vanta la vos). Va a dormir encima mío, jentendés! ¡Para 
eso lo iJarí, para poder dormir con él . . . ya que nosotros 
no podemos dormir juntos! 

Teodoro: ¡Rosaura! 

Rosaura : Desde que se anunció, lo esperamos escondidos. Yo 
tenía miedo ... i Pero ahora ya no tengo miedo, así mi 
padre me parta la cabeza con el hacha! 

Teodoro : ¡ Sí no cierras el pico, le va a costar caro ! ¡ Silencio 
te he dicho! (Mira hacia la casa). 

Rosaura: (Cambió) Sí, hablaré más bajo... Nosotros siem- 
pre hablábamos baj.ito... Teodoro, te perdono que me 
hayas engañado si me lo devolvés ahora mismo. (Grita). 
¡Señora! (Avanza hacia la casa). 

Teodoro: (Terriblemente amenazante). Te callas o... 

(Silencio largo. Se oyen grillos en el jardín... Balidos 
de corderos). 

Rosaura: (Signos de enajenación mental) Yo sé que quisiste 
salvarme, Teodoro. Pero nada me importa ahora . . . ( Risa 
loca). ¡Juá, juá, juá! ¡A mí no me salva nadie! (Grita). 
¡M.Í hijo! ¡Ja, ja, ja! (Ríe como loca). 



124 



Teodoro: ¡Gillátc, mujer, callálc! (Mira hacia la casa. Se ha 
ciicemiido la Inc de una veiilaua. Teodoro vuelve la cabeza, 
sin separar sus manos de los hombros de Rosaura). 

Rosaura: Sí, pero ahoni, róbaselo a ella. . . Anda, andá Teo- 
doro. (Aba las manos y palmotea como una niña) Lo ro- 
barás otra vez. Debe estar en su camita. \ Dormidito como 
un conejo! ¡Qué lindo debe estar! Andá, no seas bobo. 
¡Ella debe estar descansando! Me lo prestás por esta no- 
che. ¡Mañana, te lo devuelvo con el Viejo! (Risa de loca). 

Teodoro: ¡Basta, Rosaura, basta! 

Rosaura: Tráclo calentito, ¿eh?.¿í¿lDmo un pancito recién sa- 
cado del horno! 'Con cuidado, sabés. . . (Se mueve de ro- 
dillas y palmotea las manos). Traéio bien abrigadito, y 
el gorrito que yo le tejí. Andá, ¡sacáselo despacito! 

Teodoro: (Cambio, asustado) Bueno, lo haré. Pero es nece- 
sario que vuelvas a la chacra. Yo mismo voy a llevártelo. 

Rosaura: ¡Ah, no! ¡Los hombres no saben llevar a los niños. 
(Con vos rara). Tus brazos son muy duros. (Se los 
palpa). Mirá, Teodoro, que brazos más duros tenés. ¡Le 
vas a hacer daño! ¡No! Vos no sabés llevar chicos. 
(A vanea de rodillas). ¡Déjame hacer a mí! 

Teodoro: (La sacude) ¡Rosaura, quedáte quieta! (Rosaura 
tiembla poseída de un ataque). Mañana hablaremos (A.w.s- 
tado). 

Rosaura: (Golpea con las palmas de las manos en el suelo, 
como los niños caprichosos) ¡No, no, y no! ¡No, de aquí 
no me voy sin la muñeca! ¡El muñequito es mío, pero 
tengo que robarlo, Teodoro! (Un (/rito). ¡Teodoro, dame 
mi muñeca! 

(Teodoro apaya la vos con la mano en la boca). 

(Casi inaudible) Dámelo, dámelo, dámelo. (Se escapan los 

gritos). ¡Ks mío! ¡Es mío! 



125 



ESCENA VIII 



Aparece el viejo. Interroga con la miraJa 

Teodoro: (Asustado) El Viejo te va a llevar, Rosaura. Ma- 
ñana estarás tranquila. 

Rosaura: (Plañidera) ¡Yo no puedo dormir sin el corderito! 
¡Yo no puedo dormir sin el terneri'to! ¡Yo no puedo 
dormir! ¡Yo no puedo dormir sólita! ¡Robalo, Teodoro! 
(Grita). ¡Robalo, Teodoro! (Teodoro le aplica la mano 
en la boca). 

La luc de la galería se enciende. Las figuras se ven ní- 
tidas. Teodoro se esfuerza para arrastrar a Rosaura. El 
Viejo lo ayuda. La arrastran por el sendero. 
Rosaura: (Fuera de escena. Risa loca). ¡Já, já, já! ¡Y 
me duelen, me duelen los pechos! ¡Ay mi ternerito! ¡Mi 
corderito! 

(Un largo silencio. Pausa. Se empiesan a estremecer el 
follaje de las plantas por ráfagas de viento). 

ESCENA IX 

Sihia .míe de la casa. Avanza por la galería. Se detien}' 
con fría naturalidad. Ha cambiado su ropa por una más abri- 
gada. Entre las ramas se oye zumbar el viento. Se ajusta el 
abrigo y mirando hacia el jardín sin dar muestras de inquietud, 
cumpliendo un deber cotidiano). 

Silvia : Teodoro ... La mesa está servida. 

(Gira los talones y lentamente entra en la casa). 

TELON 



126 



ACTO SEGUNDO 



Epoca actual. Verano. La acción transcurre en el 
ííran comedor de la Estancia. En el fondo, puerta 
y tres ventanas que dan al jardín. A la derecha, 
como si la construcción avanzara sobre la galcria, 
un rincón de estilo ingles, sillones y una mesa para 
juego de cartíis, al pie de la escalera que conduce 
al piso alto. Mesa de comedor a la izquierda. Una 
gran chimenea con sillones confortables a uno y 
otro lado. ^ 

ESCENA I 

Silvia y Teo. Silvia ayuda a la criada a retirar el servicio 
de losa y cristalería, cubiertos, etc. Fin del almuerso. La criada 
entra y sale con los utensilios. Teo, sentado fuma su pipa. 

Silvia : ¡ Hasta en la forma de llevar la pipa a la boca parece 
que te propusieses imitar a tu padre ! (Teo lauca una hu- 
mareda. Mira al través el humo). ¡No me mires así, por 
entre el humo! ¡Tu padre solía hacer lo mismo! Eres el 
vivo retrato de Teodoro. 

Teo: ¿Qué? ¿Acaso está mal que lo imite, madre? Cuando a 
los diez años encendí el primer cigarrillo, recuerdo que 
me planté frente al espejo grande de tu cuarto y me lo 
fumé íntegro, imitando a papá. Tú y Eduardo estaban 
en el pueblo. Así aprendí a fumar. 

Silvia: Pues no aprovechaste nuestra ausencia para una cosa 
buena. 

Teo : ¡ Bah, fumar ! . . Lo hubiese aprendido más adelante . . . 
en otro momento de soledad. 



127 



Silvia: Como sí "le hubiésemos dejado mucho tiempo solo! 
(Tco se levanta sonriente y se le acerca a Silvia). 

Teo: Te estás poniendo muy susceptible, madre. (Se acerca, hi 
abraza y la besa). ¡Cuánto te quiero, n>í linda! 

Silvia: ¡Déjame! No seas niño. Estás hecho un pegote desde 
que te entregamos la estancia. Parece que quisieras con- 
quistarme más de lo que me tienes. . . El regalo que tra- 
jiste es bastante sospechoso. 

Teo: ¿Sospechoso, regalarle a una madre como tú, un camafeo? 
(Imita al martiliero). Pieza única, siglo XVI, talla per- 
fecta, cuánto, cuánto: ¡Tres mil pesos por ixqml (Ríe). 
¡Qué poco me conoces, madre! ¡Cuantas veces hagamos 
un buen negocio vendré con una joya excepcional! 

Silvia: (Luego de una pansa marcada) ¡Ah, Teo, Teo! Tu 
voz a veces paraliza mi sangre. La oigo como si viniese 
de muy lejos cargada de reproches. Tu voz entra en mi 
cuerpo. Te oigo y no (¡uiero mirarte. (Nerviosa). Si no 
te veo, si estás en el jardín o allá arriba, me sube por el 
cuerpo un estremecimiento. 

Teo: ¡No es culpa mía! ^ 

Silvia: No sé como explicarte... Cómo decirte... Quiero 
que seas más serio, más formal . . . 

Teo: ¿Más serio? ¿Para ([ue me suene a vejez ese "don Teo" 
con que me castiga el Viejo? ¡Ah, no! ¡Más serio, 
nunca ! 

Silvia: ¡No, no quiero decir tanto! Menos... expansivo... 
líscúchame: Vm este instante me atraviesa la cabeza un 
pensamiento curioso. (Pausa). Si huijicse sospechado que 
iljas a ser tan alegre, tan cariñoso, no me habría casado 
de nuevo . . . como lo oyes . . . Aíjuí era muy grande la 
soledad, y tú melancólico y tierno. Temí quedarme sola 
contigo. Conocí a ICduardo, y. . . me casé. . . Pero pienso 
ahora — casualmente el día de mi santo — , (¡ue nunca 
imaginé que terminarías por dominarlo todo! Es el regalo 
(|ue más te agradezco. (Pausa). Bueno, dejemos de sen- 



128 



timen lalismos. I^o cierto es que eras poco duro, poco Se- 
rio. . . y yo quiero que tu padrastro vea en 'ti... a... 

Teo: ¿Qué? ¡A un funcbrcro! ¡Ah, no! ¡Si él está obligado 
a ser ceremonioso y cumplido, que se embrome! Para eso 
es diputado. 

Silvia: No digas eso. 

Teo: Si te molesta, madre, no hablo. Pero fué usted la -que 
provocó la cosa. Ahora, aguántese. 

Silvia: Yo no ccynparo nada. Quiero que Eduardo tenga la 
sensación de estar frente a un hombre capaz de ser una 
garantía para nuestros intereses. 

Teo: ¡Ah, no, no! ¡Perdón, señora! ¡Que yo sea una alhaja 
para mi madre, nada tiene que ver con mi faz. . . dire- 
mos. . . comercial. (Cambio de expresión) En eso, soy y 
seré, un lobo de colmillos al aire. ¡Cuidado! 

Silvia: (Que lo ha visto transfigurarse en la manera de ha- 
blar) Teo, mi buen Teo... ¡No exageres! No te queda 
bien. 

Teo: ¿Qué puedo exagerar? Contéstame. 

Silvia: Los dos extremos: el lobo y el niño. 

Teo: (Muy tierno) ¿A cuál prefieres? (Silvia se desprende de 
sus bracos. Lo mira largamente). 

Silvia: Al lobo, tonto! Del otro, ya sé demasiado! Y ahora, 
déjame terminar con esto. . . Pero, ya lo sabes, más duro, 
para aguantar cualquier temporal y menos niñerías, ¿eh? 

Teo : ( Burlón ) Que se haga tu voluntad . . . amén ! 
(Se oyen risas lejanas que llegan del jardín). 

Silvia : Mira como Eduardo le hace reír a Elena. Y su padre 
es un hombre serio . . . Y^ ves. 

Teo : Elena se ríe de cualquier tontería. Es su mejor cualidad. 

Silvia: (Interrogante, inquisitiva) ¿La encuentras cambiada? 
¿No crees que los estudios la están centrando demasiado 
para su edad? No me gusta que haya elegido medicina. 
Temo que una chica como ella, no tome la ciencia como 
se debe, sin apresuramientos, sin novelerías. 



129 



Teo: Ahora la veo tan de tarde en tarde que para mí, crece 
a saltos. Sus últimas vacaciones nos acercaron bastante. 
Hemos conversado mucho. Somos más amigos, hasta me 
hace confidencias... Tiene una buena cabeza la mocosa. 
(Se asoma a ver qué hace Elena) ¡Qué te decia yo! Ya 
me parecía raro que riese así con Eduardo, lis el Viejo 
que la hace reír. ¡Qué le estará cuchicheando al oído ese 
viejo mandinga! 

Silvia: (Asomándose a la vera de Teo) Si está borracho, no 
me hace ninguna gracia ([ue bromee con ¡Llena. (Nerzño- 
sa) Ninguna gracia. 

Tiío: No tengas miedo. Di órdenes de medirle la bebida. 

Silvia; Pero él se las habrá arreglado para conseguirla. Yo 
no sé como aguanta con sus ochenta años. (Enlra la 
mucama) . 

Tiío: (A la mucama) ¿Verdad, María, que no le tenemos que 
dar de beber al Viejo? 

Mucama: Sí, eso fué lo que se dijo, pero el doctor le dio 
por su cuenta... y... me parece... que no anda miiy 
católico que digamos. 

Tiso: ¡Cuando no! (Da mueslras de ira). 

Silvia: (Apoya su mano en el anlcbraío de Teo, como impi- 
diéndole íjiie continúe hablando) Deje nomás, María. Yo 
recojo el mantel. 
(Sale la mucama) 

ESCENA II i^ 

Teo: Es una provocación de su parte. Prohibí que le diesen 
vino! (Se impacienta) ¡El que manda aquí, en El Pa- 
lenque, soy yo! ¿Entiendes, madre? ¡De una vez por to- 
das, mando yo! 

Silvia: ¡Calma, Teo, calma! No he querido hacerlo adrede. 
Bien sabes que le distrae la charla del Viejo. Ya ves que 
a Elena le hace gracia. Dejémosles por hoy. 

130 



Teo: (Interrumpe) No tolero que una orden mía sea desobe- 
decida. Ahora, no hay cuatro peones como antes. ¡Tengo 
un centenar de hombres en la cosecha! 

Silvia: Sí, Teo. Pero no me niegues este último obsequio en 
mi día: terminarlo en paz. No deseo verte discutir con 
líduardo. Ya sabes que pieiisa distinto que tú, en cosas 
fundamentales. No quiero que caigan en discusionei me- 
nudas. Calma. Llama a tu hermana ... y asunto termi- 
nado. 

Tko: (Dispuesto a salir) ¿Cuíindo debe regresar Eduardo? 
(Afuera, risas de Elena). 

Silvia: No te impacientes, hijo. Las sesiones de las cámaras 
empiezan la semana que viene. Pero (impaciente al oír 
las carcajadas de Elena) apúrate y tráctcla a Elena. No 
puedo dejarla con ese borr.icho! (Sale Teo hacia el jar- 
dín). (Silvia para si) ¡Todavía arrastrándose ese trapo 
del pasado! 



ESCENA III 
Teo regresa con Elena 

Elena: (Riendo) Pero... ¡Qué imaginación morbosa la de 

ese hombre! Cuando uno quiere entender algo, pataplúm... 

se desvía, cambia de tema y ya no se le entiende nada! 

I Es un bicho raro! 
Silvia: (Pasándole la mano por la frente) ¡Qué encendida, 

mi niña! ¿Acaso estabas al sol, a estas horas? ¡Es una 

locura ! 

Elena: No, mamita. Es que he reído tanto que la sangre se 
me subió a la cabeza! (Cambiando de tono) ¡Ay, qué 
agradable se está aquí! Bien podían haberme llamado 
antes I 

Teo: Debiste quedarte para verme fumar mi pipa. (Ríe). |Es 
un rito familiar! 



131 



Elena: ¡Vaya el espectáculo! ¡Su pipa! (Cambio) Pero no 
deja de ser un caso divertido ese Viejo. Tiene una me- 
moria extrañamente desordenada. Un verdadero rompe- 
cabezas. De pronto coordina con una lucidez impresio- 
nante y liace cómicas imitaciones de la gente de por 
aquí. . . Te imita a ti, a madre. . . 

Teo: (Interrumpe) Han hecho mal en darle aguardiente! 

Elena: A papá lo distrae. Me hace gracia oírlos dialogar so- 
bre la política de hace treinta años. (Cambio) Tu padre, 
Teo, ¿no se metió para nada en política, verdad? 

Silvia: (Interrumpe) Eran otros tiempos. 

Teo: (Como aparte) Menudo lío la política explicada por un 
borracho. 

Elena: Cuando se le aclara la memoria corre cbmo un loco 
por sus recuerdos. Pero da un traspié y zápete . . . em- 
pieza a decir nombres desconocidos y a mezclarlo todo. 

Teo : Y a decir improperios, obscenidades, palabrotas . . . 

Elena: Eso me tiene sin cuidado. 

Teo: Pero no podrás negar que delante de los padres o de 
extraños tienen otro sonido ciertas palabras. 

Elena : Pero, Teo . . . j Qué inteligentes que estamos todos en 
el día del santo de madre! Esa observación es bastante 
aguda. 

Silvia: Les confieso que me gusta verlos piropearse. 
Teo: Esta picara ha dicho bastante y lo subraya. Toma nota, 
madre. 

Elena: También eres sensible a los nia^tices, ¿eh? No está 
mal. 

Teo: ¿La oyes, la oyes? Hay en sus palabras una especie de 
concesión. . . No está mal. . . (La imita) ¡No está mal! 
Gracias, doctora. (Silvia da señales de sentirse placente- 
ra) ¡Tratarás muy bien a tu clientela! 

Elena: Ustedes, los Azara, son muy detallistas. (Pedante) 
Es signo congénito de agudeza. 



132 



Teo : Página 20, apartado 8, del capítulo 5 del tratado . . . ? 
Elena: ¡Ah, no, así no juego! Ya eso es ironía hiriente para 

contener a una marisabidilla. . . y no lo merezco. 

(Silvia se aleja hacia el ángulo de la dereclia con un libro 

en la mano). 

Teo : Perdona, Elenita . . . No he querido ir tan kjos. Con- 
fieso f|nc no estuve a tu altura. ¿Me perdonas? 

Elena: DcIh) pensarlo. (Talsa altanería) Debo pensarlo (Bur- 
lona) Dame tiempo. . . (Sihia Ice y por arriba del libro, 
observa a sus hijos). 

Teo: (Sigue la farsa) Comprenderás, Elenita, que me he pre- 
cipitado, contrariando mis más caros intereses. . . la hora, 
la circunstancia, no sé como explicarte; . . 
(No verán a Eduardo que se asoma a una de las ventanas). 

Teo: (Sigue en solfa, pedante) Hay momentos en que uno 
no es dncfío de sí m.¡smo, atraído por otras ideas, ajenas 
a aquello que debiera ser el centro de su pensamiento. . . 

Elena: Poco cicnlífico d razonamiento, Teo. (Caricatnres- 
camcnlc) Pero a veces hay que abandonar ese rigor, casi 
matemático, para dejar q»|c el azar como una flor miste- 
riosa! (Ric). 

Teo: ¡Qué disparate! (Eduardo asoma a la ventana). Ya no 
puedo acompañarle en esta farsa. Puedes mas que yo, mi 
linda! (Se acerca y la acaricia tiernamente). 

Elena: (Baja la mirada como extrañada de aquel epílogo) 
La^ verdad es que parecíamos dos malos cómicos ensa- 
yíindo ! 

Silvia: Les confieso que me hacían muy feliz en esa parodia 
cursi. Es el mejor regalo que pueden hacerme! Mi abuela 
nos contaba que allá en su tierra festejan los cumpleaños 
con comedias y represent.aciones divertidas. (Conmovida). 
Sin (luerer han avivado el recuerdo lejano de los cuentos 
que oí en mi niñez. (Suspira, ambos se precipitan a be- 
sarla). 

Silvia: ¡Tú no! (Rechaza a Teo) Tú debes mantenerte serio, 



133 



apenas hacer una reverencia para parecerte más a tu pa- 
dre, que no era zalamero. 
Teo: (Junto a una de las vcnlauas que dan al huerto, mira 
hacia afuera. Gesto de sor/ircsa) ¡Otra vez las lecheras 
en el sembrado!... ¡Viejo! ¡líspante esos bichos, caram- 
ba ! . . . Serví para algo ! ( Sale rcsucllamcnlc a correr a 
los animales). 

ESCEÑA IV 

Silvia : Esta escena ( Pausa) se ha repetido cientos de veces 
en mi vida. La sé de memoria. Intempestivamente, su 
padre cortaba cualquier conversación por interesante que 
fuese. ( Pausa, mientras mira hacia afuera) Ahora la per- 
demos por un rato. Andará a la par de los peones, arrean- 
do las vacas. . . El campo le llama, y él responde. . . 

Elena : lis sorprendente cómo conservas vivo el recuerdo del 
padre de Teo. 

(Silvia queda inmóvil junto a la ventana, mirando lar- 
gamente) 

Silvia: Su hijo lo representa tan bien, que no puedo separar 

una idea de la otra. 
Elena: Ahora pienso que nunca tuve celos de tu cariño por 

Teo. 

Silvia: (Acercándosele) ¡Bueno .sería!.'.. El día que eso su- 
cediese, (la besa maternalmenlc) yo sabría evitarlos! 

Elena: Es la cierna historia de los primogénitos... Se lle- 
van la mayor ternura. 

Silvia: Sin embargo... tú, representas mucho más... Vi- 
niste a esta casa cuando me creía perdida para toda ini- 
ciativa. Te quiero tanto como a él. No hago diferencias. 

Elena: (Sentimental) Hay sentimientos que se agrandan por 
las cosas que nos rodean. Teo, pertenece a estas tierras. 
Hijo tuyo, pero de este suelo, también. 



134 



Silvia: No sc me ha ocurrido nunca pensar así. Pero tienes 
razón. l?ci)rc.scnta do.s cosas a la vez. 

EiJíNA : (Como al^rovccliando la ojnrrtiniidad) Además, para 
nosotras, las mujeres, debe .ser imi)orlanle eso que llaman 
el primer amor. M\ padre de Teo, lo fué para ti, mamá. 

Silvia: ¡Ah, en eso te equivocas! A veces bien poco signi- 
fica el primer amor. 

Eliína: l'\iisle feliz, mamá. 

Silvia: Las prinipras ilusiones se olvidan ante 'la realidad. 
Su padre me enseñó a querer estas tierras. Yo tal vez 
estaba preparada para ese sentimiento. No puedo olvidar 
su enseñanza mayor. Lo más hermoso de su padre: aque- 
llas ansias de proyectarse, como él solía decir, hacia el 
porvenir. ICsa herencia quiero cultivarla en Teo. 

Elena: Y en mi padre, ¿has encontrado esas condiciones? 
(Silvia no responde). 

Comprendo, mamá. Desde que regresé te veo luchar. Has 

hecho muy mal en no contarme tus preocupaciones. Yo 

quiero ayudarte. 
Silvia : Tu padre gruñe un poco, pero en el fondo, pensará 

como yo. Es cuestión de t-iempo. 
Elena: No tiene confianza en Teo. Ha de ser difícil querer 

a los hijos de los otros. 
Silvia: Poro no es difícil reconocer méritos ajenos. Teo es 

trabajador, es empecinado, es responsable. No tenemos 

nada que observarle. 
Ei.kna: Un día, papá me dió a entender que Teo procedía 

como im inlruso. 
Sif-via: El no b:ne nada .sin consultarme. ¿Me entiendes? 

(línri-f/icn) Mace mal tu padre en darte una ádea falsa 

de J'eo. JCs a mí (|ue debes creenne. No te mentiría. 
Elena: Lo sé, mamá. Tal vez él tenga esos celos que yo no 

conozco, l'apá desea participar en tus proyectos. Se siente 

un poco forastero aquí. Tenemos que interesarle en 

cuanto pasa en la estancia. 



135 



Silvia: No quiero que seas tú, I.i que cargue con tales preo- 
cupaciones. Deja por mi cuenta convencer a tu padre. 

Elena: (Decididamente) ¡AIi, no, no!... No me relegues ;i 
segundo término que me enojo ! Soy lan rcs[)onsal)le como 
tú, mamá, y ya se van los liemi)üs de los conflictos a 
espaldas de los hijos. No seré eso que llaman imparcial. 
Seré parte. Y mi intervención, te lo aseguro, contará. 

Silvia : ( Dandv: luiieslras de extráñela, de inquielnd ) ¡ Ele- 
na I .. . 

Elena: ¿Qué? ¿Te sorprende? Ya empiezo a tomar parte. 
¡Pesarán mis opiniones! ¡Ya lo verás! 

Silvia : ( Confundida) Elena, mi pequeíía Elena ... ( Angus- 
tiada) Hablas como . . . 

Elena: (Interesante, cortante) Hablo y digo lo que pienso! 
Me podrán seííalar errores pero no dejaré nada en el tin- 
tero. (Pausa). No voy a permitir que por mi debilidad 
se cometan injusticias. 

Silvia: (Más confundida aún) ¡Elena, escucha, Elena!... 

Elena: (Interrumpiéndola) No, mamá, no! Me sentiría cóm- 
plice si no interviniese. 

Silvia: ¡Elena, escúchame! No enlicndes mi intención... Me 
sorprende oírte h.iblar así, pero me gusta, criatura, me 
gusta. Así era yo a tu edad. Eres verdaderamente hija 
mía... Pero por favor, cállate ahora, ahora que descu- 
bro la parte tuya que no conocía. He querido evitarte 
todo disgusto... Cállate, ahora! ' 

Elena: ¡Ah, bueno, bueno! Creí que me ibas a retar! 

Silvia: No sabía como decírtelo en seguida. 
(Se acercan a besarse) 

Elena : ¡ Qué alivio, mamá I Temí . . . 

Silvia: (Emocionada) Estoy muy contenta, mi pequeíía, muy 
contenta ! 

Elena: Si algo tengo que reprocharle a mi padre, son sus 
reservas. Cuando le lee a su secretario los proyectos que 
presentará en la Cámara. . . te aseguro que salgo de casa 



136 



para evitarle mi reproche! Pero ya encontraré la ocasión 

de hacerle frente. 
Silvia: Terminemos el día en calma, querida. Prométeme. 
IClicna: Pues éste es mi regalo: que sepas cómo piensa tu 

hija. 

(Se asoma y ve a Tea que regresa). 
Ahí viene el paisano secándose el sudor. 

ESCENA V 
Teo entra resueltamente 

Teo: He mandado traer los caballos. (A Elena) ¿Prefieres 

el oscuro o el alazán? 
Eliína: jNo seas testarudo!. . . ¡El alazán! Tu bendito oscuro 

se cubre de sudor y no me gusta. Es demasiado brioso. 
Teo: ¡Claro! ¡Es más caballo! Hay días en que uno necesita 

aprovechar el brío del animal . . . Hoy, por ejemplo, es 

una tarde para el oscuro. . . 
Elena : No vengo al campo a luchar con las bestias. Tu os- 

ctu'o me deja los brazos a la miseria. 
Teo: Es que quiero que jinetees un caballo que corra a la 

par del mío! 

Silvia: Muy lindo, muy galante, el mozo! ¡Trata de sofrenar 
el tuyo, si el alazán es lerdo! 

Teo: Es que me resulta tan hermoso galopar a un mismo 
tiempo, como si montásemos el mismo caballo. 

Elena: (Sorpresa velada) Esas hermosuras ya las ha proba- 
do. (Confundida). Ensilla el que no me da trabajo... 

Teo : Te haremos el gusto. ¡ Indom.able ! . . . 

(Se aproxima y se recuesta en el respaldo del sofá en 
(jiie se halla sentada Elena) 

Teo: No me cuesta nada hacerte el gusto. (La mira cordial). 

137 



Silvia: Debiera costarte, tiranuelo. (A Elena) A. mí también 
me somete a sus exigencias. A cada rato descubro sus 
malos instintos . . . 



ESCENA VI 

(Teo y Elena están tomados de la mano cuando entra 
Eduardo. Este los mira fríamente). 

Eduardo: (Cansado y doctoral) (Luego de una pausa) ¡Qué 
día bochornoso! Este solazo brutal debe trastornar la ca- 
beza de la gente. (Se da aire con el pañuelo) ¡Me dan 
mucha pena esos chacareros, cosechando a pleno sol! 

Elena: I>a resistencia humana es incalculable, papá. Ahí tie- 
nes al Viejo. El asejG^ira que tiene 85 años y cómo man- 
tiene su nnemoi-ia. El clima no es agotador. 

Silvia: Eduardo tiene razón. Hay días en que la atmósfera 
se hace irrespirable. Es un verdadero sacrificio sacarle 
partido a la 'tieri-a cuando es rebelde. 

Eduardo: El destino de estos campos, es el pastoreo. La co- 
lonia nunca rendirá sin un gran sacrificio humano. (Se 
acerca a Silvia) Te lo vengo diciendo hace tiempo. 

Teo: Y allí donde existen emporios industriales. Antes ¿no 
era campo raso? 

Eduardo: (Levanta la cabeza para prestar atención a Teo) 
Allí donde los hombres se reunieron para convivir (Pe- 
dante) en cualquier parte del globo, fueron las condicio- 
nes climatéricas las que determinaron esos núcleos. 

Teo: (Dirigiéndose a la puerta principal. Desdeñoso). Esas 
condiciones se las crean por el trabajo. 
(Teo sale por la puerta que da al jardín no queriendo 
dar mayor importancia a lo que ha dicho). 

Elena: (Desperezándose) Voy a dormir una siestita, así co- 
mo lo oyen! (A Teo) No te olvides, ¿eh? Para mí, el 
alazán! (Mutis de Elena por lateral izquierdo) 

138 



ESCENA VII 



Eduardo y Silvia 

Silvia : Creo que voy a hacer lo mismo. No puedo fijar la 
atención en lo que leo. (Se pone de pie y echando el libro 
sobre la mesa) Es verdaderamente un día bochornoso. 
(Camina hacia la escalera) 

Eduardo: Silvia... me puedes escuchar un momento. 

Silvia: ¿Por qué no? ¿Qué pasa? 

Eduardo: Mira... el ensayo de colonizacicSn en manos de 
Teo. . . no es cosa seria, ¿eh? He estudiado bien el ne- 
gocio y creo que la distancia es la peor enemiga. 

Silvia: El camino va a resolver ese problema. 

Eduardo: ¡ Ajá! El camino. . . ¿Y mientras no venga el hor- 
migonado ? 

Silvia: Se van roturando las tierras... ensayando... 

Eduardo: ¡Ah, ensayando! No sólo es improvisado cuanto 
hace tu hijo. . . hay una testarudez muy grande en él. . . 
Ya lo has oído. . . por lo tanto, estoy en mi derecho al 
señalar la precipitación . . . Salvo que quieran ser precur- 
sores. . . Para ser pioncrs. . . hay que tener otra pasta, 
otro temple, Silvia. 

Silvia: (Enérgica) Conozco los riesgos. Y te diré que me 
gusta correrlos. Eduardo, (Se le acerca) a esta altura de 
mi vida no entiendo de otras cosas que de asuntos de 
la "tierra. (Pausa). ¿Qué actividad daríamos a Teo, en- 
tonces? Nuestra hija sí, tiene marcado un destino dife- 
rente. . . (Pausa larga). 

Eduardo: He comenzado con los medianeros, con los peones 
con la gente en general. El Viejo, te aseguro, a veces dice 
cosas sensatas. Hoy prccisruncnle habló mucho de estos 
campos. . . de los que los pobhaban antes. . . de cómo se 
vivía entonces... (Da señas de ncriñosidad). 

Silvia : Es un pobre diablo, dice tan sólo disparates. Has con- 



139 



seguido el testimonio menos importante. Por favor, 
Eduardo. 

Eduardo: No creas, no creas... Como se crió aquí, conoce 
vida y milagros de la estancia. Hay en él, algo así como 
, una videncia y pronostica que las cosas cambian . . . para 
empeorar. 

Silvia: Si te gusta recoger sus consejos. . . (Cambio brusco) 
Pero. . . Eduardo. . . es poco serio guiarse por un des- 
equilibrado I 

Eduardo: (Reacciona levantando la vos) ¿Cómo pretendes ha- 
cerme creer que me guío por lo que dice ese hombre? 
¡Me estás ofendiendo! 

Silvia: No te ofusques, ¿eh? Convéncele de que de la vida 
de campo nunca sabrás nada. Sé sincero. 

Eduardo : ¡ Como si se tratase de algo intrincado ! ¡ Vaya, vaya 
con la altanería de la señora! 

Silvia: ¿Acaso nosotros opinamos sobre tu actuación en la 
cámara ? 

Eduardo: (Acalorado) Pero yo opino sobre lo que se hace 
aquí. También he invertido capital en la scudo empresa. 
¡Qué fastidiar! ^, 

Silvia: Pues aguarda la cosecha. Y mira, Eduardo, te suplico 
que hasta el año (|ue viene (Enérgica) en esta misma 
fecha, no hablemos de este asunto! Tanto tus opiniones 
como las mías son conjeturas! ¡Y doblemos la hoja! 

Eduardo: (Colérico) ¡No apruebo ese desplante! 

Silvia: No es desplante. (Serena) No estoy acostumbrada a 
tomar actitudes falsas. Además, reclamo una tregua. Es 
bien sensato lo que pido y debes concederlo. 
(Se encamina a la escalera que está a la derecha. Se de- 
tiene en el primer peldaño). 

Eduardo: He dicho que es una advertencia. Te ruego que la 
tomes como tal. 

Silvia: (Triunfante) Y, otra vez, emplea argumentos más só- 

140 



líelos. Es ridículo hablar de los presagios de un alcoho- 
lista! 

Eduardo: Los he oído en otras bocas. 

Silvia: Tal vez a los que invitaste a beber. 

Eduardo: Quise que festejaran tu día. 

Silvia : ¡ Es una imprudencia í Un beodo puede darnos un dis- 
gusto. Y, ¡vaya la manera de festejar mi fecha! 

Eduardo: (Sumiso) No lo hice adrede. El Viejo cuenta cosas 
interesantes. A Elena y a mí, nos distrae. Eso es 'todo . . . 
discúlpanos. 

Silvia: ¡Pues a mí, me molesta! (Sube otro peldaño. Eduar- 
do se le acerca. Luego de una pausa extraña). 

Eduardo: (Bruscamente) ¿Quién es Rosaura? 

Silvia: (Rápidamente) ¿Rosaura? (Extrañada) ¿Qué Ro- 
saura? 

Eduardo: Una mujer que enloqueció aquí en la estancia. 

Silvia: ¡Ah, ya caigo!... ¡La vieja ramera de las chacras! 
Y, ¿qué papel desempeña en todo esto? (Pausa) ¡Ali, 
sí, fué la amante del Viejo! Ahora la recuerdo. ¿Te in- 
teresa tener esa clase de datos relacionados con el pa- 
sado de la estancia? 

Eduardo: (Aturdido) No sé... quería saberlo. 

Silvia : Sería mejor que no contrariases las costumbres de El 
Palenque. Aquí nadie nos ha faltado el respeto. Algunos 
vienen borrachos de la pulpería. Pero aquí, es la primera 
vez que se les da de beber a los peones! ¡La primera vez 
que pasa tal cosa en El Palenque! 

Eduardo: No te ofendas. Te repito que queríamos darle un 
gusto al Viejo. No volveremos a hacerlo. Te pido discul- 
pas. Terminemos. 



141 



ESCENA VIII 



Viejo asomado a la reja 
Viejo: ¿Usté me llamaba, patroncita? 

Silvia: (Sorprendida corre hacia la ventana) Anda al galpón, 
Viejo. Sabés que no me gusta que te acerques a las ca- 
sas? (Eiicrcjica) Vayase en seguida. (Baja la escalera). 
¡Retírese de aquí! 

Viejo: Ando buscando a la Rosaura... ¿sabe? A la mismí- 
sima Rosaura. ¡ Porque se ha perdido, señora, se nos per- 
dió a toditos! Ella, la perra y el chico. . . Se nos perdió, 
canejo. Y, ¿quién le dice que no están ahí dentro? ¿Quién 
le dice, no? 

Silvia: (Impotente, frente a la reja) (Grito desgarrador. 
Aprieta los puños como paralizada de espanto) ¡Teo! 
I Teodoro ! 

Viejo: No. . . si ya me voy!. . . No se enoje, patrona. (Fuera 
de escena) Si ya me voy... ya me voy yendo... ¡Ya 
me fui también! 



ESCENA IX 

(Eduardo detenido al pie de la escalera, da paso a Silvia, 
que sube vehemente, y la sigue. Hacen mutis. En la puerta 
opuesta aparece Elena). 

Elena: ¿Quién llamó a Teo...? (Silencio) Estaba por dor- 
mirme... ¡Qué fastidio! (Aparece con los cabellos en 
desorden) ¿Quién gritó? 
(Entra Teo). 

Teo: ¿Quién me llamó? 

Elena : F.s lo que me pregunto. Oí un grito que me hizo sal- 
tar de la cama. 
Teo : Y yo, que ensillaba tu alazán 1 . . . ¡ Me di un susto I 

142 



Elena: Sería el Viejo, en su borrachera. 

Teo: (Mirando a uno y otro lado) Por momentos, me pa- 
reció la voz de madre! ¡Pero, qué grito más extraño! 
(Mira a Elena con detenimiento. Se alegra y cambia de 
fisonomía) Menos mal que me sirve como toque de aten- 
ción. (Observándola). Quedas mucho mejor despeinada, 
Elenita! Recién me doy cuenta. 

Elena: Observación de uii perfecto rural. 

Teo: Si, pero sincera, te juro! Te veo totalmente cambiada. 
¿Será la sorpresa de ha"'":«-p . con los cabellos sueltos? 

Elena : Salté de la cama. Fué un grito como de espanto. ¡ Qué 
raro! Todavía no entiendo qué pasó. 

'Peo : ¡ El Viejo ... el Viejo ! Cuando se emborracha le da 
por remedar nuestras voces. Eso es lo que ganamos con 
la ocurrencia de tu padre... (Cambio) Por cierto que 
gano yo descubriéndote tan bonita! (La mira) Ahora me 
explico por qué enloqueces a media Facultad de Me- 
dicina. 

Elena: No te aproveches de n>is confidencias. (Seria) Juraste 

guardar mis secretos. 
Tiío: (Desconcertado) ¿Secretos tuyos? (Cambio) Elenita, tú 

no puedes tener secretos. Es una carga para ti. Esta tarde, 

en el río, vas a descargarlos uno a uno. ¡Los secretos 

pesan, doctora! 

Elena: Convenido, pero a cambio de los tuyos, en esta pro- 
porción: uno mío, dos tuyos. (Se le acerca juguetona). 

Teo: (Luego de una pausa, mirándola) ¿No te parece que 
hoy estamos un poco raros? ¿No crees que ese grito nos 
ha sacado de las casillas? Oí primero mi nombre, en di- 
minutivo, luego el de mi padre. Quedé sorprendido, pa- 
ralizado. Cuando reaccioné, ya estaba aquí. Al verte con 
los cabellos en desorden, desapareciste y vino, otra mujer 
en tu lugar. Otra mujer que me sacude, me intimida ha- 
blándome de secretos... jqué sé yo! {Mira, Elenita, te- 



143 



liemos que empezar de nuevo! ¡Todo de nuevo, porque 
yo ya no me entiendo! 

Eliína: (Burlona) Hermano... Mi mayoría de edad me 
aconseja evitar las informalidades. Si te confío algo ín- 
timo, sé por qué lo hago. 

Teo: Mira... estoy atontado. No sé a qué te refieres. No 
entiendo nada. Me contaste una que otra historia insípida 
a la luz de la luna, con no sé quién. ¡Eso es todo! 

Elena: ¿Y si lo hiciera para sonsacarte? 

Teo: Has progresado mucho en esta ausencia, y me estás sa- 
cando venta ja ... O insistes en representar una comedia 
y yo estoy fuera de escena. Tranquilízame de una vez 
por todas! 

Elena : ¡ Anda, rural ! . . . Prepárate para enseííarme un pa- 
raje hermoso y nuevo en la selva! (Se aleja) Voy a po- 
nerme Iqs pantalones de montar y vengo en seguida. 

Teo: (La mira alejarse, suspira y mueve la cabeza de un lado 
a otro) (En lo alto de la escalera aparece la figura de 
Silvia que ha escudtado el final del diálogo) 

ESCENA X 

Silvia : ¿ Tan temprano piensan ár ai río ? Cuidado con pescar 

una insolación. 
Teo: ¿Insolarme? 
Silvia: Tu no, pero Elena... 

Teo : Es ella la más decidida. Yo debía dar una vuelta por la 

colonia. Pero la voy a acompañar. 
Silvia : Haces muy bien. Le quedan pocos días de vacaciones. 

¡Que las disfrute! No la he visto tocar un libro. El año 

pasado era distinto. 
Teo : Sí, ha cambiado. Parece hallarse más a gusto . . . 
Silvia: Está feliz en la estancia. Me gusta que no olvide su 

cuna. (Cambio). ¿Vas a llevarla al baño de los Sauces? 



144 



Tiio: Parece que quiere explorar otros lugares. Tiene sus ca- 
prichos, la niña. V03' a llevar un machete para abrirle una 
picada en la selva. Le claré una sorpresa. 

.Silvia: l'ero, me imajiíino (pie no se bañarán en un sitio des- 
conocido. . . Mira que el río es traicionero. 

'I'iío: El río no tiene secretos para mí. 

Silvia: Traten de bañarse en la playa de los Sauces. . . Ade- 
más allí tienen la casilla, para mudarse. 

Teo: E.SO es lo de menos. Elenita se cambia la ropa en cual- 
quier parte. Yo no sé como hace para hacerlo tan rápi- 
damente. 

Silvia: Pero, tranquilízame... ¿se van a bañar en los Sau- 
ces, ¿eh? Allí hay sombra, la playa no es honda y pueden 
ver mejor la puesta del sol desde las barrancas coloradas. 

Teo: Madre... ¡No soy tan niño, caray! 

Silvia: Mira... no es eso... Cuando Elena se aleja, me 
gusta saber dónde la llevas. Me hago la ilusión de que 
los guío entre los árboles. E -imagino en qué lugar se en- 
cuentran cuando se pone el sol. Qué están haciendo en 
el instante (jue pien.so en u.stedes, qué miran, qué se di- 
cen, qué proyectan. Para la madre de una hija... ¡eso 
es tan importante! No bien parten a caballo, desde allí 
arriba los espío. Cuandcj se pierden en la lejanía, sigo 
mucho rato viéndolos. Los ojos me traicionan. Hasta me 
parece ver tu látigo caer sobre la grupa de su caballo. . . 
(Melancólica). No vayas más allá de donde yo pueda 
imaginarlos. 

Teo: Madre, nunca me has hablado así. Si tienes miedo, si 
presagias algo malo . . . pues ... no salimos ... No me 
inquietes. 

Silvia : Todo lo contrario, Teo. Quiero que vayan a gustar 
de lo que yo no pude gozar; (piiero que Elena disfrute 
de lo mejor que tenemos aquí. Llévala por entre los gran- 
des árboles. Yo quiero para ella todo lo que no pude go- 
zar. Tu padre habría hecho otro tanto. A mí siempre me 
ofreció lo mejor. Tu padre, me dió lo que más deseaba. . . 



145 



Teo: Dime, madre... (Intrigado) hace un momento ¿oíste 
gritar al Viejo, imitando tu voz ? Me llamaba por mi nom- 
bre entero. 

Silj/ia: (Aplomada) Sí, escuché un grito. Y comprendí que 

era cosa de ese loco . . . 
Teo: También a Elena le sobrecogió. ¡Qué bestia absurda es 

CSC Viejo cuando se emborracha! ¡Discúlpalo, madre! 

(Pausa). 

Silvia: Teo, ¿no se te ocurrió nunca pensar que puedes en- 
vejecerme, llamándome madre? 

Teo: (Desconcertado) ¿Envejecerte? Y, ¿qué más da? No 
comprendo. . . 

Silvia : ¿ Y si me llamases Silvia . . . ? 

Teo: (Sorprendido) ¡Una de tus fantasías! ¡Ah, ya sé! Eso 
lo has pescado en el libro que estás leyendo. Apuesto a 
que estás leyendo una novela y es por eso que . . . 

Silvia : (Luego de una p^iUsa) Sí, mi querido, acertaste. Esa 
idea sale de una novela ! . . . 



ESCENA FINAL 

(Entra Elena con hre eches y un zurrón de bañista). 

IíIlena: ¡Al río! ¡Al río! ¡El agua debe estar maravillosa, 
apurémonos ! ¡ Vamos ! 

Teo: ¡A la orden, patroncita! 

(Salen. Silvia se queda inmóvil y va poco a poco lleván- 
dose las manos a la cara. Cuando ya va a sollozar vuelve 
Teo, impetuosamente). 

Teo: (Abrazándola alegremcnle) jQue los cumplas muy feli- 
ces, Silvia! 

(Teo sale atolondradamente. SiliHa queda detenida en la 
puerta, tendiendo las manos hacia sus hijos, mientras cae 
lentamente el 

TELON 



146 



ACTO TERCERO 

La tlocoración del jíran comedor de l,i Estancia ha 
sufrido algunas modificaciones. Se lia cambiado la 
mesa de juego jior una de nogal que aparece car- 
gada de biblioratos y muestras de semillas. Biblio- 
teca, archivos y estanterías, cubren los muros. La 
acción trancurre r.n invierno. Silvia vestirá sobrias 
rojias de abrigo. Habrá cambiado su peinado por 
uno más serio. Entre el segundo y tercer acto, han 
transcurrido casi un año. Al levantarse el telón la 
criada atraviesa la escena portando valijas y 
mantas. La sigue, ai inslantc, Eduardo. En esc mo- 
mento Silvia baja las escaleras. Se oirán voces 
lejanas que entonan canciones. Coros de campesinos 
extranjeros. 

KSClíNA [ 

(Eduardo, ai ver a Silvia detiene el paso y la aguarda). 

Editarpo: Podías haber esperado que estuviésemos en viaje 
para citar a los chacareros. (Fastidiado). ¡Parece que lo 
haces adrede! 

Silvia: (Con serenidad) No ha sido más que una coincidencia. 
(Pausa). Por otra parte, aquí todo se hace a la hiz del día. 

iCniiARDo: Sí, comprendo. . . Pero a(|uí, nadie ¡ífiiora mi opo- 
sición. ¡Es una bofetada!.. 

Silvia : Exageras, como siempre. Esta pobre gente no sabe de 
tus grandes discursos en la cámara. 

ICduardo: ¿Ironías, además? 

Silvia: ¿Por qué has de encontrar malas intenciones en todo 
lo que digo? Mira, me alegro que regreses. ¡Algún día 
verás cuánta razón tengo en proceder así! 



147 



Eduardo : Habíamos quedado . . . 

Silvia: (Lo interrumpe) Precisamente, habíamos quedado en 
que no se hablaría de estos negocios, hasta que yo cum- 
pliese años ... Te anticipaste, eso es todo. 

Eduardo: Con tal de contrariarme. 

Silvia: ¡No seas chocante, Eduardo! Todos estos días has 
permanecido callado, observando, al margen. ¡Continúa 
como hasta este momento y será mucho mejor! 

Eduardo: ¡Pero te das el gusto de dar la última puntada! 
Podías haberlos citado para mañana. Y me evitabas este 
bochorno. 

Silvia : El escribano no podía demorar más. Se vence la fecha. 
¡Habría multas, impuestos, bien lo puedes comprender! 
(Se dejan oir los coros). 

Eduardo : i Bah ! . . ¡ Ultimamente ... me dá lo mismo ! Allá 
tu, con los gringos que proteges! 

Silvia: No es mía la culpa. Hicimos un pacto y debes cum- 
plirlo. Yo tengo muchas cosas que hacer aquí, y no ad- 
miten dilación. 

Eduardo : j Hay formas ! . . ¡ Hay que cuidar las formas, 
Silvia ! . . ¡ Quedo en ridículo ! . . 

Silvia: Susceptibilidades tuyas. . . La ciudad es una cosa y el 
campo otra. ¡Nadie dirá a tus correligionarios que no 
apruebas la parcelación de las tierras! 

Eduardo : Te vuelvo a pedir que no mezcles los asuntos. ¡ Solo 
te insinúo, después de soportar tus conversaciones con 
Tco, que me podías haber evitado esta especie de bofe- 
tada ! 

Silvia: ¿Bofetada? ¿Pero estás en tus cabales?.. (Se le 
acerca con violencia contenida). ¿Por qué te pones en 
contra nuestra, cuando sabes que caiga quien caiga voy 
a continuar adelante? 

V'.nuARDO: Pues, será esta la última vez que vengo. Tuya es 
la estancia y tuya será la responsabilidad. He sido pasivo 
hasta este instante en que me desafías. 



[48 



Silvia: ¿Desafiarte yo? 

Eduardo: Sí, podías haberme ahorrado este momento... 
oyen cantos lejanos. Coros de voces). 

ESCENA II 
Enira un peón 

Peón: Señora Silvia. . . el escribano ha llcg.ido. Don Teo la 
espera. 

Silvia: Díjíalc cptc pueden empezar. 
(Sale el peón). 

Eduardo: ¡Me f|tiiercs presentar como un retrógrado y eso 
no te lo perdonaré!. . (Se a(;atha a levantar una maleta). 
¡Elena! (Llama). ¡Supongo que Elena no se qucdzirá! 

Silvia: Elena ha ido a despedirse de la gente. 



ESCENA III 

(Elena entra vestida de viaje, alegremente). 

Elena : Mamá, quiero que mandes una frezada al Viejo, pero 
en mi nombre. ¡Ah!.. ¡Cómo cuesta despedirse de esta 
gente! Voy a terminar por considerarlos como de la 
familia. 

Silvia : A mí me pasa lo mismo. Cada vez que me alejo, pienso 

que no volveré a verlos. 
Eduardo: Sensiblerías... (Gesto de desdén). 

(Elena mira a su madre). 
Elena: ¿Han discutido? 

Silvia : No. Eduardo quiere que regrese en seguida . . . pero 
recién la semana próxima podré volver. 



149 



Elena : Irás para mi santo. Ya me lo promctíste ... ¿ eli ? Y 
Tco también vendrá. 

(Se pone el sombrero, se arregla, se abrir/a). 

ICliína: Te diré que lanihicn me ha costado despedirme del 
alazán. ¡El animal parecía mirarme, adivinando que me 
voy!.. Ayer, descubrí alfío muy curioso... Al volver a 
la estancia, corre como enloquecido. Yo no creo que sea 
simplemente porque vuelve a la querencia. . . Hay algo 
más que no me lo explico . . . 

Silvia : El linstinto de la bestia. El caballo vuelve contento 
porque siente como una promesa que se le hace. . . Hasta 
los^animales saben lo que les conviene. 

Elena: Cuando volvemos del río, parece que cantara dando 
bufidos. ¡Canta, te aseguro que canta como esos chaca- 
reros que acaban de llegar! 

Silvia: Ellos saben que vienen al encuentro de algo. Está en 
juego sus vidas. . . ¡Como el alazán, como tu caballo! 

Eduardo: (Enérgico) ¡Ya es bastante, Silvia!. . Por hoy. . . 
es bastante . ■ . ¿ entiendes ? 
(Elena mira a uno y otro, desconcertada). 

Elena: ¿El viejo pleito? 

Silvia: ¡No hay tal cosa! Ideas de Eduardo que ya se le píi- 
sarán. 

Eduardo: Cuando regreses, hablaremos claro los tres. . . 

Elena : Entonces ... no me había equivocado ... ¿ eh ? No les 
perdono a los dos ' que no cuenten conmigo cuando dis- 
cuten. 



ESCENA IV 
Entra el peón 

Peón : Don Teo dice que si no se apuran van a perder el 
tren . . . 

ISO 



Rduakdo: (A Silvia) H.isla l.i vuelt.i. 

(El /ycón toma las iiialclas. Madre c hija se abrasan. 
Jíduardo sale seguido del peón). 

ESCENA V 

Elena. ¿Volverás con Teo? 
Silvia : Sí él puede . . . seguramente. 
Elena : Tiene que [)üíler, mamá. 

Silvia : Pasaré tu cumpleaños en la cuidad. Te lo prometo. 
Elena : Tiene que poder, mamá. 
Silvia: ¿Tanto lo necesitas? 

(Elena recoge un saco de mano. No responde). 
Silvia: Te pregunto si es imprescindible que vaya Teo... 

Aquí tiene que quedar cilgiiien. 
Iílena: El prometió viajar la semana que viene. ¿Vendrá? 
Silvia: Si es su voluntad... irá. ¿Lo necesitas para algiuia 

fiesta? 

Elena: ¿Fiesta? Sí. Mi cumpleaños. 
Silvia: ¿Nada más? 

Elena: (Luego de una pansa) Nad" más. . . 
(Silvia la mira, interesada) 

Silvia: Irá conmigo. Hoy i- .inaremos la parte más inipor- 
'tante de mis proyecte. 

Elena: Me voy contenía. . . ¡Hasta te pediría (|ue me llevases 
el alazán ! Pero me alcanza con Teo. Hasta la vuelta. 

Silvia: Querida mía. (La toma en sus bracos). 

(Eduardo llama a Elena. Elena sale y Silvia queda en 
medio de la escena inmóvil, con los brazos caídos y la 
frente en alto. Se oye arrancar un automóvil. Pasan unos 
instantes y entra Teo, vestido a la usanza campesina, 
alegre, frotándose las manos). 



151 



ESCJiNA VI 



Teo: El escribano lia simplificulo el ado. Ya faltan pocos 
títulos a entregar. (Mira a sii madre y se detiene). ¿Qué? 
¿Ha pasado algo? Eduardo se des[)¡(lió en forma muy 
fría. Apenas saludó al escribano. ¿Es que todavía insiste? 
i Que terquedad la suya ! . . ¡ Qué hombre de amor propio ! 
Dicen que en la cámara ha pronunciado discursos re- 
accionarios. Su partido no quiere el progreso del país. Sin 

' meterme en su política, ¿eh? me parece que ha elegiilo 
la peor causa ! . . 

Silvia: No vamos a hacer lo que quiere su partido. 

Teo: ¡Bien dicho!. . (Se acerca y abraza a Silvia). Y ahora 
a ordenar este papelerío ! , . 

(Se encamina a la mesa donde están los biblioratos. 
* Mientras trabaja). 

Teo: ¡Qué gran muchacha es Elena! Da gusto conversar con 
ella. Razona, que dá envidia! Tiene una cahccita cientí- 
fica, Por algo eligió carrera. . . A mí también me hubiese 
gustado ser médico. ¡ I-o que se puede hacer con un "título 
así I . . ¡ Qué poder en las manos I 

Silvia : Nadie te exigió venir a trabajar al campo. Hubiese 
sido lindo, dos médicos en la familia. Estarían más de 
acuerdó. 

Tno: ¿Más de acuerdo?.. ¡Impo.sible! Mira, creo que salvo 
tú yo no estaré jamás más de acuerdo con nadie. Es lo 
que se llama dos verdaderos hermanos. Tu sangre nos 
une. I Y de qué manera ! . . 

ESCENA Vn 

Se asoma cauteloso el escribano 

Escribano: Buenas tardes, doña Silvia. ¿Se puede? 
Silvia : ¡ Pase usted . . . pase usted ! 



152 



J-lsitRinANO : yMgiinos de los colonos quieren verla, señora. Y 
además, como uno de ellos que es analfabeto y escritura 
I)ara su hijo. (Le tiende la escritura). (Van entrando los 
chacareros. Seis o siete colonos de variadas cataduras). 
Deijemos tomar algunas providencias. Tendrá que volver 
dentro de unos días. 

SiLvi.\: (Lee con dificullad un apellido) Fidelio Mazu... 
no . . . chi . . . 

Camimísino i: (Se adelanta) Mujinochivit. . . Yo. . . señora. . . 
Siuvia: Tendría inconvenientes en esperar unos días... 
Campesino i: (Da muestras de no entender). 
Ca.mimísino II : (Traduce en tcheco lo que Silvia ha dicho). 
Camimssino i: ¡Oh, sí, sí... lunes... sí, seguro! (Ríe aver- 
gonzado). 

Silvia: Explíqucle que f.ifta una firma. Puede confiar en que 
se le dará la escritura como a los demás. . . pero el lunes, 

¿ch? 

(!AMrií.siN0 II : (Traduce en tcheco lo que acaba de oir). 
Camimísino i: (Cuchich con la mujer haciendo reverencias; 
saluda y sale). 

F-scRijiANo : Ust' . Kopolitis. (Hace entrega de la escritura). 

KopoLiTis: Gracias, señor... Muchas gracias, señora Silvia. 
(Hace señas a su mujer. La mujer recoge un bolso que 
tiene a los pies. Contendrá espigas de maiz de gran ta- 
niaiío). 

Kopoi.iTis: Son para usted, señora. . . Lo que me pidió el otro 
día. ^ 

Silvia: (Ensenándole las espigas al Escribano) ¡Vea usted, 
qué espigas más granadas! ¡Se las pedí para enviárselas 
a mi marido. Quiero que presente en la cámara un pro- 
yecto para prolongar el camino hasta la Colonia. 

F.scuiiiANo: (Examina las espigas) ¡Qué magnífico rendi- 
miento! Esto convence a cualquiera. 

Silvia: ¡La colonia más próspera del Norte, se llamará Co- 
lonia Azara! (Sonríe). ¿Verdad, Teo? 



153 



Campesino ii: Todas las espigas van a ser como ésa. ¡Se lo 
aseguro ! 

Escribano: Queda solo por entregar una escritura. 
Teo: ¿Cuál? 

Escribano: La de... (Tiene dificultades en pronunciar el 

nombre) Duji... ni... Danilov. . . 
Teo: ¡Ah, sí! Danilovinsky. No importa. Lleva más de un 

año en esa fracción. Yo le hablaré. 
Escribano: (A Tea) ¿Vió las espigas? 

Teo : Más granadas todavía, las vamos a cosechar . . . ¿ verdad 
Kopoirtis ? 

KopOLiTis: Siguro, siguro. Así lo queremos, todo se puede, 
¡ todo ! 

Teo: Así me gusta... (A Escribano). ¿Queda alguna más? 
Escribano: He terminado (Arregla los papeles). Me vuelvo, 

que se hace tarde. (A Teo). ¿Puedo cargar nafta? Me 

hacen falta 20 litros. 
Teo: Madre. . . ¿cuántos litros tenemos en el tanque grande? 
Silvia: Quedarán unos 200. 

Teo: Sí, cargue, no más. Pero de la bomba chica, ¿eh? 

(Escribano sale, saludando). 
Uno: ¿Nos puede llevar hasta el Paso? 
Escribano: ¡Pues claro! Vamos andando. (Se despide de Sil- 

via y Teo). 

(Los campesinos dan la mano a Silvia). 

Silvia: (Al escribano) El lunes entregaremos las escrituras 
que lleguen. Lo espero, ¿eh? 

Escribano : Estaré aquí a mediodía . . . Adiós, doña Silvia. 
(Teo se deja caer fatigado, en un sillón. Silvia lo mira 
como observándolo. Salen el escribano y los campesinos. 
Se hace un .ñlencio prolongado). 

Teo: Está refrescando. ¿Quieres que haga fuego? Ya no ten- 
go que volver a salir. 

154 



Silvia : Sí, hijo, sí . . . Estos son los primeros fríos. Nos to- 
man desprevenidos. . . Ahí tienes im poco de leíía. Unas 
llamas no nos sentaran mal. 

(Tco prepara la leva. Cuando va a encender fuego, se 
inicia un coro. Son los campesinos que, una vez en el 
auto, han empecado a cantar cosas de su país). 
Silvia : j Escucha ! ¡ Qué voces encantadoras ! ¡ Qué alegres pa- 
recen I 

(Tco se queda inmóvil con la ii^mbre en la mano. Coro 
de campesinos. Primero el canto se oye nítido, cercano. 
Luego las explosiones del automóvil, hasta perderse en la 
lejanía). 

Silvia: ¡Cuántos sueños que no veré realizados! Imagino, por 
ejemplo, este disparate: Coro de la Colonia Azara en le- 
tras de molde. ¿Se necesitarán muchos años para que sea 
realidad este sueño? 

Tiío: Al paso que vamos, pronto te parecerá muy natural esa 
ocurrencia. 

(Se enciende la llama. Se hace un largo silencio). 
Silvia: ¿Estás cansado? 

Teo: No, pero siento un poco de frío. ¿Y tú, madre? 

Silvia: El desaliento enfría. (Intencional). Pero cuando uno 
tiene razones para estar optimista no se siente el frío. . . 
¿No te parece, Teo? 

Teo: Hace un par de días que quiero resolver un problema 
íntimo. Cosa pas.ijera. (Pausa). Es muy difícil que pueda 
explicártelo. Creo que nadie lo sabrá nunca. . . Y es me- 
jor que así sea . . . 

Silvia : Esos pensamientos son los que te dan frío. 

(Tco levanta los ojos del fuego y mira absorto a Silvia). 

Teo: (Habla lentamente) A medida que pasan los años o yo 
te entiendo más. . . o tú. . . te has puesto más digna de 
atención. Hace un momento... me sorprendí yo mismo 
al hacerte una pregunta ... ¿Te pregunté cuántos litros 
de nafta había en el 'tanque grande . . . ? ¿No es así ? El 

«55 



canto de esa gente, no sabría explicarme pov qué, me se- 
ñaló la importancia de scniejanlc pregunta. 
Silvia: La más natural del mundo. 

Teo: (Encarándosele) ¿Por qué te pasas más tiempo en la 
estancia que en la capital, eh? ¡Explícame! ¡Hasta con- 
trolas el consumo de la nafta! 

Silvia: (Ligeramente confundida) Elena no me necesita tanto 
como El Palenque. Además ... i soy porfiada I Quiero ga- 
narle una apuesta a Eduardo. 

Teo : ¿ Por vencer a Eduardo, te tomas tanto trabajo, al punto 
de que casi me has desplazado? 

Silvia: ¿Desplazarte? ¿Pero te lias vuelto loco, muchacho? 

Teo: Te levantas a la misma hora que yo! ¡Es una exagera- 
ción, madre! 

Silvia: Eso sienta a mi sahid. Poco me cuesta. 

Teo: Comprenderás el alivio que es para mí, tencrte^en casa. 
Sin ti esto es un bochinche. . . Me refiero a la casa. . . 
iMir<i*que has inventado cosas en estos últimos tiempos! 
(Teo enciende la pipa). 

Silvia : Si te complico la vida, me voy . . . 

Teo: ¡Ya te pones regalona! ¡Ah, madre, en ti hay tantas mu- 
jeres que puedes cambiar maravillosamente! De la conta- 
bilidad de la nafta a las palabras cariñosas. ¡Qué habi- 
lidad la tuya! 

Silvia: (Observando a Teo) Has cambiado de tabaco. Este 
huele mejor. 

Teo: (Ríe dichoso) ¡Delicado olfato! El de estos últimos días, 
era un regalo de Kopolitis. Creo que nunca te podría en- 
gañar ! 

Silvia: (Avansa hacia Teo) Claro, no se me engaña fácil- 
mente . . . Por ejemplo, Teo, no te atrevas a negarme que 
un resortecito sentimental. . . no anda bien dentro de tu 
cabeza. Debe ser daño en el corazón. ¡Cuidado! 

Teo : Madre, madre ... Te he dicho que . . . ¡ Bueno ! En po- 

156 



cas palabras : no le lo diré nunca, así me retuerzas el pes- 
cuezo. ¿De acuerdo? 

Silvia: jAjá, ajá! ¡Un desplante dramático! ¡Buena tenemos! 

Teo: Silencio. . . escucha. . . se oyen otra vez las voces. 
(Lejanos cantares). 

Silvia: Las trae el viento sur. Cantan todas las tardes, pero 
sólo se les oye cuando sopla el pampero. 

Teo : Olvidé" ese detalle. Tienes razón, y, ¿ te gustan esos can- 
tos, madre? 

Silvia : No sé si me gustan. Me estremecen, te confieso. Basta 
recordarlos para sentirme estremecida. Siempre pienso que 
la vida debiera construirse cantando algremente! 

Teo: (Animando el fuego) Mira qué llama más hermosa! 
Acércate, aquí, a mi lado. (Le hace lugar). 

Silvia: (Lo mira) Hoy no tienes muy buena cara, Teo. 

Teo : Me siento espléndidamente, madre. Ya sabes que no fumo 
sino cuando me siento bien. 

Silvia: Como tu padre. 

Teo: Todos los días descubres en mí, parecidos con mi padre. 

Eso me halaga, te aseguro que me gusta. 
Silvia: Y, las que me habré callado! Como tú, el también 

tenía sus momentos de depresión. Pero a mí no me los 

podía ocultar. 

Teo: (Se levanta evasivo y busca un libro) A ver, recomién- 
dame una novela que ... ( Corla la frase) que tú hayas 
leído. 

Silvia : No . . . continúa, continúa : que me distraiga. Conozco 
la evasiva. 

(Teo buscando un libro y Haciendo nerviosamente humo 
con la pipa). 
Teo: ¡No sea curiosa! 

Silvia : A este lugar le hace falta una mujer. Lo entiendo 

muy bien. Pero una mujer tuya. 
Teo: (7>a vuelta bru.fcamentc) Sí, es posible. Cuando termi- 



157 



nemos el contrato con Eduardo, me separaré para resol- 
ver ese punto. 

Silvia: ¿Tienes pensado con quién resolverlo? 

Teo: No, resueltamente, no. 

Silvia: (Afirmativa) Sí, resueftamente, sí. (Pausa). 
Teo: (Eludiendo el tema) ¡Cuánto libro de medicina hay por 
aquí. 

Silvia: Tu padre era muy curioso. El otro día, arreglando la 
biblioteca, encontré todos esos libros metidos de atrás, en 
ima doble fila. Son muy viejos. 

Teo: Pueden servirle a Elenita. ¿Por qué no se los ha llevado? 

Silvia: Todavía no los necesita. No so^ de texto, tengo en- 
tendido. 

Teo: Es curioso. Casi todos se refieren a problemas de la 
reproducción. 

Silvia: Muchos de ellos, hoy día, no tendrán valor. (Pausa). 
Teo: (Cambio) Mira, aquí encontré uno de esos novelones 
salvadores. 

Silvia: (En tono de lamento) Algo te preocupa. Y yo no lo 
sabré nunca. Sólo me consta que no lo sabré jamás. Para 
mí, es bien triste! 

Teo: Hay cosas irreparables. Pero todo puede olvidarse. 

Silvia: No existe nada irreparable, Teo. Es altanería de mi 
parte, pero nada es irreparable. Métete eso en la cabeza. 

ESCENA VIII 

María, la sirvienta, entra de pronto 

María: Señor. . . ahí afuera está un chico que yo no conoz- 
co. . . Viene de la chacra. Dice que quiere hablar con usted. 
Teo: ¿No dice a qué viene? 

Mauía: Sí, me dijo que viene a buscarlo porque se está mu- 
riendo el Viejo y él quiere que usted vaya en seguida. 

158 



Silvia: (Poniéndose bruscamente de pie) Deja eso por mi 
cuenta, Teo. 

Teo: (Sorprendido) Pero, madre. . . ¡es a mí que me llaman! 
Silvia: Es asunto mío. 

Tjio: ¿Tuyo? ¡No! ¿Cómo vas a ir a la chacra a estas horas? 
]Is un disparate. Ni te permito que me acompañes. 

Silvia: (Resueltamente a María) Bájeme el tapado negro, 
María. (María sube las escaleras). 

Teo: Madre, no seas terca. ¿Qué tienes que hacer allí y a es- 
tas horíis? Si quieres, te llevo en el coche. Ya le mandé 
el médico. Sabía que estaba muy grave. 

Silvia: (Encrg i cántente) ¿Qué médico? 

Teo: Ramírez, el del pueblo. 

Silvia: (Persuasiva) Teo, escúchame. Kste es asunto mío. Tu 
padre protegió al Viejo toda la vida. Ahora, me toca a 
mí resolver este final. 

Teo: Te acompañaré. No entiendo, francamente. (María re- 
gresa con el tapado). 

Silvia: (Echándoselo sobre los hombros) Sería largo contarte 
la historia, Teo. Déjame terminarla por mi cuenta. ¡Te 
lo ruego! 

Teo: (Anonadado) C.ida vez entiendo menos. Bueno, date el 
gusto. 

Silvia: Espérame que pronto volveré. (Se dispone a salir) 
No te inquietes. Luego te explicaré, por qué quiero ir. 



ESCENA IX 

Golpean a la puerta. Teo se acerca y la abre 

Doctor: (Con un aire desenvuelto) Buenas noches, señora. 

Buenas noches, Teo. 
Teo: ¿Qité pasa, doctor? 



159 



Doctor; Ha muerto el Viejo de la chacra. 
(Sihia lauca un suspiro de alivio) 

Teo: (La mira, desconcertado) Ibamos para allá. 

Doctor: Ya lo sé. . Al salir ese chico, murió. ¡Duro el pai- 
sano! Un verdadero caso de longevidad. Creo que tenía 
noventa largos años, ¿no? 

Silvia: Más^o menos. 

Doctor: Sienta el airecito de estas tierras. (Bromea). A ver 
si nos pasa lo mismo a nosotros, Teo, ¡90 años! 

Teo: Tendríamos que mantenernos en alcohol. 

Doctor: ¡Justo lo que me hizo pensar el Viejo! ¡Creo que 
el alcohol le hacía circular la sangre! ¡Un corazón feno- 
menal ! 

Silvia: ¿Quiere sentarse, doctor, tomar algo? 

Doctor: ¡Ojalá pudiera, doña Silvia, de mil amores! Pero 
en la colonia, los gringo^ han empezado a reproducirse 
en tai' forma que, créame, no hace falta más que un mé- 
dico partero! De aquí salgo para atender un caso difícil. 
(Pausa). Pero, volviendo al gaucho ése... ¡qué pico, 
Santo Cielo! Creo que paró de hablar en el mismo ins- 
tante en que se le detuvo el corazón. Inventaba, inven- 
taba! Me hizo mucha gracia cuando me aseguró que él 
está por estos pagos desde los tiempos en que el río era 
camino de tropas ! . . . j Qué él había ayudado a cortarle 
los yuyos! (Ríen los tres). Y así, mil disparates más! . . 

Teo: Era un sujeto muy curioso. 

Doctor: (A Teo) Por su padre tenía una veneración extraor- 
dinaria. Mencionaba al Gran Azara y . . . lagrimeaba sin 
poder contenerse! 

Silvia: Fué un hombre de nuestra confianza. Empezó a be- 
ber, ya muy maduro. 

Doctor: ¿Siempre le llamaron el Viejo? 

Silvia: Desde los veinte años tuvo los cabellos completamente 
canos. 



160 



Doctor: Creo que es el último criollo que desaparece. 
Teo: y nosotros, ¿qué somos? 

Doctor : La verd.id . . . metí la pata ! Me refiero a cierta época 
heroica. . . romántica. . . jAli, ya casi me iba olvidando! 
(Saca un paquete del bolsillo interior del sobretodo). Me 
entregó muy aparatosamente, como si se tratara de una 
herencia, este montón de cartas. Creo que el paquete está 
dirigido. . . (Mira y lee). Sí, es para usted, Teo. . . pre- 
cisamente. . . (Se lo entrega). ¡No le dejará sus bienes, 
me imagino! (Gesto de Silvia). 

Teo: ¡Oh... no haga bromas sobre ese punto! Le diré que 
marcó mucha hacienda para él, y que esa fracción de la 
chacra está escriturada a su nombre. 

Doctor: Unos minutos antes de morir había pedido con in- 
sistencia que se le llamara. Cuando se le aflojó el cora- 
zón, alcanzó a decirme que las cartas eran suyas... y 
expiró. (Sihia mira crlrañamcntc el paquete). 

Teo : Vamos a ver qué disposiciones testamentarias tiene . . . 
(Pausa). 

Doctor: Doña Silvia. (Saluda, le tiende la mano). 

SiT.viA : Ksra es su casa. Cuando guste, <loctor. 

Doctor: Lo .sé, lo .sé, señora. Así lo lie pensado siempre. Son 

ustedes mis verdaderos amigos. Gracias. 
Teo: Lo acompaño. (Antes de salir, arroja el paquete sobre 

el sillón vecino a la estufa). 



ESCENA X 

Silvia avansa ha^ia el sillón que está junto a la chivie- 
nea. Se detiene. Mira fijamente el paquete. Va de jai .do caer 
el abrigo que rueda lentamente de sus hombros hasta el suelo. 
Permanece de pie, inmóvil. Se oye el lejano coro de voces 
campesinas perdido en la lejanía. Silvia se acerca al sillón. Se 
recuesta en uno de los brasas del múnno con la mirada fija 



i6i 



en el paquete. Luego, clava los ojos en la llama. Toma el fajo 
de cartas, lee el rótulo. Vencida, agohiaita, estira la mano con 
el paquete hasta la pro.vimidad del fuego; pero, repentinamen- 
te, como movida por una idea que la recompone, se ycrgue 
resuelta, ensancha el hitslo y deja caer las cartas sobre el .u- 
llón. 5v agacha para recoger el tapado mitad sobre una silla 
y se dirige a la mesa de nogal sobre la que estará la pipa de 
Tea. La toma, la acaricia con las manos, mira hacia ¡a puerta 
y espera con enérgica apostura, el regreso de su hijo. 



líSCENA XI 
Se oirán voces lejanías 

Tm : (Regresa. Cierra la puerta. Se apagan las voces campe- 
sinas). ¡Qué final más extraño! ¡Me ¡'.nurcsionó el re- 
lato de lo que sentía por mi padre ! 

Silvia: ¿Qué te dijo el doctor? 

Teo: Poca cosa. Murió lentamente, articulando mi nombre, el 
de mi padre .y al fin le pidió que me entrej^ase ese pa- 
quete que asegura que me pertenece... ¡Si el Viejo ape- 
nas sabía firmar! (Teo toma el paquete entre las manos. 
Lo contempla. Rasga el envoltorio y se .sienta natural- 
mente di.\'puesto a leer las cartas. Silvia se le acerca, con 
cierto aprcsuramicni o ) . 

Sii-viA: Espera... yo te ayudaré... (Pansa larga). (Silvia 
mira largamente a Teo. Levanta la mano y le acaricia los 
cabellos). 

Silvia: Escúchame, Teo... yo nunca le hice esta pregunta 
tonta . . . ( Pone las manos sobre las cartas y aprisiona en 
las suyas, las de Teo) ¿A quién has cpierido más en tu 
vida, Teo? ¿A tu padre o a mí? 

Teo: (Anonadado) Es una prcgimta para un niño... debo res- 
ponder como los chicos. . . A los dos por igual. A él, ve- 
nerando su memoria, a ti en la realidad. 

162 



Silvia: Eres tan hijo de tu padre, Teo, que debías haberle 
querido más a él. ¡Mucho más! 

'l'iío: Pero tú has sido tan buena y comprensiva, que no sé 
si está bien decirle, que más te c|u¡cro a li. 

Silvia: Tenías nueve años cuando murió tu padre. Yo sola 
sé cuánto he hecho para que fuese siempre una conquista 
suya, más que mía! 

Tiío : Me enseñaste a verle grande y emprendedor. Lo he que- 
rido enormemente porque tú . . . casi me lo exigías, madre ! 

Silvia: (Suspiro de alivio) Gracias, Teo. Jamás me dijiste 
cosa alguna que valga tanto! 

'J'ko: No sé si tú le quisiste demasiado. (Pansa de Silvia). 

Silvia : Has oído muchas veces fiue mi amor por Teodoro 
terminó por hacerme amar aquello que era su pasión: la 
licrra, sus animales, la estancia, su hijo... 

Tiio: 1.0 sé. Siempre he pensado que nadie supo respetar la 
memoria de su marido, como tú. 

Silvia: Oyeme, Teo. (Pausa). En este instante, podía decir- 
te : en honor a la memoria de tu padre, destruye esas 
carias, arrójalas al fuego. 

TíLo : 'i'c juro que no "tengo la más mínima curiosidad de co- 
nocer su contenido. (Hace el gesto). ¿Quieres que las 
queme ? 

Silvia: Si tuviese testigos, espectadores, Teo, sé que me acon- 
sejarían que aceptase tu ofrecimiento. Tu tío Julio, por 
ejemplo, me incilaría a ello. Pero yo voy más lejos, Teo. 
Voy más lejos. . . con estas tierras a cuestas. . . Voy más 
lejos, con mi amor a tu padre. . . Más lejos todavía en 
el destino del pueblo. . . (Silvia inclina la cahcsa iran- 
sida) 

Teo: Madre, arrojemos estas cartas al fuego, si comprometen 
la memoria de mi padre! (Hace el ademán). 

Silvia: ¡No, no! Si "te dejase destruirlas, pensarías mal de 
Teodoro. Y yo no podría vivir tranquila. ¡Ni una man- 

163 



cha sobre su existencia! ¡No, Teo, no! (Atribulada). Y, 
i qué difícil explicarte, hijo querido! 

Tko: He vivido feliz hasta hoy, que me estremezco a tu lado, 
j Tenemos que seguir adelante sin un solo remordimiento! 

Silvia: ¡Me animas, Teo! (Retuerce entre sus manos, la pipa 
que no ha abandonado desde que la encontró sobre la me- 
sa de nogal) Esperaba este momento como final de esas 
pesadillas que se terminan con la luz del alba! 

Teo : ¡ Cuéntame, querida ! i Cuéntame qué pasó ! j Dímelo todo, 
sin miedo y sin llanto! (Pausa larga). 

Silvia: Déjame acercarme al fuego. (Se acerca), l'.sta noche, 
Teo, es la última noche de mi vida. Tu padre está pre- 
sente aquí. Su boca, sus dientes gastaron esta pipa en 
la impaciencia de terribles noches! 

Teo: Madre. . . no quiero que te sacrifiques para justificar a 
mi padre y hacerme feliz. 

SiLVLv: Teo, para hablarte, necesito sólo una palabra tuya, una 
sola que al confiármela pondrá un escalofrío en tu cuerpo. 

Tko: ¿Cuí'd, querida? 

Siia'ia: Tienes que ser duro y valiente, Teo. ¡Ya es tarde para 
que no lo seas! 

Tko: 'J'e contestaré sinceramente. (Varonil). ¡Preguut.i! 

Silvia: (Luego de una doloro.ia pansa) Teo, ¿qué sientes tú 
por ICk-na? (I*ansa extraña de Teo). 

Teo: (Confundido) No sé... a qué te refieres. 

SiLVi.\ : 'i'co, alguna vez, ¿la viste como mujer, la contem- 
plaste, la miraste como a una mujer que puede poseerse? 

Teo: (Asustado) ¿Qué pretendes ver en nosotros? ¿Qué sos- 
pechas ? 

Silvia: ¿Cuando ibas al río, cuando me dijiste que ella se 
desnudaba entre los árboles, recuerdas . . . ? ¿ Recuerdas, 
fué el pasado verano? 

Teo : (Confundido ) No sé . . . no sé qué es lo que deseas sa- 
ber . . . 



164 



Silvia: (Enérgica) ¡Azara! ¿Te gusta mi hija? ¡Dimelo! 

Teo: (Lc quita la mirada) Es mi hermana. . . La veo de tar- 
de en tarde ... He salido con ella al campo . . . ¡ Eso fué 
todo ! ¿ Quién te ha dicho algo ? Ella, acaso . . . ¿ fué ella ? 

Silvia : Si se lo preguntase a mi hija, Teo, la entraña se me 
abriría en dos! ¿Entiendes? Es a ti. Azara, a quien, se 
lo pregimto! Sé valiente. Teodoro, tu padre, era todo un 
hombre en estas pampas desiertas! 

Ti50: (Alrihuloilo) Hoy hablas en una forma, madre. Sí, te 
lo confieso, no sé qué me pasa. Yo no sé lo que sienten 
o piensan aquellos que son medio-hermanos . . . ante sus 
hermanas cuando se quieren ... ¡ No sé, no sé ! . . . 

Silvia: (Brutal) ¿La quieres? ¿La deseas? ¡Díínelo, dnnelo! 
(Teo baja la cabesa). 

Tiio : No entiendo ... 

Silvia: (Ruge) Sí, la deseas, se aman, se quieren, se buscan. 

¡Lo sé, lo sentí, lo creo! 
Tiio: ¡No sigas hablando, por favor! ¡No sigas, madre, no 

sigas ! 

Silvia: ¡Es que soy yo, la que quiero que sea tuya, Teo, tuya! 
¡No le tengas miedo a las pal:il)ras! Otros terrores reco- 
rren mi cuerpo cuando oigo tu voz en el ámbito de esta 
casa. Desde hace alj^unos años, Teo, ha nacido en li un 
hombre mará vi loso, con esa voz de mando que posees. 
Has crecido como esos árboles que plantó la mano de tu 
padre y c|uc a veces nos vemos en la necesidad de corlar 
para defender los muros de la casa amenazados por las 
raíces. ¡Has crecido en sus tierras fértiles hasta conmo- 
ver sus cimientos. (Pausa). Quizás no alcances nunca a 
comprenderme! (Gran'e. Solcvine). ¡Tomarás una parte 
de mi ser, si quieres a Elena! 

Tiío: ¡Es una locura, estás desvariando! ¡Sospechas que estas 
cartas contienen un secreto! Si es así, leámoslas antes. 
No temo lo que aquí se diga. 



'65 



Silvia : Conozco el contenido de esas cartas. Aquí he estado, 
vigilando este final de mi vida, cumpliendo paso a paso, 
lo que tu padre quería. Tu padre, qué fué dueño y señor 
de estas tierras, tu padre, Azara, en cuyas manos estaba 
todo! ¡El, que podía alterar leyes y costumbres! 

Teo: (Suplicante) ¡No le hagas caer como a un castillo de 
naipes! ¡Lo he querido "tanto! 

Silvia : ¡ Y yo, Teo ! i Yo también ! Por eso, estamos unidos 
nosotros dos. Por eso te quiero para Elena, para mi hija, 
para mezclar de una vez por todas nuestra sangre! ¡Y 
para siempre! ¡Mi hija tendrá un hijo tuyo! ¡Y por fin 
se cumplirá lo que exigía tu padre! 

Teo: ¿Pero qué dices? ¿Quieres verme casado con Elena? 

Silvia: ¡La amas, la deseas. Azara! Yo no soy tu madre. Yo 
te pierdo como^nnadre, Teo, para ganarte, y entregarte a 
las tierras de Teodoro, a quien no pude dar un hijo! 
¿Comprendes ahora? ¿Me perdonas ahora, Teo? 

'J " i:i ) : ( Solíosamia ) ¡ Mad re ! ¡ Mad re ! 

Sii.xia: Déjame decírtelo todo. Me moriría si viese quebrada 
su pa.sión por restas tierras. Quieres a l'Jcna, ella te quie- 
re. ¡Conquístala! lis mi hija y le la doy, como yo me di 
a tu padre! (/Jora con la cara ociilla entre las manos. 
Largo silencio). 

¡No i)reguntcs más! ¡Ahora estos campos están llenos de 
testigos! ¡Levántalos con tu verdad! ¡Venceremos a este 
desierto que permitía alterar todas las leyes! 

'J'ko: ji'or favor! ¡No sigas, no sigas, madre! 

Silvia: ¡Sí, tu madre, Teo, tu madre! Porí|uc lo (¡uisc por 
.«er el hijo de un hombre que pudo vencer a la soledad. 
No te quedes a mi lado. Búscala, bu.sca a mi hija, 'l'eo. 
Te doy lo (¡ue di al Azara colonizador de lierr.is, herido 
por la adversidad. 

Tko: ¿Es po3Íl)lc, madre, eso es posible? 

Silvia : Sí, todo lo grande y hermoso, es posible. Ahora, apren- 
de a decirme Silvia, muchacho! ^' arroja esas car- 



tas al fuego. Eres un hombre, te hicimos hombre, él y 
yo, para vencer este desierto, ¿entiendes? 
Teo: ¡Madre! ¡Te he querido tanto! 

Silvia: (Solemne) ¡Azara, Azara, te quiero tanto! ¡Te quiero 
tanto. Azara! (Pausa prolongada. Teo arroja el mazo de 
cartas al fuego. Chisporrotean las llamas. Teo y Silvia se 
enrasan, mientras baja lentamente el 

T 11 L O N 



167 



INDICE 



LA SKOUNDA SANGRE 

■:>^ 

(Drama en tres netos) 5 

PAUSA l'N LA SELVA 

(Comedia dramática en tres actos) 55 

YO VOY MAS LEJOS 

(Comedia dramática) 109 



este libro se terminó 
de imprimir el 3o de di- 
ciembre de 1950, en los 
talleres graficos de 
"impresora uruguaya", s. a. 
de montevideo, uruguay, 
calles cerrtto y juncal.